El 20 de enero, décimo cuarto día de viaje, me levante a las 6 de la mañana, debido al largo desplazamiento que había que hacer hasta la gran pingüinera de Punta Tombo para visitar otros lugares muy interesantes.

Recorridos por Punta Tombo, Rawson y Gaiman, con salida rumbo a Iguazú

Llegar a Punta Tombo desde Puerto Madryn nos llevó tres horas, ya que tras bajar por la Ruta 3, los últimos cien kilómetros los hicimos por una carretera de ripio (grava y tierra) y con tramos cuya velocidad máxima permitida era de ¡¡20 km. hora!!.

Tras una hora de viaje, ya en las afueras de la ciudad de Trelew, hicimos la “parada de la meada”. Y allí cerca, una larga doble fila de altos árboles nos indicó la cuenca del caudaloso Río Chubut, que lleva sus aguas desde los Andes al Atlántico.

Punta Tombo: pingüinos a millares

Al llegar a Punta Tombo(Foto 2), tuvimos que realizar una larga caminata, de más de una hora, para visitar la gigantesca pingüinera. Caminamos por una senda de la que está terminantemente prohibido desviarse lo más mínimo, con guardas que cuidan de que se cumpla a rajatabla la norma, cosa que experimenté personalmente un par de veces.

2 Recorridos por Punta Tombo, Rawson y Gaiman, con salida rumbo a Iguazú

En Punta Tombo, en una gran extensión de tierra y en la gran playa aledaña, está la mayor concentración de pingüinos magallánicos de Sudamérica. Entre septiembre y enero (mes éste de mi viaje) se reúnen allí más de 250.000 parejas, y el monte está lleno de nidos excavados en la tierra, por lo general junto a algún arbusto.

Es de resaltar que las hembras escogen al macho según la calidad del nido que le ofrece. Como ven, no solo las mujeres son las interesadas…Y con semejante legión de pingüinos conviven en fraternal compañía los guanacos, las liebres, las gaviotas cocineras, los cormoranes, los ostreros y otros animales y pájaros.

Los pingüinos son de una calma aplastante. Ni se preocuparon de nuestra presencia, “pasando” totalmente de nosotros. Y como tienen “preferencia de paso”, las veces que decidieron atravesar nuestro sendero de grava tuvimos que detenernos y cederles el paso.

De vez en cuando inician una larga caminata para bajar a la playa (en perfecta formación, en línea de cinco o seis, o en fila india) a mojarse o a pescar, sobre todo para las crías que quedan en el nido, normalmente bajo el cuidado de uno de los padres. Luego, se secan en la arena o en la montaña.

Recorridos por Punta Tombo, Rawson y Gaiman, con salida rumbo a Iguazú

Si no se les molesta, no se asustan, hasta el punto de que yo me hice una fotografía, que incluyo con este relato del viaje, al lado de una pareja que estaba junto a su nido (Foto 1).

Rawson: langostinos y calamares

Desde Punta Tombo seguimos viaje a Rawson (Foto 3), capital de Chubut, ciudad que está en la desembocadura de dicho río al mar y que fue fundada en el año 1865. Se trata del primer enclave galés de la región, y cuenta con13.000 habitantes. En su puerto pesquero, muy frecuentado por barcos gallegos, descargan toneladas y más toneladas de langostinos, merluza y calamares.

Llegamos a las dos de la tarde, y fuimos directamente al puerto, donde comimos unos enormes y frescos langostinos, y unos calamares recién pescados, regados con unos vinos exquisitos. Nos invitó “Sireica”, nuestra agencia de viajes, atendiendo una reclamación de Fray Rosendo por un par de comidas más que regulares de días anteriores.

Recorridos por Punta Tombo, Rawson y Gaiman, con salida rumbo a Iguazú

El banquete tuvo lugar en el estupendo restaurante “Marcelino”, donde tuve el placer de charlar con el joven Sergio González Peña, uno de los propietarios, nieto del Marcelino que fundó tan acreditado establecimiento en 1971. El local está decorado con buenas pinturas, y tiene una gran colección de maquetas de barcos de pesca que operaron y operan en Rawson, entre ellos varios gallegos.

Gaiman y Lady Di

Al dejar Rawson nos dirigimos al valle, y más concretamente a la ciudad de Gaiman, un pueblo fundado por galeses que conserva intactas sus costumbres originales y un idioma tan perfecto que incluso van allí profesores de la Universidad de Gales para estudiarlo y perfeccionarlo. También conservan muchas casas de la época inicial de la colonización, destacando la Capilla Seion, declarada monumento nacional.

En la famosa casa de té “TyGwyn” (Foto 4), atendida por cuatro generaciones galesas, tomamos un te delicioso (servido en teteras de hace un par de siglos), abundantes y muy variadas tartas caseras, y escuchamos música galesa fetén. Por cierto que allí estuvo, en 1998, la Princesa de Gales, Lady Di, a la que recibieron y honraron únicamente con el nombre de Lady Spencer, ya que los galeses consideran que Inglaterra (país del salieron para refugiarse en esa parte de la Patagonia) se apropió indebidamente del título de Príncipe de Gales.

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Mientras el grupo seguía tomando té y más té, pastas y más pastas, me fui a recorrer el pueblo y la ribera del caudaloso Río Chubut, viendo los canales que abrieron los primeros galeses convirtiendo lo que era estepa en un auténtico vergel que produce gran cantidad de frutas, cereales, legumbres, etc. Y justo frente al pueblo vi la estepa, que ofrece un fuerte contraste con el verdor de los cultivos galeses.

Tras diez horas y media largas de viaje, llegamos a nuestro hotel de Puerto Madryn, encontrándonos con que no podíamos acceder a nuestras habitaciones porque estaban bloqueadas, ya que nos había confundido con un grupo de salía. Y venga, todos en tropel, a cambiar las llaves electrónicas por otras nuevas…

Por cierto que les dimos suerte. En esa región que apenas llueve, comenzó a hacerlo poco antes de salir para ir a cenar al restaurante “Mediterráneo”, al borde mismo de la playa, en la Avenida Costanera (Foto 5). Tomamos un pescado bastante apetecible, y eso me trajo a la memoria que los menús de casi todo el viaje debió hacerlos un enemigo mío, ya que abundaron el cordero, el pollo y las truchas, que no como nunca.

La pertinaz lluvia, tipo “cala bobos”, impidió un concierto al aire libre en el paseo Marítimo e hizo que regresásemos al hotel bastante mojados. A las diez y media de la noche, tremendamente cansado, me encontraba ya en mi habitación reponiendo fuerzas para la siguiente jornada.

 

Rumbo a Iguazú

 

El décimo quinto día de viaje tocaron diana a las 6 de la mañana, ya que tuvimos otro “día de vuelos”: de Trelew (a una hora de distancia de nuestra base en Puerto Madryn) a Buenos Aires, y de allí otro vuelo a Iguazú (tras 3 horas de espera). Cuando dejamos Puerto Madryn de nuevo amenazaba lluvia, una bendición del cielo en una región que, como dije ya, apena llueve nada durante todo el año.

Por vez primera, tuvimos suerte con el vuelo, ya que el “Boeing 737” (el popularmente llamado “cerdito”) salió puntual de Trelew y llegó a su hora al Aeroparque de Buenos Aires.

Allí tuvimos que esperar casi tres horas para partir, también en hora, para el aeropuerto argentino de Iguazú, no sin antes llevarse un buen susto nuestra compañera María Luisa, la asturiana, a quien llamaron por megafonía para devolverle el pasaporte, que se le había caído en la terminal…

El vuelo Buenos Aires–Iguazú fue muy tranquilo y placentero, con la suerte de que al ir sentado en una ventanilla de la parte derecha del avión pude ver con todo detalle las impresionantes cataratas del río Iguazú.

Por cierto que el aeropuerto está en medio de un tupido bosque selvático, y desde el aire parece como una pequeña calva de la verde vegetación, que crece con extraordinaria fuerza en una tierra sumamente rojiza; y el termómetro marcaba35 grados, con nada menos que un 80 por ciento de humedad.

El despacho de equipajes fue muy rápido, merced a la diligencia de Vera, nuestra guía brasileña, y el autobús nos llevó de Puerto de Iguazú, que es donde está el aeropuerto argentino, a Foz do Iguaçu, en Brasil, donde nos alojamos. (Fotos: LajosSpiegel).

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