Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre “el tiempo”. Me refiero, en este caso, al tiempo atmosférico. Recuerdo que las “batallitas”, esas que los abueletes de mi infancia repetían a sus nietos, fue un tema que traté de evitar cuando con el transcurso del tiempo (no atmosférico) me vi en tan feliz circunstancia vital. Cuando leía los “tebeos”, había un abuelo del que sus nietos huían despavoridos cuando les iba a contar sus “batallitas”…. y por eso yo nunca se las he contado. Dejando a un lado el tiempo controlado por el reloj, me referiré al tiempo atmosférico, pero partiendo de una época más avanzada de mi vida: la juventud. En España, salvo las gentes del campo (que tenían el famoso “Calendario Zaragozano”), marineros y transportistas, no eran muchas las personas que hablasen del tiempo. Y, por supuesto, no existían los grandes espacios informativos que los diferentes medios, especialmente las televisiones, dedican ahora al asunto. El tiempo solamente era noticia si se producía algún desastre, o si su comportamiento estacional era muy anómalo. Pero no como tema de conversación habitual, al menos por estos pagos. No sucedía lo mismo en otros lugares, según comprobé durante mi estancia en casa de mis tíos-abuelos en Liverpool (Inglaterra). Una de las cosas que más me llamó la atención fue ver que el tiempo era un tema muy socorrido para iniciar una conversación, sobre todo en un ascensor. Hoy, en España, sucede igual, y no hay TV que se precie que no le dedique generoso espacio. Un tiempo que este año nos sorprendió con sol durante un largo periodo de otoño-invierno, con total ausencia de lluvia, aunque con un frío y unas heladas que hasta las playas parecían cubiertas de nieve, como se ve en la foto tomada delante de mi casa, en la Playa coruñesa de Santa Cristina. Tal cual, se lo cuento. (Foto: Lajos Spiegel)

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