Bajar los 740 escalones, desde el Lago de los Cántaros, resultó bastante más duro que subirlos, y aún tuvimos que recorrer un buen trecho hasta el Puerto de los Cántaros, donde volvimos a embarcar en “El Cóndor” capitaneado por Jorge, con el que había estado charlando minutos antes junto al Lago de los Cántaros.
Visitas al Cerro Campanario, Capilla de San Eduardo y al Museo de la Patagonia

Tras una parada en Puerto Blest, para recoger a los pasajeros procedentes de Chile, que llegaron cargados con muchas y grandes maletas, seguimos rumbo a Puerto Pañuelo, donde atracamos a las 8 de la tarde.
Por cierto que los viajeros que vienen de Chile, atravesando los Andes por el Paso de Pérez Rosales, tienen que utilizar hasta cuatro autobuses distintos, y tres barcos diferentes, antes de llegar a Bariloche y seguir viaje a Buenos Aires.
Y, como dije ya, tras más de 12 horas de excursión, regresamos al hotel tremendamente cansados, pero muy reconfortados por la excelente jornada disfrutada.
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Cerro Campanario

El 17 de enero, undécimo día de viaje, madrugamos aún más que el día anterior, y eso que el programa indicaba “Circuito chico”. Si llega a ser “Largo”…ni nos acostamos, vaya. El autobús nos acercó hasta el arranque del telesilla, en la que subimos hasta la cresta del Cerro Campanario.
Allí, a 1.050 metros de altura, con una visión de 180º, hay unas vistas increíbles de montañas, lagos, ríos, caminos e incluso la ciudad de Bariloche. Se ven perfectamente el Lago Moreno, que vierte sus aguas en el enorme Lago Nahuel Huapi, son sus siete brazos navegables, y la unión entre ambos.
Tras deleitarnos con el inconmensurable paisaje, y hacer fotos y videos desde el amplio mirador-cafetería, seguí subiendo hasta la Cruz de Hierro (Foto 1), colocada en lo más alto de Cerro Campanario en el año 1930, ganando aún más si cabe en grandiosidad las hermosas vistas.

Capilla de San Eduardo

Al descender del Cerro, el autobús nos llevó hasta la preciosa Capilla de San Eduardo (Foto 2), desde la que se ve estupendamente el Cerro Tronador, que está a unos 35 kilómetros. La capilla, que recibe el nombre de ese santo inglés, tiene un fresco y unos vitrales muy buenos, y un Cristo crucificado diferente a los tradicionales, ya que tiene los pies clavados por separado.
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Por cierto que al lado de la gran cruz de madera he visto una imagen de San Pio de Pietrelcina, pueblo en el que estuve durante mi reciente viaje a Italia, como ya les conté a mis lectores de “El Fuero Coruñés”.

La “Rosa mosqueta”

Cerca de la capilla de San Eduardo se encuentra “Suyai”, una de las dos únicas fábricas de derivados de la “rosa mosqueta”, cuyos apreciados productos se encuentran en muchas farmacias y perfumerías mundo adelante. La rosa mosqueta es una florecilla silvestre muy abundante, que vimos en los bosques y al borde los caminos, de la que se extraen nada menos que cuatro productos: té, aceite, cremas y mermeladas. Yo probé la mermelada y también el té, del que afirman que tiene más contenido vitamínico, especialmente vitamina C, que las naranjas, limones o pomelos.
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El autobús nos trasladaría luego hasta el denominado Punto Panorámico, un excelente observatorio natural desde el que se ven los lagos y el Hotel YaoYao (palabra que significa “Dulce, dulce” o también “Rico, rico”), un monumento nacional en el que estuvo el Rey Juan Carlos con Clinton, Fidel Castro y otros mandatarios mundiales. El lugar está coronado con una imagen de la Virgen, siluetada en hierro, en homenaje a Don Bosco, que es el Patrón de la Patagonia. Lamentablemente, la acción de unos gamberros había doblado completamente la escultura y escrito en el pedestal “Libertad de culto”. Según nos contó Caruso, nuestro guía, peor fue unos meses atrás que la arrancaron de cuajo con un todoterreno. ¡Menuda forma de ejercer la libertad!.
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Tras atravesar el puente sobre el canal que une los lagos Moreno y Nahuel Huapi fuimos a comer al “Rincón Patagónico” (Foto 3), una bella y enorme construcción hecha totalmente de madera. Delante de la fachada hay una gigantesca talla de madera, con unas grandes manos que se elevan al cielo en homenaje a la Patagonia. Como es natural, menú típico: empanada criolla, queso exprés, chorizo provaleta, tremenda parrilla mixta (vaca, cordero, pollo, morcilla, etc.), y una enorme copa de helado de frutas del bosque. Con vinos, aguas y cervezas también de la zona.

Catedral y Torre del Reloj

La tarde la dediqué a visitar detenidamente la ciudad, comenzando por su inconclusa pero bella Catedral, dotada de innumerables y vistosas vidrieras, a cuyo frente se encuentra el Monumento a los Clubes de Leones (Foto 4). Recorrí la calle Bartolomé Mitre, que es la arteria principal de la ciudad, plagada de tiendas, restaurantes, Bancos (incluso el de la Nación Argentina), chocolaterías (el chocolate es la segunda industria de Bariloche, tras el turismo) y enormes y modernas galerías comerciales, y me detuve en el conjunto histórico que forman la plaza del Ayuntamiento, con su Torre del Reloj, y el monumento al General Roca en su centro.
Es de resaltar el gesto de abatimiento tanto del general como de su caballo, que dicen refleja su estado de ánimo tras su larga travesía del desierto de la interminable estepa patagónica. Por cierto que el conjunto escultórico estaba llenos de pintadas, realizadas por los indios mapuches como rechazo a la labor de exterminio casi total de esa raza realizada por el citado general.
También visité el Museo de la Patagonia, la Feria Artesanal, un gran mercadillo (similar al “Corte Inglés” de nuestra Sardiñeira) y un montón de cosas más. Cuando regresé al hotel estaba “fundido”, pero muy satisfecho de lo que vi durante tres días en esa zona de la Patagonia, de la que se dice que solo tiene dos Estaciones: la del Invierno, y la del Ferrocarril.
Por suerte, nosotros gozamos de un tiempo excepcional, sin frío, sin viento, y sin lluvia. La lluvia es tan frecuente allí que pueden pasar diez meses seguidos lloviendo. Según nos contó el guía, en mayo del año pasado llovió seguido ¡28 días!. Y luego nos quejamos de lo que llueve (¿o llovía?) en Galicia…

Vuelo a Trelew

La duodécima jornada de nuestro sensacional viaje fue un “día de altos vuelos”, dicho sea por el tiempo que pasamos sobrevolando las nubes. Como el guía había gestionado las tarjetas de embarque el día anterior, no necesitamos salir para el aeropuerto de Bariloche hasta las 9,30 de la mañana, con el fin de tomar un avión con destino a Buenos Aires, y coger allí a otro para Trelew.
Lo más curioso es que Trelew está “casi enfrente” de Bariloche, pero como no hay vuelo directo es necesario hacer varios miles de kilómetros más, “subir” hasta Buenos Aires y “bajar” luego a Trelew (Foto 5).
Para no perder las “buenas costumbres” el vuelo salió con más de 15 minutos de retraso; y, tras sobrevolar la estepa patagónica y la Pampa, llegamos al Aeroparque de la capital argentina. Allí estuvimos confinados unas cuatro horas, esperando el enlace a Trelew, palabra galesa que significa “Pueblo de Luis”, en honor s su fundador, Lewis Jones, un emigrante que procedía de Gales (Gran Bretaña).
La salida de Buenos Aires para Trelew se retrasó media hora, debido en parte a que una compañera del grupo había extraviado el billete, por lo que tuvo que adquirir otro. Por fortuna, luego le aparecería en su bolsa de mano cuando subimos al autocar, ya en el aeropuerto de destino….
Sobrevolamos la Pampa del sur de Buenos Aires, cuyos llanos campos de cultivo semejantes a un gigantesco damero se perdían en el horizonte. Luego volveríamos a sobrevolar la impresionante estepa y desierto patagónico, y a las 8 de la tarde tomábamos tierra en Trelew. (Fotos: Lajos Spiegel).

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