El 15 de enero, noveno día de nuestro sensacional viaje, no tuvimos que madrugar, y dedicamos la mañana a visitar la ciudad de El Calafate (Foto 1), llamada así por el árbol de ese nombre cuyo producto se utilizaba para calafatear los barcos, y sus alrededores, mientras algunas señoras (como dije eran 17, por solo 5 hombres) aprovecharon para ir a la peluquería y otras realizaron las clásicas compras turísticas.
Yo, por mi parte, aproveché la mañana para recorrer diversos lugares de la ciudad que no había visto todavía, con especial dedicación a su Museo Etnográfico, que por cierto está en las afueras del pueblo y bastante mal comunicado.
La “ciudad de los perros y los caballos”, como denominé a El Calafate, tuvo un enorme despegue poblacional y turístico desde que en el 2000 se inauguró el aeropuerto, que está a unos 30 kilómetros. De los 6.000 visitantes registrados a principios de este milenio ha pasado a más de 300.000 turistas en la actualidad, y la cifra continúa en progresivo aumento, lo que se ha traducido en la creación de nuevos y modernos hoteles como el “Hotel Imago”, un 5 estrellas con spa en el que nos alojamos.
Tras la comida, realizada en el hotel, el autobús nos trasladó al aeropuerto, para tomar un avión con destino a San Carlos de Bariloche (Foto 2). De nuevo, comprobamos la falta de puntualidad de los vuelos de Aerolíneas Argentinas, ya que salimos con casi hora y media de retraso, curiosamente el mismo tiempo que le llevó al avión llegar a nuestro destino. Es de resaltar que, según leí en los periódicos, esa permanente informalidad de Aerolíneas le causó graves problemas turísticos a la República Argentina, hasta el punto de que esos días acordasen una entrevista de la presidenta, Cristina Kirchner, con los dueños de Viajes Marsáns, propietarios de Aerolíneas. Al principio, las demoras afectaban solamente a los vuelos internacionales, pero después se extendió incluso a los domésticos.
Sin embargo, según el guía, nosotros tuvimos mucha suerte con el vuelo, ya que el del día anterior llegó a Bariloche a las tres de la madrugada, en lugar de hacerlo a las 6 de la tarde. ¡No se consuela quien no quiere, vamos!.
San Carlos de Bariloche
Para compensar algo, el despacho de equipajes fue muy rápido, y salimos pronto rumbo a Bariloche, alojándonos en el “Hotel Villa Huinid”, un 5 estrellas con spa, piscina y juegos, desde el que hay una magnífica vista del Lago Nahuel Huapi. Por cierto que la piscina está muy bien ambientada y decorada por varios artistas locales, con un diseño único en Bariloche, ciudad a la que volví tras 30 años de mi primera y hasta ese momento única visita.
Mi primera estancia en Bariloche, acompañado de mi esposa, Makuka, fue en el año 1978 con ocasión del Campeonato del Mundo de Fútbol, al que asistí como enviado especial de “La Voz de Galicia”. Fue una invitación del denominado “Ente Autárquico Argentina 78”, que lideraba el denostado Almirante Massera, y cuyo jefe de prensa era mi amigo Marcolino, al que como les dije conocí en una gira por Argentina con el RC Deportivo de La Coruña, en los tiempos en que él era jefe de prensa del River Plate. Desde esa fecha, la ciudad experimentó un tremendo cambio, debido al fuerte incremento del turismo, y su población actual supera los 120.000 habitantes.
Hicimos un pequeño recorrido por la ciudad, con un tiempo estupendo y 19 grados de temperatura, aunque al ponerse el sol (hasta las 11 de la noche fue de día) refrescó bastante. Según el guía, llamado Elvio Caruso, tuvimos mucha suerte con el tiempo, ya que cuatro días antes aún había nevado y el anterior a nuestra llegada hubo vientos de más de 80 km. hora. Al igual que en El Calafate, el fuerte viento es uno de los mayores inconvenientes meteorológicos de Bariloche.
Y tras cenar en el hotel, materialmente rendido, y con una estupenda vista del Lago Nahuel Huapi desde la ventana de mi habitación, me fui a la cama, ya que al día siguiente nos esperaba otra dura jornada.
Lago Nahuel Huapi
El décimo día de viaje lo dedicamos a un completo recorrido, en catamarán, por el famoso Lago Nahuel Huapi (Foto 3) que es el cuarto de Sudamérica, tras el Lago Argentino que habíamos dejado atrás el día anterior. La magnífica excursión duró nada menos que 12 horas, desde que salimos del hotel hasta que regresamos al mismo.
El autobús nos llevó, atravesando un paraje casi totalmente desértico, hasta Puerto Pañuelo, en pleno lago Nahuel Huapi. Situado a 764 metros de altura, ese gigantesco lago ocupa 55.000 hectáreas de superficie, con una profundidad máxima (comprobada) de 454 metros. Por cierto que Nahuel Huapi significa algo así como “Tigre de la Isla” (del araucano: Nahuel = tigre, y Huapi = isla), aunque según nuestro guía allí nunca hubo tigres, si acaso leopardos. Lo que si es histórico es que los conquistadores españoles, admirados de la tenaz resistencia de los indios araucanos de esa zona los denominaron “tigres”.
Embarcamos en Puerto Pañuelo, y al llegar a la Isla Centinela una bandera argentina, flameando al viento, nos indica que allí está enterrado Francisco Pascasio Moreno, el famoso Perito Moreno, en cuyo honor los barcos tocan tres veces sus sirenas al pasar frente al islote. Es de reseñar el curioso espectáculo de las gaviotas que se aproximan al barco para coger de nuestras manos el pan o las galletas que les ofrecemos, momento que en mi caso cogió puntualmente el fotógrafo, según pueden ver en la instantánea que publico son este reportaje del viaje.
Dejamos el barco en Puerto Blest, y caminamos bajo un sol de justicia hasta el Centro de Interpretación etnográfico y de la riquísima y variada flora y fauna de la región. Luego, retrocedimos hasta el “Hotel Blest”, en el puerto del mismo nombre, donde degustamos varios platos típicos de la Patagonia.
Lago Frías y Cerro Tronador
Tras la comida, subimos a un auténtico “autobús-chocolatera”, que muy lentamente y dando tumbos nos trasladó por un camino de tierra lleno de socavones, a través de la selva, hasta Puerto Alegre, donde tomamos otro barco que, atravesando el Lago Frías (que está a 780 metros de altitud) nos dejó en Puerto Frías (Foto 4), al lado de la frontera con Chile. Entre las numerosas bellezas del recorrido debo destacar el impresionante Cerro Tronador, cuya otra cara es ya territorio chileno. Contra lo que pudiera parecer, el Cerro no se llama así por ruidos volcánicos, sino por el tremendo ruido que hacen al caer las enormes masas de hielo que se desprenden de su cima.
Ya en Puerto Frías, realizamos una subida por la empinada montaña hasta cerca de la frontera, recorriendo un estrecho y dificultoso sendero. Nos detuvimos ante la sencilla imagen de la Virgen de la Paz, que recuerda la paz firmada entre Argentina y Chile tras largos años de litigio por el trazado de su común frontera andina. Allí, Fray Rosendo dirigió el cántico de una Salve y otras preces católicas, secundadas no solamente por la mayor parte de nuestro grupo sino también por otros turistas y viajeros.
Tras reembarcar en Puerto Frías regresamos a Puerto Alegre, donde iniciamos una dificultosa caminata de un par de horas a través del tupido bosque valdiviano, siguiendo una dura ruta de suelo desigual, embarrado y peligroso en varias zonas, con frecuentes obstáculos, ya que los gigantescos árboles se caen con facilidad porque sus raíces crecen mucho horizontalmente pero apenas alcanzan profundidad. Por cierto que esta única y estrecha ruta fue abierta en su día para traer un barco desde Chile al lago.
740 escalones de subida…
Después de pasar sobre varios puentes de madera, bastante rústicos y no muy fuertes, y uno colgante que solo permitía el paso de 5 en 5 personas, comenzamos la subida de una enorme escalinata de nada menos que ¡¡¡740 largos peldaños de madera!!!, muy deteriorados en algunos lugares, junto a otros tramos recientemente repuestos.
Pero el tremendo esfuerzo, bajo un tórrido calor mitigado en parte por la sombra del tupido bosque, mereció la pena. Los pocos que llegamos arriba de todo vimos la impresionante Cascada de los Cántaros (Foto 5), un gigantesco alerce de 1.500 años de antigüedad, y el bonito y coqueto Lago Cántaros con sus glaciares Como curiosidad les diré que el alerce es un árbol de madera preciosa, de veta completamente recta, que solamente engorda un centímetro al año. Y ese ejemplar de milenio y medio de edad debe su vida a que su veta era irregular. Hace muchos años hubo una gran tala de árboles de enorme envergadura, según vimos en los grandes tocones existentes cerca del milenario alerce. Cuando los madereros comenzaron a cortarlo, lo desecharon al ver que su veta era irregular, y aún se notan las cicatrices de esa tala por suerte frustrada.
Bajar los 740 escalones casi fue más duro que subirlos, y aún tuvimos que recorrer un buen trecho hasta el Puerto de los Cántaros, donde volvimos a embarcar en “El Cóndor” capitaneado por Jorge, con el que había estado charlando minutos antes junto al Lago de los Cántaros. (Fotos: Lajos Spiegel).
2 comentarios en “Visitas a El Calafate, a Bariloche, y a los Lagos Nahuel Huapi, Frías y Los Cántaros”
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Mi inolvidable viaje hacia el Polo Sur, que les recomiendo.
Mi inolvidable viaje hacia el Polo Sur, que les recomiendo.