Después de disputar en compañía de mi amigo Javier Ramírez el fantástico campeonato Circuito de Golf Prosegur en el club “Golf Santander “, en la ciudad financiera de Boadilla, propiedad de Emilio Botín, y de realizar mis conocidas críticas gastronómicas de varios restaurantes madrileños, voy a cambiar el palo y volver a una de mis grandes pasiones, el futbol, que me gusta tanto como el buen comer.

 

Gracias a la presencia de mis amigos Alejandro Guimaraens y Begoña Cobián en el pasado Atl. de Madrid-Barcelona, tuve la oportunidad de conocer de primera mano los pormenores de la entrada de Ujfalusi a Messi. Por un lado, los azulgranas tratan de alarmarnos con la persecución a su crac argentino, y por otro, los colchoneros van de hermanitas de la caridad como si nunca hubiesen roto un plato. Nada nuevo.

 

Sería bueno que unos y otros recuerden las terroríficas entradas de futbolistas duros como Arteche, Aníbal, Benito, Goicoechea (a Maradona y Schuster), Migueli (Bonet y Tahamata) y, en lo que al Dépor se refiere, a la del sudamericano Peña a Valerón y las ya comentadas de los hermanos Hierro a los hermanos González Pérez.  Por otro lado, también es digno de mención para la antología, la enajenación mental que sufrió el madridista Pepe con Casquero.

 

Toda esta violencia, incluida la entrada de Antonio Goicochea a Maradona, parece una broma si la comparamos con la entrada de Fernández a Amancio, probablemente la más salvaje en el fútbol español de los últimos 50 años.

 

Corría el año 1974 y el Madrid iba a Los Cármenes a jugar los cuartos de final de la Copa del Generalísimo, título que luego ganaría en la final frente al Barcelona por 4-0. El Granada tenía tres jugadores que eran el terror de los adversarios. En el centro del campo, como contención, jugaba Montero Castillo (padre del jugador de la Juve, Montero) y por si esto no fuese suficiente, además de los laterales Toni y Falito que eran como látigos, tenía dos escalofriantes centrales: Aguirre Suárez (que en el partido de liga ya había dejado k.o. de un codazo a Santillana y que tenía como tarjeta de presentación el haber estado suspendido durante 1 año en la liga argentina) y Fernández un oriundo con pasado azulgrana. La entrada en cuestión se produjo al borde del área y fue por encima de la rodilla, a la altura del cuádriceps de la pierna derecha. El desgarro producido fue similar a la de la cornada de un toro. La indignación en el fútbol español fue total. Fernández fue sancionado por el Comité de Competición (que entonces sí funcionaba) con 15 partidos y Joselito con una multa por ser el entrenador de un jugador que ya había sido expulsado anteriormente. Lo curioso del caso es que el árbitro del partido, Oliva (del colegio catalán), no mostró ni siguiera la cartulina blanca alegando que se le había pasado al ir a atender a Amancio…

 

A modo de reflexión, creo que sería bueno que el que produce la lesión estuviese sancionado, al menos, tantos partidos como esté fuera de combate el afectado. De haber sido así, Marañón (Sabadell) e India (Zaragoza) no hubiesen vuelto a jugar por haber propiciado la retirada de Clemente y Gárate.

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