Hasta no hace mucho, los españoles en general éramos muy poco dados a hablar del tiempo. Eso del “cambio climático”, como que no iba con nosotros…. Me refiero, claro está, a los habitantes de las ciudades, ya que las gentes del campo sí que estaban siempre muy pendientes del tiempo. Recuerdo la gran difusión que tenía el popular “Calendario Zaragozano”, que se publicaba con carácter anual y que realizaba una serie de pronósticos que, al decir de los paisanos, solían ser bastante acertados. Todavía quedaba lejos eso de las isobaras, la presión atmosférica y otras modernidades que los avances tecnológicos nos han permitido conocer. Sin embargo, en otros países, sobre todo los de influencia anglosajona, el tiempo era un tema recurrente de conversación, sobre todo para el inicio de una charla, el encuentro en un ascensor o en un espacio reducido. Pero aún así, nadie hablaba en público, conocía, o se preocupaba por el tan manoseado “cambio climático”. La gente daba por hecho el cambio de clima más o menos de acuerdo con las estaciones, o con los períodos o ciclos interanuales. Pero la realidad es que esa denominación se ha introducido en nuestras vidas y condiciona muchas de nuestras actuaciones, sobre todo a nivel global. Lo que sí está claro es que el tiempo está loco. Ya no es lo que era. Hoy casi no hay más que dos estaciones, al fundirse primavera-verano y otoño-invierno. Y los efectos son muy visibles. El “cambio climático” ha adelantado la vendimia. Las flores y frutales de mi terraza se han vuelto “tolos”. Nacen flores cuando les peta, e incluso repiten en el mismo año. Mi higuera (en la foto) ha pasado, en el mes de agosto, de quedar sin frutas ni hojas a lucir otras nuevas y hermosas. Tal cual. (Foto: Lajos Spiegel)