Hace unos días, en la ciudad de Sada (La Coruña), me comentaba Santiago Blázquez, destacado hombre de negocios internacionales, que una de las cosas que más le habían impresionado en sus frecuentes viajes mundo adelante fue contemplar las estrellas en Kerman, una ciudad que se encuentra situada al Suroeste de Yazd, en Irán, recomendándome que trate de vivir tan grata experiencia en mi inminente viaje a ese país de “Las Mil y Una Noches”. Y eso me trajo al recuerdo una inolvidable noche que viví en pleno desierto de Australia, cerca de Ayers Rock, el monolito más grande del mundo, en noviembre del 2009. Bajo el curioso nombre de “Sonidos del silencio”, asistí allí a un singular concierto de “Didgeridoo” (una especie de enormes flautas hechas con troncos de árboles, vaciados por las termitas, como el que intento tocar en la fotografía) y a una estupenda cena, con gran despliegue de medios, incluyendo unos grandes generadores para las cocinas, los frigoríficos, y las luces de nuestras mesas, montadas con el más exquisito estilo británico, y con los camareros vestidos de gala. Y todo eso bajo un cielo claro y profusamente estrellado, que luego pude contemplar a través de un telescopio, que estaba algo alejado para evitar la contaminación lumínica, lo que me permitió disfrutar de una soberbia visión del Espíritu del Cielo, la Vía Láctea, La Cruz del Sur, etc. En septiembre de este año estuvo en el Planetario de la Casa de las Ciencias de La Coruña Fabio Falchi, que es un experto de fama internacional en contaminación lumínica y autor del primer Atlas Mundial del brillo del cielo, quien afirmó rotundamente que el mejor cielo está en el desierto de Australia, y también en Namibia y en Chile. O sea que he tenido la suerte de contemplar el firmamento, en todo su esplendor, desde el mejor lugar del mundo. (Foto: Lajos Spiegel)