Visitas a Sheki, Lahij, Shemakha y Maraza, con noche en Bakú, capital de Azerbaiyán
Por Roberto L. Moskowich
Antes de describirles mi jornada de hoy quiero dar las gracias a mi querida amiga Rosa Otero, Presidenta de las Amas de Casa de la Provincia de La Coruña y destacada compañera en el Club de Leones La Coruña-Marineda, por invitarme un año más a la celebración del «Día de la Amistad». Será el día 25 de este mes, y regresaré de este viaje con el tiempo casi justo para poder asistir.
Y como ese mismo día 25 tengo que presentar el «Festival de Corales», organizado por la ACD Faro de Monte Alto, en el Casino de La Coruña, no podré tener una reincorporacion «más mejor » a mis actividades habituales, tras completar 25 días de este sensacional viaje por Asia Central. Mientras el cuerpo aguante….
Hoy me levanté a las 6 de la mañana, porque me esperaba un día de mucha actividad y pasar por las montañas más grandes del Cáucaso para finalizar el recorrido en Bakú, la capital de Azerbaiyán, ciudad que está a 350 kilómetros de Sheki.
Amaneció un día soleado, con 12 grados de temperatura y sin viento. Desayuné en la tercera planta del hotel, con vistas a la ciudad y a las montañas. Por cierto, entre las copiosas y variadas viandas había unos cortos y gordos churros con miel, que estaban muy buenos, pero nada que ver con los que tomo habitualmente en » El Timón», en La Coruña.
Antes de iniciar nuestra larga ruta, hicimos una interesante e ilustrativa visita al Mercado Local, en el que hay todo de todo y ocupa nada menos que cuatro hectáreas. Es un abigarrado, pero ordenado, mundo de cosas y gentes muy diversas, al que dedicamos más de media hora de un incesante caminar entre puestos fijos y ambulantes. Fue una
especie de «baño de multitudes «.
Cuando dejamos el mercado, nos estaba esperando nuestro chófer, Camil, para partir rumbo a Lahij, ciudad que está a dos horas de Sheki. La salida de la ciudad, inicialmente por unas destartaladas calles siguiendo por otras mejores y más ordenadas, fue bastante rápida.
Ya en las afueras de la urbe, pasamos sobre el Río Qurucana. A nuestra derecha, durante unos cuantos kilómetros, nos acompañó un pequeño gasoducto, siguiendo una extensa llanura con bastantes casa aldeanas y rebaños de ovejas con algunas cabras mezcladas.
Debido a media docena de camiones cisterna cargados de gasolina que nos encontramos delante, cuando transitábamos por una buena carretera con un carril en cada sentido, nuestra marcha se ralentizó, mientras atravesamos grandes extensiones de cereales y nos topamos con más rebaños de ovejas, y algunas vacas pastando en las cunetas, en un extenso valle con viviendas de planta baja.
Atravesamos no sé cuántos rios, algunos de gran anchura, pero todos sin agua o muy poca, mostrando unos lechos llenos de cantos rodados que numerosos camiones retiraban para la construcción.
En Topanclay tuvimos que parar un rato para que pasase un grupo de 12 vacas que andaban por libre. Es curioso ver como sortean los coches, sin asustarse lo más mínimo ni alterar sus casinos y pachorrudos pasos.
Llegamos a Gabalá, una ciudad bastante extensa y de casas muy bonitas, la mayoría unifamiliares, que cuenta con una Mezquita bastante grande.
Al final del extenso valle y después de recorrer 98 kilómetros, está Vandám, lugar en el que efectuamos la primera «parada de la meada». Los baños, que apestaban, tienen inodoros de los de «antes de la guerra»: solamente cuentan con una base de loza, con un agujero en el centro, en el que hay que hacer las necesidades en cuclillas. Y, para más inri, no tenían papel….
Seguimos avanzando a través de una zona de grandes bosques, por una carretera de largas rectas y con muy poco tráfico, y llegamos a Ismayilli, cuyas casas son por lo regular de una sola planta. Cuenta con una pequeña fortaleza moderna, jardines y parques limpios y ordenados, destacando el edificio del gobierno regional.
Tras realizar un giro a la izquierda, entramos en una carretera estrecha y sin marcar, con abundantes toboganes y curvas, en medio de tupidos bosques, encaminándonos al famoso pueblo de Lahij. Tuvimos la inmensa suerte de que lucía el sol, porque si llueve está prohibido subir,por razones de seguridad.
Para acceder al pueblo hay que afrontar una subida tremenda, con grandes cuestas, muchas curvas, enormes precipicios, tramos de camino hechos en las grandes y verticales paredes de las casi peladas montañas graníticas y con frecuentes derrumbes, bordeando el casi seco curso de un río de montaña, que tan pronto es muy angosto como de enorme cauce. Y a su alrededor, elevadas crestas que impresionan, pero de indescriptible belleza, sobre todo la actual vegetación otoñal de muy variados y llamativos colores.
Lahij es un pueblo que está situado en las montañas más grandes del Cáucaso. Es famoso por sus artesanías en cobre, y recientemente fue incluido en el Patrimonio de la Humanidad. Con una población en descenso, cuenta con sólo 900 habitantes, después de haber sido más de 13.000 durante el apogeo de la «Ruta de la seda». Son de origen persa, y tienen un idioma propio y diferente a los demás.
Este pueblo data del Siglo VII, el suelo es empedrado y para protegerse de los terremotos las casas tienen unas línea de madera incrustadas en sus paredes. La mayor parte de las casas están muy bien conservadas o restauradas. Tienen varías fuentes por cuyos caños mana el agua fresca y cristalina que baja de las montañas. Una, muy bonita, es del año 1870 y cuenta con un artístico cazo para beber.
Tienen Ayuntamiento propio, dos escuelas, un hospital y tres mezquitas funcionando. A la izquierda de la calle principal, que está llena de tiendas, sobre todo de objetos de cobre, artísticamente trabajados, está el cementerio, en el que los pañuelos rojos que se ven en las tumbas significa que esa persona falleció antes de cumplir 25 años de edad.
Después de visitar varias tiendas y ver algún artesano trabajando, dejamos Lahij bajando por el mismo camino por el que subimos. Tras incorporarnos a la carretera principal, con mejor firme, pusimos rumbo a Xan Bagi, localidad situada a 875 metros de altura, en donde comimos, en un nuevo comedor privado forrado de madera barnizada, y con servicio exclusivo, mis acompañantes argentinos y yo. El menú principal debió hacerlo un enemigo mío, ya que incluía pollo y conejo….
Estábamos a unos 40 minutos de nuestra siguiente parada: Shemakha, adonde nos dirigimos al finalizar el almuerzo. Tras una fuerte bajada, llena de fuertes curvas, volvimos a ascender y vimos a muchos vendedores de granadas al borde de la carretera, antes de incorporarnos a la carretera principal, que era mucho mejor.
Cuando pasamos por Samaxi, que está a 727 metros de altura, el termómetro msrcaba 23 grados y apenas había viento. Es una región de excelentes y ricas tierras, con grandes extensiones de viñedos y frutales.
Y en unos minutos alcanzamos Shemakha, donde visitamos la impresionante Mezquita Juma, que data del año 743. Los terremotos de los años 1859 y 1902 la dañaron gravemente, pero fue estupendamente restaurada en 1965.
Es monumental, está hecha de piedra blanca, muy bien decorada, con grandes y valiosas lámparas de cristal tallado y bonitas alfombras. Unos fuertes tirantes de acero van de una columna a otra, para evitar daños en posibles terremotos.
Y aunque era viernes, día de culto para los musulmanes, apenas había un par de docenas rezando y escuchando la predica del imán.
Y como siempre trato de cumplir las peticiones razonables, antes de abandonar el lugar cogí tierra y unas piedrecitas para llevar a mis buenos amigos Quique Paz y Pedro Puig.
Al dejar ese lugar, entramos en una autovía completamente nueva, que pars nosotros es horrible, ya que no tiene ni un solo viaducto ni túnel alguno. Por eso, nada más dejar Shemakha sufrimos unas pronunciadas bajadas con grandes curvas y contracurvas. Increíble, en una nación tan rica merced a su petróleo….
Seguimos viaje, con poquísimo tráfico, hasta Maraza, donde visitamos el Mausoleo Diri Babá, «El abuelo vivo «, excavado en una gran roca. Está deteriorado porque hace tres años fue atacado por unos fanáticos, diciendo que era un monumento judío, porque en la celosía de una de las ventanas había una estrella de David. El mausoleo data del Siglo IV.
Diri Babá era un ermitaño tan famoso por sus milagros que desató la envidia del Sha Mohamed I, quien lo enterró de pie en la arena, si que la gente pudiese impedirlo. A los tres años, cuando murió el Sha la gente lo desenterró y se del tiraron con l sorpresa de que el cuerpo de Diri Babá estaba incorrupto, por eso le llamaron «El abuelo vivo» y decidieron construir el Mausoleo entre los años 1401 y 1402. Dentro del mismo hay un Corán, una caverna, y la cúpula con una ventana sin destruir. Alrededor de la cúpula hay una terraza.
Terminada la visita, volvimos a la autovía para dirigirnos a Bakú, que está a una hora. Las autovías son gratuitas, carecen de cierres laterales, y la velocidad máxima es de 110 kilómetros por hora.
En nuestro camino vimos soldados cada dos por tres, debido a que iba a pasar el Presidente, lo que me trajo a la memoria la imagen de la Guardia Civil cubriendo las carreteras cuando Franco iba a veranear a La Coruña….
Cuando estábamos llegando a Bakú, dejamos a nuestra izquierda un lago artificial y también la doble vía férrea electrificada. Seguimos bajo un túnel urbano construido en el año 2007, dejamos a la derecha un gran barco-hotel, y sobre nosotros los pasos de peatones acristalados. A ambos lados, muchas y buenas tiendas. ¡Se nota el petróleo por todas partes!. Como en los países árabes, aunque el primer pozo de petróleo del mundo se hizo en Bakú….
Al fin llegamos al estupendo Hotel Central Park, y desde mi habitación de la octava planta, que da a la fachada, veo el mar y una buena parte de la ciudad, teniendo enfrente los tres famosos
rascacielos verdes que imitan lenguas de fuego, el símbolo de Azerbaiyán.
Bueno, por hoy creo que ya está bien. Mañana, más, mientras el cuerpo aguante…. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)