Aunque hacía bastante calor, el cielo amaneció hoy «empedrado», pero no se convirtió en «mojado» como afirma el viejo refrán español. Hasta ahora, en los cuatro países que he visitado (Armenia, Georgia, Azerbaiyán e Irán) tuve la suerte de no tener que soportar ni lluvia no frío, aunque en algunos casos el termómetro alcanzase puntualmente los 35 o 38 grados de temperatura.
A la hora prevista dejamos la bella ciudad de Isfahán. La salida de la zona urbana fue bastante fluida, pese a que el tráfico iba en continuo aumento. Bordeamos el río, dejando a nuestra izquierda el soberbio Puente 33 Pol, del que les hablé ayer. Luego atravesamos la ciudad en dirección Norte, y tardamos 20 minutos en abandonarla.
Olvidé comentarles que aquí se nota bastante la recesión económica, sobre todo en el sector de la construcción. Son numerosos los «esqueletos» de los edificio inacabados o con sólo la estructura. Según Joseito, mi guía, gran parte de la culpa la tienen las mafias constructoras. Tal cual, se lo cuento.
Otro apunte: en Irán, un profesor gana 400 euros al mes, un médico de la Sanidad Pública entre 800 y mil. Claro está que,por ejemplo, en litro de gasolina cuesta solamente 8 céntimos de euro….
Cuando entramos en la autovía el cielo estaba casi completamente despejado y enfilamos un gran valle, flanqueado a la izquierda por una cadena montañosa, y a la altura de Shasinshar atravesamos campos de cereales y pinos.
Circulamos en dirección Noroeste, y a los 40 minutos de viaje pasamos el consabido control de tránsito, que en esta ocasión fue más lento de lo habitual.
Por la derecha nos acompañaron unas peladas y puntiagudas montañas, alcanzando en ese momento los 1.675 metros de altura. Cambiamos en dirección Norte, rumbo a Kashán, que estaba a 153 kilómetros de distancia y era nuestra primera ronda de visitas.
Con sol a tope, tras atravesar varías plantaciones de maíz y legumbres diversas, y cumplir una hora de placentero viaje, hicimos la «parada de la meada». Nos detuvimos en un sitio en medio de la nada, en el que solamente había una gasolinera, una pequeña tienda, y pare usted de contar. Y al lado de nuestro coche, había varios grandes traileres del ejército que transportaban material pesado de combate tapados con unas grandes lonas de camuflaje.
Alcanzamos los 1.802 metros de altura, atravesando montañas mondas y lirondas y continuamos ascendiendo, y al llegar a los 1.902 metros mi GPS detectó nada menos que 12 satélites orbitando.
A partir de los 2.112 metros, iniciamos un fuerte descenso, con áreas de descanso a la derecha y un pequeño oasis, y cerca unas montañas muy viejas y meteorizadas.
Al lado del cauce seco de un río, había pinos y tierras de labradío, y más adelante una gran fábrica de piedras. Nosotros seguimos avanzando por un desierto mondo y lirondo, y bajamos hasta los 1.512 metros, dejando el pueblo de Natanz a la derecha.
De nuevo volvimos a ascender, rebasando unas montañas de tierra completamente amarilla. Nos faltaban 54 kilómetros para arribar a Kashán, y seguíamos en medio del tremendo e inabarcable desierto de retama. Llevábamos dos horas de viaje y hacía mucho calor, aunque menos mal que el cielo se cubrió.
Proseguimos viaje por una sucesión interminable de largas rectas, con amplias y suaves curvas, bordeadas por una zona pedregosa y reseca. Y cuando llevábamos casi tres horas de viaje, cambiamos de Provincia y nuevo control policial sin detener nuestra buena marcha.
Salimos de la autovía y giramos a la derecha, para entrar en Kashán. Al borde de una ancha y larga calle de acceso numerosas banderas negras, pese a que hace un par de días que se había terminado la cuarentena del luto de la conmemoración de la muerte del nieto de Mahoma. Estábamos a 971 metros de altura, y caía una fina llovizna.
Después de casi cuatro horas, por fin llegamos a Kashán, tras un acceso lento a esta antigua y tranquila ciudad del desierto. Mi primera visita fue a una fábrica de perfumes, té y diversos productos relacionados con las rosas, y vi los alambiques que utiizan, a la vez que degustar un sabroso té de rosas, que me hizo recordar el que había tomado en la Patagonia argentina.
De allí me trasladé al Santuario del Sultán Amir Ahmad, que data del Siglo XVII, y en cuya parte superior de la entrada se el símbolo de la monarquía persa. En ese momento, los altavoces lanzaron unos rezos grabados, a toda pastilla.
Al lado mismo se encuentra la soberbia Casa Histórica Tabatabaee, edificada en el año 1834, por una familia de clérigos y comerciantes, y que ocupa una extensión de 4.730 metros cuadrados.
En su gran patio destacan el Pabellón primaveral y el Pabellón otoñal, uno frente al otro. Tiene dos plantas superiores y un sótano llamado «la habitación fría». Cuenta con canales de agua humidificadores que crean una agradable temperatura de 24 grados. Cuenta también con dos torres de ventilación, una en cada esquina, jardines y estanques.
Proseguí el recorrido visitando el Baño del Sultán Amir Ahmad, un museo al que subí a su tejado, que es una preciosidad. Parece sacado de un cuento de hadas u ovnis caídos desde el espacio exterior.
Seguí mi marcha visitando la Mezquita y Madrasa Agha Bozorg, iniciada en el Siglo XVII. Un gran terremoto dañó su cúpula en el Siglo XIX, que está en reconstrucción. Cuenta, además, con dos torres de ventilación. Esta nezquita nos muestra un concepto muy original, pues esta concebida como dos espacios en uno solo. Es la única mezquita de Irán construida en la segunda planta. En el piso bajo está la Madrasa, o Escuela de Teología Coránica, cuyas aulas están en el entorno de un gran patio, que tiene un estanque en su parte central.
Finalizadas estas interesantes visitas fuimos a comer al «Restaurante Melal», a base de un muy completo y variado bufé. El tráfico era bastante lento, y además coincidió con la salida de los colegios.
Sin solución de continuidad, me dirigí al Jardín Bagh-e-Fin, que es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2011. El diseño del jardín es del reinado de Abbas I, su superficie es de forma cuadrangular, y sus medidas son:120×150 metros.
Frente a la entrada está la Mansión de Abbas I, que también fue utilizada para alguna coronación de los Reyes. El agua, un elemento muy presente en la mansión, estanques y jardines, circula por unas conducciones que tienen un diseño único y espectacular, y todos los árboles están clasificados y etiquetados.
Finalizada ese ilustrativo recorrido por Kashán, salimos rumbo a la Ciudad Santa de Qom, distante unos 140 kilómetros. Dejamos atrás un auténtico vergel, y nos metimos de nuevo en el duro desierto, circulando por una gran llanura de largas rectas, y a la entrada de la segunda ciudad santa iraní tuve que subir a un autocar de los dr ese pueblo, ya que por razones de seguridad no permiten entrar coches en la ciudad.
Para subir a la Ciudad Santa hay que utilizar unas escaleras mecánicas. Las mujeres entran por un lugar diferente al de los hombres, y se tienen que colocar una especie de sayones que aparecen talmente la Santa Compaña.
No se puede acceder ni con bolsas ni con mochilas. En la entrada hay un puesto de policías con metralletas, y cámaras por todas partes. Se pasa tras un concienzudo cacheo, y los guías son forzosamente cambiados por los propios del recinto religioso. El temor a un atentado es lo que provoca esas medidas de seguridad, que son una garantía para los visitantes.
El conjunto arquitectónico es de los que quitan el hipo. Desde el primer gran patio se ve la Mezquita, la cúpula de oro, cuatro minaretes y otros dos más por el lugar en que accedí al segundo patio donde está la cúpula hecha con ladrillos macizos de oro, y también es de oro el palco real situado enfrente. En total, según mi guía hay allí más de dos toneladas de oro. Casi nada, vamos.
Desde el tercer patio hay una vista estupenda de la citada cúpula de oro, así como una especie de gran altar plateado, y en un lateral del patio hay dos fuentes de agua fresca y cristalina con gran cantidad de vasos de plástico para beber.
El conjunto religioso de la Ciudad Santa de Qom ocupa una superficie de 12.000 metros cuadrados y está abierto las 24 horas del día. Por cierto, al salir del recinto había un grupo de musulmanes troceando en el suelo un cordero desollado, ante la expectación general, sobretodo de los extranjeros.
Cuando regresaba al coche vi varios kilómetros de la construcción aérea del fallido metro, en el que se enterraron muchos millones de euros. ¡Donde los hay, se malgastan….!.
Regresé a nuestro coche, y cuando alcanzamos la autovía vi una estupenda puesta de sol. Estaba a unos cien kilómetros de Teherán.
La ultima «parada de la meada» la hicimos en el enorme y moderno centro comercial «Mher-o-Mah», que significa Sol y Luna y que tiene la forma de una gran media luna.
Había caído totalmente la noche cuando pusimos rumbo a Teherán, siguiendo una autovía profusamente iluminada. El recorrido hasta la capital fue rápido, pero el cruce de la populosa urbe resultó bastante más lento.
Cuando llegué al «Parsian Hotel», que es muy bueno y moderno, hacia casi trece horas desde que dejé el de Isfahán. Mientras el cuerpo aguante…. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)