De Telavi (Georgia) a Sheki (Azerbaiyán), por Lagodeji, con visita a Kish (Ruta de la Seda)
Por Roberto L. Moskowich
Con el fin de recorrer el centro de Telavi, me levanté tres horas antes de salir del Hotel para trasladarnos hacia el Este de Georgia. La mañana era más bien fresquita, aunque no había viento y el día mezclaba sol y nubes.
Ayer noche, al poco tiempo de haber enviado mi crónica viajera, disfruté desde los ventanales de mi habitación de un bonito espectáculo de fuegos artificiales. Según me dijo Nino esta mañana, eran por la celebración de una boda de alto copete.
La ciudad estaba muy limpia, y se veía orden en sus poco transitadas calles. Mi hotel, el Old Telavi, está en pleno centro, con lo que me resultó muy fácil mi desplazamiento por el centro de la urbe, visitando el Ayuntamiento, la Iglesia de la Virgen María, Correos, el Teatro, la Academia de las Artes y las bien conservadas murallas de la ciudad.
Pero antes de detallarles mis visitas de hoy, quiero dedicar un recuerdo a La Coruña y a sus gentes. Me alegro de que mi amiga Inés Rey, Alcaldesa de La Coruña, asistiera a los actos en honor de la Virgen del Rosario, Patrona de la ciudad, gesto que todos los buenos coruñeses le agradecemos. Y siento que el Deportivo cuente con el enésimo entrenador de los últimos tiempos, aunque considero considero justificado el cese de Anquela, al que nunca vi con la garra y la actitud necesarias para que el Dépor acometiera la ahora ¿utópica? lucha por el ascenso a Primera División, y deseo toda la suerte del mundo a Luis César, su forzado sucesor en el cargo. ¡Forza Dépor!.
Y una aclaración: cuando ayer les dije que había comido en una cas rural no me refería a las turísticas Casas Rurales nuestras, sino a una simple casa de aldea.
Cuando regresé al hotel, tras mi recorrido por el centro de Telavi, ya me estaban esperando Nino y el nuevo chófer. Incluso ya habían cargado mi maleta en el minibús, y sin más demoras iniciamos nuestro intenso programa de hoy, que nos llevaría a la frontera con Azerbaiyán.
Tras rebasar el Río Alazani, atravesamos una gran llanura, en la que había mucho maíz y muchas vacas pastando.
Nos detuvimos en Lopota, lugar que cuenta con un lago precioso, en una zona de grandes y bien cuidados bosques, en la que hay un moderno complejo turístico donde recogimos a los argentinos Héctor y Lilia, cuya compañía me proporcionó una rebaja de 256 euros en el costo total de mi viaje….
Desde allí nos dirigimos a la frontera, que estaba a poco más de una hora de distancia. Al rebasar Shakiani cruzamos el Río Bolja, dejando a la izquierda el complejo eclesial de Gremi, que es del Siglo XVI. Y al sobrepasar el muy ancho y muy seco Río Cheltj, entramos de nuevo en la «Ruta del Vino «, y por la derecha alcanzamos el Lago Ilas.
Por cierto, cada vez que pasábamos por algunos sitios, nuestro chófer se santiguaba tres veces y tocaba una pequeña cruz de madera con una especie de rosario, que colgaba del centro del parabrisas…. y antes de llegar al Río Duruji vi al borde de la carretera, varios puestos de venta de grandes melones.
Seguimos por Kvareli y el ancho y seco Río Bursa, en una zona en la que hay grandes y recientes repoblaciones de viñedos.
Entramos luego en la región de Lagodeji, próximos a las montañas, dejando a nuestra derecha una fábrica de cemento. Seguimos avanzando y cruzamos el amplio y seco cauce del Río Kabali, mientras al borde del la carretera nos flanqueaban las tuberías de gas que, como dije ya, llega hasta los últimos pueblos.
En Batsubani entramos en una zona montañosa, y en la carretera abundan las curvas cerradas. El ascenso es bastante pronunciado, y la ruta es de doble dirección.
Tras un fuerte descenso hasta el valle, en Niningori vi muchos árboles frutales y cuando alcanzamos el Río Ninoskhevi mejoró bastante la irregular calzada.
La «Ruta del vino» nos persiguió hasta Lagodheki, o Lagodeji, ciudad fronteriza con Azerbaiyán a la que llegamos a las 11.45 horas. Un par de perros saludaron nuestra presencia, y habia muy poca gente para cruzar el puesto fronterizo, la mayoría gentes que van de un lado a otro con pequeños contrabandos, especialmente tabaco.
Antes de pasar a Azerbaiyán, me despedí de Nino, al tiempo que saludaba a Nizani Suleimanov, que habla un español casi perfecto y, según nos demostró, conoce muy bien su oficio de guía turístico.
El paso de la frontera fue un auténtico coñazo, y tardamos más de media hora en realizarlo. Acompañados por los perros y tirando de nuestros equipajes, atravesamos a pie un largo, viejo y cotroso puente de cemento, sobre un río bastante ancho pero con muy poca agua. En el medio del seco cauce, una manada de vacas marelas se afanaban en buscar dónde beber.
Desde la barrera de Georgia hasta la de Azerbaiyán caminamos nada menos que 800 metros cuesta abajo, con las rodantes maletas, por un largo y estrecho pasillo.
Tras pasar el lento control de pasaportes y el de equipajes, al fin salimos y accedimos al minibús que nos llevará de un lado a otro del país. Aunque se lo pedimos el guía y yo, el oficial de policía se negó a sellarme el pasaporte tras los últimos sellos estampados, poque e esa hoja figuraban los de Armenia…. La fobia es tal que si en los equipajes detectan algo con ese nombre lo requieran. ¡Menos mal que no me vieron la camiseta, una muñequita, los imanes y la campanilla….!.
Aunque el país oficialmente es laico, hasta un 95 por ciento de la población es musulmana. El país tiene solamente diez millones de habitantes, y un tercio de ellos viven en la capital, Bakú, que está muy europeizada y es la capital más baja del mundo, mientras La Paz (Bolivia) es la más alta. Curiosamente, en Irán, en la parte que fue de Azerbaiyán, viven nada menos que 25 millones de azerbaiyanos.
Azerbaiyán, que en idioma persa moderno, significa «La tierra del fuego», celebrará el día 18 de este mes la Fiesta de la Independencia de Rusia, en 1991.
El idioma es muy parecido al turco. El gas y la electricidad son muy baratos, lo mismo que la gasolina, que cuesta 30 céntimos de euro el litro, y el paro es de solamente el 3 o el 4 por ciento.
Tras dejar atrás el pueblo fronterizo de Balakán y el anchísimo y sequísimo río del mismo nombre, entramos en una autovía muy buena, aunque no nos duró mucho.
Mientras íbamos camino de Sheki, que está a unos 150 kilómetros de la frontera y cuyo recorrido lleva casi tres horas, y atravesábamos una zona montañosa, con buenos praderios y ganado, Nizani tocó el tema del fútbol y hablamos de la reinte derrota (4-0), en La Coruña (España), de su Selección Femenina, así como de las sorprendentes gestas ante el Atlético de Madrid.
En Zaqataba, un pueblo de 2.000 habitantes que está en un largo valle que tiene cereales, ovejas e innumerables nogales, cuyas nueces venden directamente a Rusia, paramos para comer un abundante menú típico del lugar, en el estaurante de carretera «Naib Bulaq». Dedicado a mis amigos gastrónomos, reseño su abreviada composición: sopa de arroz, con patatas y hierbas varias; chorizos fritos de carne de oveja; pollo asado, con salsa; pimientos y tomates asados y pelados; yogur de cabra; tomates y pepinos frescos; sabrosas y gruesas patatas fritas; manzanas, melocotones, naranjas y uvas; pan tipo tortitas gruesas; y un estupendo té negro, endulzado con mermelada de pequeñas ciruelas enteras, que se aplastan, y que se comen al terminar de beber la infusión. ¡Casi nada!.
Al finalizar la copiosa comida, reemprendimos nuestro camino a Sheki, cuando estábamos casi a mitad del mismo. Pasamos Qash, ciudad de 5.000 habitantes, situada en una zona agrícola-ganadera e la que abundan los patos callejeros y la miel.
En Lalapasa atravesamos la vía del tren, si barrera alguna. Y determinamos que, para ganar tiempo, las visitas las hariamos antes de alojarnos en el hotel de Sheki, una ciudad de 200.000 habitantes.
La primera visita fue al precioso Palacio de Verano de Sheki Kans, rodeado de una muralla muy bien conservada, que hace un mes ha sido declarado Patrimonio
de la Humanidad. Es del Siglo XVIII, cuyo sultanato se inició en 1743.
En la parte baja destacan las vidrieras de colores hechas a mano. Las de la parte baja, con filigranas, son de Murano (Venecia-Italia) y las de la parte alta son de Ural (Rusia). Cada metro cuadrado de vitraicos está integrado por nada menos que 14.000 piezas.
El techo es de mosaicos de madera, y todas las estancias tienen unas curiosas y eficaces chimeneas de ventilación.
La escalera de subida al piso superior, de elevados peldaños, es de madera y piedra, y nos lleva a la sala en la que se reunían las mujeres, que es una auténtica preciosidad.
Al lado está el gran salón de recepciones. En sus paredes hay representaciones de batallas, con diversas banderas y estandartes, entre las que está la de Aragón (España). Es una estancia llena de elementos simbólicos, como el de la vida nueva. El símbolo de este Palacio es el pavo real. También están el árbol de la vida y el símbolo del fuego, entre otros.
Cerca del Palacio hay un gran edificio redondo, que fue mezquita, luego iglesia ortodoxa rusa, y ahora museo.
Luego visitamos el taller de los vitrales de shebeque, donde se ensamblan las famosas vidrieras de Sheki, hechas a mano. Allí nos recibió el famoso arquitecto Rasulov Tofiq, que fue el que restauró las vidrieras del Palacio, recibió numerosos premios y fue saludado y felicitado por numerosos mandatarios y jefes de estado. En el local donde trabaja vivían los soldados rusos en 1813…. y su coche es un soviético «Lada» de casi 40 años.
De allí nos fuimos a visitar el Karavansarai (lugar donde paraban las caravanas de la «Ruta de la seda») del Siglo XVIII, hoy convertido en hotel. Está restaurada completamente, tiene un gran patio, dos pisos, un bonito jardín y una Casa de té.
A continuación nos desplazamos hasta el pueblo de Kish, que está en una elevada colina, a unos 8 kilómetros, para visitar la Iglesia más antigua de Azerbaiyán y una de las más antiguas del Cáucaso. Para ello tuvimos que cambiar de coches, ya que nuestro minibus no cabe por las estrechas calles, que son muy empinadas y de irregular y muy resbaladizo adoquinado. Pero antes pasamos por el nuevo puente que hay sobre el Río Kish, tan ancho como seco.
La «Kis Alban Mabadi» fue una iglesia cristiana, construida entre los siglos I y V, que hoy está convertida en un Museo muy interesante. Allí vi que la llamada Albania Caucasiana ocupaba un territorio inmenso en el que vivían 26 tribus. En invierno, en la Iglesia y en esa zona la nieve alcanza más de metro y medio de altura.
El descensi6lo hicimos a diez kilómetros por hora, ya que a causa de la llovizna los desgastados adoquines estaban peligrosamente resbaladizos.
Y después de dejar mi maleta en la habitación del «Boutique Hotel Min Ali», un acogedor edificio del año 1896, me desplacé hasta la cercana y grande Mezquita Tjuma.
Y ya de regreso, tras completar una larga e interesante jornada, y de refrescarme un poco, les dedico esta nueva crónica viajera. Espero sea de su agrado, y seguir contándoles más cosas mañana. Mientras el cuerpo aguante…. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)