Como les comenté, ayer di por rematada mi larga serie de artículos titulados “Parte de Guerra”, ocaso literario que coincidió con el final del “Estado de Alerta”, iniciado el 14 de marzo. Fueron en total 100 días exactamente, y como hoy entramos en la denominada “Nueva Normalidad” es por lo que rotularé así mis informaciones, hasta que cese oficialmente la pandemia originada por el maldito Coronavirus.
He recibido muchos correos, mensajes y guasapos en relación con mi “Parte de Guerra” en el que les dije que mi relato “El desvirgue de una ingenua” forma parte de un “Libro del Amor” que, coordinado por Antonino Nieto, había sido presentado en Madrid poco antes de la declaración del “Estado de Alarma”, pandémica situación que impidió su presentación en “El Corte Inglés” de La Coruña y en muchos otros lugares.
Entre los comentarios recibidos figura el de R. G., que me dice: “Si quieres aprovechar mi escrito, no me menciones, no porque me dé vergüenza ni pudor, es que aún hay cabestros que pueden mal interpretar mi opinión. Y este es el texto: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?. Este título de película me viene al pelo para tu tema de amor de hoy.
“Pienso que somos una generación con una malísima educación sexual, que buscando el amor a ciegas nos llevamos golpes por todos los lados y tengamos el cuerpo lleno de cicatrices y moratones.
“Se solía decir entonces que no había mujer frígida sino hombres inexpertos. Y puede que Mary Conchy fuera una frígida con un hombre que no sabía, pero tal vez Mary Conchy estaba marcada a fuego con una represión como la copa de un pino, igual que la mayoría de las mujeres de una época, y nunca se atreviera a sentir su cuerpo, a conocerse a sí misma.
“También hay la posibilidad que se hubiera embarcado en un matrimonio sin estar enamorada y sólo se dejara llevar. En ese caso puede que no anduviera buscando más estímulos sexuales, sino simplemente alguien de quien enamorarse. Y por lo que cuentas, ese no debías de ser tú.
“Hablando de la mala educación sexual de las mujeres de aquellos tiempos te cuento una experiencia triste: escuchar algo a otra Mary Conchy soltera que a estas alturas llegó sin experiencia que no conozca su fisiología y cuando le explicas algo elemental de cuidado personal te contesta: “Es que no sé cómo soy, como nunca tuve pareja…».
“Y no te digo nada de nuestros novios de aquella época de represión, que aprendían con mujeres de prostíbulos la mecánica del sexo. El amor es otra cosa, es descubrirse el uno al otro, desnudarse por fuera y por dentro, dejar que el tiempo pase, que fluya el momento.
“Sólo en esa relación íntima sin tapujos ni complejos se alcanza la máxima dimensión del sexo, y no siempre copulando. Por suerte para nosotras, y para la pareja, hoy es la mujer la que lleva el ritmo en una relación, y sabe distinguir lo que vale o no vale la pena. Y los hombres inteligentes lo encajan a la perfección, otros se sienten en inferioridad, un problema para ellos.
“Un buen tema para debatir, da para sesiones muy largas… Puede que aún se llegue a tiempo, la sexualidad dura lo que la vida”. Con la perspectiva que me ofrece mi dilatada experiencia amatoria, avalo lo que dices mi querida amiga. Besos.
Tal como les prometí en mi “Parte de Guerra” de anteayer, hoy les ofrezco el jugoso y ameno texto que bajo, el título “Más dichos dichosos sobre la Justicia”, me remitió mi buen amigo José-Manuel Liaño Flores, ex Alcalde de La Coruña:
“Soltar una filípica”, es una denominación debida a Demóstenes, político ateniense, en sus discursos contra Filipo II de Macedonia, que Cicerón recordó en sus anatemas contra Marco Antonio; que seguimos usando habitualmente, para designar aquellas palabras de censura, en cualquier ámbito –lenguaje corriente, político o jurídico-, convertidas en sinónimo de recriminación, correctivo o amonestación.
“Costar un triunfo”, oímos decir con frecuencia cuando se consigue algo, en nuestro caso una sentencia favorable, para lo que tuvimos que esforzarnos mucho. Esta frase refiere una costumbre de la antigua Roma consistente en una procesión que se realizaba a través de sus calles cuando se homenajeaba a una persona, especialmente a un general que hubiera obtenido una gran victoria militar.
“Obtener una victoria pírrica”, como algo que se consigue después de árduos trabajos y a un coste tan elevado que casi hubiera sido mejor no obtenerla. Me la remite un compañero con referencia a un pleito de reclamación de cantidad que al final la cifra estimada fue tan reducida que no compensó los gastos del proceso.
“Estar en Babia”, como si en el asunto que nos preocupa estuviéramos con el pensamiento muy distante o sin saber una palabra de lo que se trata. La versión más ajustada a la realidad es la de que los Reyes de León gustaban de pasar largas temporadas de verano en Babia, un valle placentero, huyendo de las intrigas de la Corte, por lo que “estar en Babia”, era dar a entender el Rey que no quería saber nada de nada.
“Pasar por las horcas caudinas”, es frase que se utiliza cuando a una persona se le obliga a llevar a cabo de forma humillante algo contrario a su voluntad. Su origen viene de la batalla entre los romanos contra los samnitas, siendo derrotados aquellos, a los que perdonaron la vida éstos, pero les hicieron pasar bajo un yugo o lanza colocada transversalmente, despojados de sus armas y desnudos. El Diccionario de la Real Academia la define así: “Sufrir el sonrojo de hacer por la fuerza lo que no se quería”.
“Ahí me las den todas”, expresión que usamos cuando no nos importa nada de los contratiempos que reciben otras personas, como pudiera ser la sentencia desfavorable en el juicio de otro compañero. El origen de este dicho está en que el Alguacil de un Corregidor, tiempo ha, le manifestó que la orden de ejecución que había llevado contra un particular, además de no acatarla, el ejecutado, le estampó una gran bofetada en la cara, que el Alguacil opinaba que, si en su actuación iba representando al Corregidor, la bofetada era para éste. La respuesta del Corregidor no se hizo esperar: “Pues ahí me las den todas”.
El uso de estas expresiones y otras más en las conversaciones depende de la profesión o actividad que cada uno ejerza, y de la cultura del que habla o con quien se habla, sin incurrir en pedantería porque “Quid natura non dat Salmantica non prestat”. José Manuel Liaño Flores. Abogado, Juez jubilado y Académico”. Muchas gracias, por esta amena y esclarecedora aportación literaria, querido José-Manuel.
Y finalizo por hoy. Prometo seguir publicando más crónicas de esta “Nueva Normalidad”. ¡¡¡Mientras el cuerpo aguante!!!. (Fotos: Lajos Spiegel)