El fin de semana pasado tuvimos la oportunidad de presenciar dos de los duelos futbolísticos con más solera en el calendario nacional. Por una parte los dos grandes gallegos y por la otra las dos potencias del fútbol europeo. Dos partidos diametralmente opuestos pero que nos dejan alguna enseñanza digna de reseñar.
En el Bernabéu saltaron al campo 22 de los mejores jugadores del mundo pero sólo se vio a un equipo, el Barcelona, que borró del terreno de juego a un pésimo Real Madrid. En Riazor las dos escuadras gallegas pusieron emoción a un derbi muy disputado.
Las diferencias se vieron desde el banquillo. Si Benítez descargó la responsabilidad en sus estrellas más rutilantes sin pensar en quién tenía enfrente, Víctor Sánchez del Amo demostró que un entrenador puede mejorar las prestaciones de su equipo sabiendo desde el principio a qué conjunto se enfrenta.
El técnico madridista optó por situar en el campo a los once fichajes más caros, algunos de los cuales estaban poco rodados tras salir de una lesión, caso de Benzema, tocados (Ramos), en mal momento de juego (Kroos, Ronaldo), desaparecidos (Bale), o que todavía no han llegado (Danilo); traicionando ciertos planteamientos más prudentes que acompañaron sus alineaciones desde que llegó a Madrid, como situar a Casemiro en tareas de contención en medio campo. Al margen de estas variaciones, el equipo estuvo mal plantado en el campo, con una defensa que naufragaba y con esa desconexión entre líneas que arrastra el Madrid desde la temporada pasada. Cuando coinciden juntas todas estas circunstancias hay que mirar directamente al banquillo porque la falta dirección y estrategia tiene nombre y apellido.
En el lado opuesto, el entrenador blanquiazul hizo un ejercicio de valentía y asumió riesgos, dándole a Alex Bergantiños -que apenas había aparecido en las alineaciones desde el comienzo de la competición-, la responsabilidad de suplir a Borges. Sorprendió a la afición al no ver a Fayçal en el once titular y si a Jonathan Rodríguez formando pareja con Lucas. Pero sin duda su mayor acierto fue maniatar al Celta con una presión constante que desactivó su línea ofensiva, la más determinante de los vigueses en este curso. Un planteamiento que pudo haberse trastocado si Nolito marca el penalti pero que no desluce la impecable la apuesta táctica del míster.
Dos entrenadores y dos equipos bien distintos. En uno la toma de decisiones las asume el técnico y en el otro influyen una serie de condicionantes que estrechan el margen de maniobra de un míster que no es capaz de enamorar a la grada ni a los jugadores y que actúa bajo la estrecha vigilancia de un presidente más pendiente del marketing que de armar un equipo de fútbol.
Mientras tanto el Deportivo de este año camina con paso firme en la competición sin perder de vista su principal objetivo que no es otro que la salvación pero a sólo dos puntos de los puestos que dan acceso a las competiciones europeas. Y la mejor sensación: este año el Depor puede competir con cualquiera.
pgarcia_ramos@hotmail.com