Empezaré por decirles que yo no soy un experto en geología o ciencias afines. Pero sí soy un gran aficionado y amante de todo lo relacionado con el cosmos, especialmente en lo que atañe a la Tierra en la que vivimos. Viene esto a cuento por los dos grandes terremotos registrados días atrás: uno en Italia y el otro en Birmania (hoy República Democrática de Myanmar). Para nosotros, los occidentales, ha tenido mayor repercusión mediática el de Italia, sobre todo por el elevado número de víctimas mortales producido, además de los cuantiosos daños de tipo material. El de Birmania se produjo en la impresionante zona arqueológica de Bagán, región que he recorrido hace unos meses, y aunque apenas hubo víctimas los daños en templos y estupas (la mayoría del Siglo XII) han sido muy importantes. Entre los 230 edificios históricos dañados se encuentra el Templo Sulamani, edificado en el año 1174, ante el que aparezco en la fotografía. Pero es que nuestra madre Tierra continúa desarrollando su multimillonario ciclo existencial, y los terremotos son una prueba de ello. Se producen por el choque de las placas tectónicas, dejando a veces grandes muestras en la superficie del planeta, como es el caso de las enormes simas que he visto en varios lugares de Islandia, donde confluyen las placas tectónicas americana y euroasiática; los montes Himalaya (Tíbet y Nepal), que también visité, surgieron de un choque brutal de placas; y la preciosa Bahía de Halong (Vietnam), donde estuve hace unos meses, es el producto del dantesco hundimiento de unas montañas tan altas como el Everest, cuyas cimas son ahora sus 3.000 bellas islas e islotes. Tal cual. (Foto: Lajos Spiegel)