La jornada deportiva se presentó de forma amistosa, entrañable y muy cordial. El campeonato de liga había finalizado y el Real club Deportivo, que militaba en Segunda División, lograba un nuevo ascenso a primera de la mano de Pedro Eguiluz. Por su parte el F.C. Barcelona había finalizado el campeonato en segunda posición, a tres puntos de su eterno rival el Real Madrid. La selección Nacional, después de haber perdido contra Inglaterra en partido de ida, en el legendario Wembley por un tanto a cero, preparaba en Madrid el choque de vuelta de los cuartos de final de la Eurocopa de Naciones cuya fase final se jugaría en Italia en ese mismo año.
La tarde primaveral y soleada de aquel domingo cinco de mayo, invitó a que acudiesen a Riazor numerosísimos aficionados a presenciar el encuentro de carácter amistoso entre el Deportivo de La Coruña, y el Barcelona C. de F. El partido en cuestión se enmarcaba dentro de las cláusulas fijadas como compensación por el traspaso del jugador del Deportivo, Carlos Pellicer al Barcelona que se había hecho efectivo en el verano de 1967. Nadie esperaba que un encuentro que se inició con las mejores perspectivas, finalizase envuelto en una serie de lamentables y desagradables incidentes.
Antes del inicio el partido que se disputó en un campo pesado y muy resbaladizo debido a la abundante lluvia caída en la ciudad los días anteriores al encuentro, el capitán del Barcelona, Fernando Olivella, obsequió con una placa al capitán del Deportivo, Manolo Loureda, como felicitación por el ascenso a primera del club herculino.
Bajo la dirección del colegiado coruñés, señor Moreda, al que acabaría yéndosele el partido de las manos, los equipos formaron inicialmente así: Deportivo: Joanet; Aurre, Campanal, Domínguez; Sertucha, Manolete; Ribada, Loureda, José Luis, Morilla y Beci.
Barcelona: Reina; Borrás, Olivella, Torres; Pellicer, Fernández; Oliveros, Pereda. Zaldúa, Fusté y Rexach.
Se inicia el encuentro con dominio del Barcelona. A los veinte minutos de juego, el coruñés Pellicer centra un balón que Carlos Rexach remata de forma admirable de cabeza y de manera imparable batiendo a Joanet y haciendo subir al marcador el primer gol de los azulgranas.
Tres minutos más tarde el balón llega a poder del propio Rexach que desde muy lejos, lanza un tiro sensacional que bate de nuevo a Benito Joanet, estableciendo el dos a cero a favor del equipo catalán.
A partir de aquí, el, Barcelona baja el ritmo de juego y es el Deportivo quien reacciona pasando a dominar y a inquietar a Reina. Cuando se cumple la media hora de juego, Zaldúa, lesionado, se retira entrando en el campo Vidal. En ese pequeño desconcierto barcelonista de ajustar posiciones, la pelota llega a los pies de Manolete que la impulsa con mucha fuerza hacia puerta. El balón toca en el pie del defensa Fernández y adquiere un efecto raro que descoloca a Reina batiéndole y colocando el dos a uno en el marcador, resultado que había de perdurar ya hasta el final del encuentro.
Al iniciarse la segunda parte se registran varios cambios en el Deportivo. Giráldez sustituye a Joanet, Isidro y Goñi a Aurre y Domínguez y Pedernera a Morilla. Por su parte el Barcelona sustituye a Oliveros por Pujol.
En el minuto treinta y nueve llegaría la jugada clave que marcaría el desenlace del encuentro. El jugador del Barcelona, Chus Pereda de malas maneras envía el balón contra con el árbitro Moreda, el cual, que ve en la acción intencionalidad, expulsa al delantero barcelonista. En aquellos años aun no existían las tarjetas pero el árbitro podía expulsar a jugadores del terreno de juego. Pereda se niega a abandonar el campo y los jugadores del Barcelona se arremolinan en torno al árbitro empujándole y tratando de intimidarle. El defensa del Deportivo Campanal, que trata de imponer paz, es agredido por detrás por el delantero Luís Vidal y allí formose la de Troya. Dio comienzo una auténtica batalla campal entre unos y otros en la que el fornido Campanal, propina una gran cantidad de puñetazos que impactan en Borrás, Reina, Fernández, Fusté y Olivella, quien sufre una gran brecha en uno de sus párpados. Olivella fue una víctima inocente, puesto que el capitán barcelonista sólo trataba de apaciguar los encendidos ánimos de los demás jugadores.
Ante la sorpresa general, los azulgranas abandonan el terreno de juego y se retiran a los vestuarios. Una vez en ellos las directivas de ambos equipos tratan de serenar los ánimos y quince minutos más tarde, cuando ya muchísimos aficionados habían abandonado el estadio, se reanuda el partido para jugarse los últimos cinco minutos con diez jugadores en las filas del Barcelona y donde además Zabalza sustituye a Fusté que se negó a continuar jugando si la hacía Campanal. En esos últimos minutos el Deportivo a punto estuvo de conseguir el empate al estrellar José Luis un balón en el larguero.
Marcelino Vaquero “Campanal II”, era un magnífico atleta. Realizaba los cien metros en diez segundos, y estaba dotado de un poderosísimo salto de cabeza. Era un ganador nato, un bravo jugador que no permitía que le ganasen ni al parchís. Su sangre caliente ya le había jugado alguna que otra mala pasada. Una muy sonada fue aquella que defendiendo los colores de Sevilla y disputando un encuentro en Oporto, Campanal terminó en la cárcel.
El partido en cuestión era de carácter amistoso entre el Oporto y el Sevilla pero el ambiente, sobre todo en los jugadores portugueses, estaba muy caldeado, debido a la grave la lesión que pocos días antes había sufrido su jugador Duarte en partido jugado contra el Español de Barcelona. La enorme rivalidad hispano-portuguesa, muy en boga en aquellos años, llenó de tirantez y nerviosismo aquel encuentro amigable. Una jugada intrascendente entre el defensa sevillista Santín, que cargó sobre el jugador portugués, Morais, fue la chispa que encendió la gran hoguera de la bronca. Teixeira, delantero centro portugués, sin mediar palabra agredió a Santín, dando comienzo a una gran trifulca. Las fuerzas de policía tuvieron que saltar al campo y el árbitro dio por terminado el partido. Los jugadores del Sevilla corrieron hacia los vestuarios a excepción de Campanal, que se hizo con un banderín de córner con el que repartió estacazos a diestro y siniestro entre quienes pretendían atacarle. Al final la policía portuguesa logró reducido y lo ingresaron directamente en un calabozo, donde pasó dos días. Las buenas maneras y la diplomacia del embajador español, José Ibáñez, hicieron el resto y Campanal quedó en libertad después de abonar una fuerte sanción económica.
En 1957 el Real Madrid de Di Stefano y el Sevilla se enfrentaron en cuartos de final de la Copa de Europa. En el partido de ida el Real Madrid le hizo un roto al Sevilla y le metió ocho goles. Campanal fue expulsado por agredir a Marsal que antes había escupido a la cara del defensa sevillista. La vuelta intranscendente finalizó con el triunfo del Sevilla por dos a cero. Pero en el subconsciente de Campanal quedó aquella afrenta del Real Madrid. Esperó a una nueva ocasión de volver a enfrentarse al equipo madrileño, cosa que sucedió el último día del mes de agosto de ese mismo año, en la final del Trofeo Carranza de Cádiz. Un gol de Di Stéfano, puso a los blancos con ventaja. A punto de finalizar la primera parte se produce un enfrentamiento muy violento entre todos los jugadores. Marquitos realiza un sucia y fea entrada a Arza, que es replicada por Campanal con otra violentísima sobre Santisteban, que era un muchacho delgadito, el más joven del equipo merengue. Bronca monumental, bofetadas de un lado y de otro. Un espectáculo lamentable. El árbitro, Blanco Pérez expulsa a Campanal, pero este se niega a irse, pidiendo que también sea expulsado Marquitos.
Ya defendiendo los colores del Deportivo -donde jugaría dos temporadas con el menisco roto-, otra vez el Madrid sacaría de sus casillas al bravo defensa asturiano. El club blanquiazul se mediría en el Trofeo Teresa Herrera, al Real Madrid, que se había proclamado campeón de Europa al derrotar por dos a uno al Partizán de Belgrado, consiguiendo así para sus vitrinas, la sexta copa de Europa.
El Jefe de Estado, Francisco Franco, presenció aquella gran final, celebrada el domingo 21 de agosto de 1966. Con un arbitraje lamentable e inadmisible del asturiano Mariano Medina Iglesias, el Madrid derrotó al Deportivo por dos goles a cero. El trencilla, que tenía especial inquina hacia el Deportivo, fue excesivamente tolerante con el juego duro del Real Madrid en especial de De Felipe y Pachin. En cambio se mostró inflexible en la expulsión de Campanal, dejando al Deportivo en manifiesta inferioridad. Medina Iglesias ya había protagonizado un escándalo de importante magnitud en la temporada 1964-65, cuando de forma descarada influyó decisivamente en la derrota del Deportivo ante el Atlético de Madrid en partido de liga, expulsando de forma injusta a Loureda al que le cayeron de sanción doce partidos.
El encuentro se desarrollo sin incidencias hasta bien entrado el segundo tiempo. Una jugada en la banda, protagonizada por Amancio y Veloso, ambos ex jugadores del Deportivo, desencadenó la polémica. Los jugadores madrileños pretendieron con un caño humillar a Campanal que respondió con una entrada viril que Amancio teatralizó en exceso, dando con el defensa blanquiazul en los vestuarios ante la gran protesta del público. Campanal se negó a abandonar el terreno de juego y tuvo que ser el delegado de campo quien lo convenciese para ello, no sin antes calentarle la cara a Veloso.
Marcelino Vaquero González del Río “Campanal II”, que defendió en once ocasiones la camiseta de la selección nacional de España, será recordado por su nobleza, entrega, bravura, virilidad -en algunos casos dureza- y sobre todo por los duelos espectaculares que protagonizó con el extremo más rápido de Europa, Paco Gento, superándole en más de una ocasión en aquellas carreras impresionantes. Hoy aquel defensa que tomó su nombre deportivo de una marca de Fabada de su tierra, vive feliz en Avilés, cosechando todo tipo de éxitos atléticos en pruebas para veteranos.
Calin Fernández Barallobre