La era digital impulsó el coleccionismo, debido a la facilidad de comunicarse por Internet. Eso permite que gentes de lugares muy distantes adquieran o intercambien todo tipo de cosas. Yo soy, desde muy joven, un coleccionista de objetos muy variados. Algunos de valor material, y otros menos. Hasta hace unos años tuve una valiosa colección de sellos de todo el mundo, y también una de monedas, otra de pines y una de banderines. Los sellos se los regalé a mi hijo, las monedas a mi nieto, los pines al fotógrafo Pepe Varela y a Amparo Roquer, compañera en el Club de Leones, y los banderines al árbitro de fútbol Rubén Lago. Conservo las de búhos, campanillas, imanes, y recuerdos de muchos lugares que visité en los numerosos viajes realizados a lo largo de mi ajetreada vida, entre los que están un buen número de pequeñas piedras traídas de monumentos, volcanes, playas, desiertos, cuevas, islas, caminos, etc. Y eso me trae el recuerdo de los pequeños trozos de madera que durante varios años traje de sitios tan diversos como Islandia, Australia, Perú, Israel, Argentina, Nueva Zelanda, Hungría, Brasil, Palestina, Austria, Venezuela, Tíbet, Eslovaquia, Nepal, Jordania, Italia, Ucrania, etc., para ser quemados en las exitosas fallas de Hogueras de San Juan, de La Coruña, gran evento de Interés Turístico Internacional. Desde hace años, cuento con varios “clientes coleccionistas” (H y M) que me piden les traiga diferentes cosas de mis viajes. Entre ellos, figura mi buen amigo el excelente tenor coruñés Enrique Paz Escudero (con quien aparezco en la foto), al que en esta ocasión le entregué 6 piedras procedentes de: Volcán Chimborazo y Mitad del Mundo (Ecuador), Tiahuanaco e Islas del Rosario (Colombia), y Valle de la Luna y Salar de Uyuni-Isla Incahuasi (Bolivia). Tal cual, se lo cuento. (Foto: Lajos Spiegel)