Así podríamos comenzar este comentario sobre la obra expuesta por el pintor Fernando Rivera en la Asociación de Artistas de la Coruña. Enamorado de su tierra, nos muestra el artista una visión especial de ésta con unas imágenes llenas de magia. En la obra de Rivera no existe la improvisación, es una obra pensada, con poso, poseedora de esa pátina que da el tiempo dedicado al estudio del motivo a plasmar; sus paisajes nos hablan de amaneceres u ocasos brumosos; sus bosques evocadores de mil relatos, donde no falta el misterio, la imaginación del contemplador de su obra en un paseo por sus intrincados rincones, se imagina escenas de viejos druidas o encantadores de soñadoras jovencitas, todo ello envuelto en brumosos celajes. Sus playas invitan al paseo solitario y pausado, inmerso en soliloquios de gran calado filosófico, arrullado por el rumor quedo de ese mar en calma; cuyas olas en un rizo primoroso vienen a morir en la playa emitiendo un dulce sonido. La sensibilidad a flor de piel hace que el pintor nos muestre su mundo interior y con sutileza nos introduzca en él a través de una obra con sello celta, ya que, paisajes y marinas de esta tierra mágica que es Galicia constituyen sus grandes fuentes de inspiración. Rivera consigue captar y trasladar al lienzo momentos de paz que emanan de un perfecto equilibrio de alguno de esos instantes de vida, donde sobran las palabras porque no hay necesidad de llenar ningún vacío, ya que la plenitud del paisaje forma un todo con el instante presente, una sensación que se revive cada vez que el observador se sumerge en la profundidad luminosa del buen hacer de este pintor, la profundidad y la perspectiva nos transportan a unos campos donde los árboles son los protagonistas de sus lienzos en los que, los primeros planos se distinguen de los segundos de forma insinuada. En fin, nos encontramos con la obra de una persona sensible que tiene algo que transmitir a todo contemplador de Arte; obra que engancha sin más,