La renuncia de Gerard Piqué a la selección española de fútbol pone fin a un desgraciado cúmulo de desencuentros entre una parte demasiado vehemente de la afición y el jugador. Bien es cierto que estos incidentes se pudieron haber atajado en su momento con una participación activa por parte de la Real Federación Española de Futbol (RFEF) o, si me apuran, del propio Piqué.
Es difícil analizar este caso sin tener en cuenta el contexto que envuelve la situación de Cataluña en el panorama político español. Las ansias soberanistas de una parte de la población han generado, y todavía ocurre, un enfrentamiento con el resto de españoles partidarios de un país unido. Una brecha que no tiene visos de cerrarse en muchos años.
Tampoco a nadie se le escapa que Piqué representa un símbolo para la afición culé, capaz de provocar los peores sentimientos entre la parroquia no barcelonista, léanse huestes madridistas y sucedáneos. La actitud que ha tenido el jugador, siempre abanderando la bronca contra el eterno rival a la mínima oportunidad que se le presentara, han marcado su imagen pública.
Se queja el barcelonista de los pitos que recibió en los campos de futbol españoles cuando defendía la camiseta roja. Gestos que merecieron el reproche de determinada prensa deportiva así como de una parte de la afición le recriminaban su escaso compromiso con la selección. Lo cierto es que se acumulan en su persona una serie de circunstancias casuales (desde el escupitajo al vicepresidente de la RFEF mientras celebraba el título de campeón del mundo, pasando por la supuesta peineta mientras escuchaba el himno nacional, hasta el último corte de mangas de su camiseta para que no apareciera la bandera española como lucían muchos de sus compañeros) que juntas apuntan a un personaje caprichoso y muy poco dotado para soportar as críticas por inexplicables que resulten.
Puede que sean una acumulación de casualidades pero es cierto que se centran en una sola persona. Llegado a este punto parece que por su cabeza no pase el tratar de reconducir la situación sino a situar su renuncia al finalizar la Copa del Mundo de 2018.
Debería reflexionar la RFEF, y su cuerpo técnico, sobre la conveniencia de marcar la fecha de finalización de la relación de Piqué con el combinado nacional. Si el defensa catalán ha dicho que está harto de los reproches de la afición y no va a seguir en el equipo, no estaría de más que facilitara su marcha para empezar a buscar otro central para el futuro. No se entiende que el ofendido sea quien marque los plazos de su retirada, con una actitud de perdonavidas intolerable, máximo cuando no está cómodo en su situación. Nadie es imprescindible y menos quien a los primeros silbidos se borra de la selección.
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