Hace tiempo que quería escribir sobre la amistad; y, en particular, sobre mi aplicación de la palabra “amigo/amiga”. Hay quien me reprocha que, en el lenguaje coloquial que utilizo en mis artículos diarios, hago uso de esa palabra de una forma indiscriminada. Varios de mis lectores y lectoras, lo mismo que personas de mi entorno verbal, me acusan de utilizar con demasiada frecuencia el calificativo “amigo” o “amiga”. Esa “advertencia amistosa” me ha llevado a escribir este artículo, que gira sobre el alcance que realmente doy a tan entrañable vocablo. Las personas que me conocen, o las que leen habitualmente mis crónicas, artículos, presentaciones, libros, etc., saben que siempre trato de ser fiel a uno de mis lemas: “Ser generoso en el elogio, y parco en la crítica”. Eso se muestra de forma evidente, salvo raras excepciones, en mis escritos y publicaciones. Para mí, el “amigo” está un grado por encima del compañero o conocido. “Gran amigo” es aquel que, sin tener un trato muy frecuente, tengo pruebas de su buen comportamiento conmigo. “Excelente amigo” es el que cumple los requisitos anteriores, y los supera habitualmente. “Amigo especial” considero al que me ha apoyado en momentos difíciles, sacrificándose por ayudarme sin esperar nada a cambio. Yo no tengo “Amigos íntimos”, pero como no soy machista, en el mal uso que se le da ahora a la palabra, la “intimidad” en el terreno personal la reservo solamente para las mujeres. Luego están la amistad eterna, de conveniencia, oportunista, interesada, laboral, deportiva; y, “por imposición legal”, con los familiares. Y como me gusta tener y conservar buenos amigos, es por lo que celebro dos cumpleaños, a los que les invito muy gustosamente: el biológico (14-7) y el “Aniversario vital” (30-12), a uno de los cuales corresponde la fotografía que ilustra este artículo. Tal cual, se lo cuento. ¡¡¡Mientras el cuerpo aguante….!!!. (Foto: Rafa Magán)