Se anunció a bombo y platillo. Los diestros Joaquín Rodríguez”Cagancho”, Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana” y Rafael Albaicín, los tres toreros gitanos, iban a lidiar en la plaza de toros de La Coruña, el día 15 de agosto de 1948, seis toros de la prestigiosa, difícil y peligrosa ganadería de Eduardo Miura. La ciudad engalanada por la visita anual del Jefe del Estado y en plenas fiestas de agosto recibió la corrida con inusitado interés. Se colgó el cartel de no hay billetes y la reventa hizo su agosto. Excursiones venidas de Madrid, Orense, Santiago, Ferrol, Pontevedra llenaron de ambiente los hoteles, fondas, bares, restaurantes y calles de la ciudad. Los tres toreros eran de los llamados de arte que combinaban faenas memorables con numerosas polémicas en las que se habían visto envueltos debido a su carácter temperamental y temeroso. Eran de esos toreros que no tiene término medio. O les gusta el toro, en cuya cara se encuentran cómodos para hacer faena y con el que despliegan todo su arte y elegancia o por el contrario alivian por la calle del medio y despachan con premura y de cualquier manera a la fiera ante el disgusto y el enfado de los aficionados. No puede olvidarse el enorme tumulto que Joaquín Rodríguez “Cagancho” había protagonizado en la localidad de Almagro (Ciudad Real) en 1927. Fue de tal proporciones que ha quedado acuñada para el lenguaje popular la frase “quedar como Cagancho en Almagro”, como equivalente a hacer las cosas rematadamente mal y en público. Aquella tarde del 26 de agosto de 1927 Cagancho se anunció en Almagro en compañía de Antonio Márquez y de Manuel del Pozo “Rayito” y la gente respondió de tal forma que la pequeña plaza de toros del precioso pueblo del corral de comedias se quedó pequeña ante tal avalancha humana. Era una tarde de calor asfixiante. En los prolegómenos del festejo se comentó que el diestro sevillano no iba a llegar a tiempo a la plaza. Comenzó a cundir el desasosiego y el nerviosismo a no poder celebrar la corrida. Pero Cagancho llegó y a las seis en punto se inició el paseíllo. El primer toro ya tuvo lo suyo. Antonio Márquez a la hora de entrar a matar encendió la mecha del escándalo. Sin muleta, el que años más tarde sería esposo de la gran tonadillera, Concha Piquer, se dedico a apuñalar al toro ante el enfado del respetable. La presidencia le advirtió ante tan malas artes y recibió una enorme bronca. El toro que le tocó en suerte a Cagancho era colorado y bragado. Joaquín no logró darle un capotazo. Se colocó para dar un quite y el toro lo desarmó haciendo volar el capote. Ante tal reacción del noble animal, Cagancho cogió un miedo atroz. No dio ni un pase pues se pasó toda la faena escapando hacia las tablas al menor derrote del morlaco. En el momento de entrar a matar se desató el monumental escándalo. Cagancho pinchó al toro en el cuello y el costado y hubo de pinchar nueve veces más y realizar cinco descabellos para acabar con su enemigo. Ante tan lamentable espectáculo el ruedo se llenó de todo tipo de objetos, almohadillas, botas de vino, botijos, piedras. Pero lo peor estaba por llegar. En el sexto y último, ante un toro con trapío y fuerza que mató a varias cabalgaduras, Cagancho se descompuso de miedo. Primero sacó una enorme muleta con la que no dio un muletazo. Aprovechó el pase del toro para clavarle a traición un espadazo en el vientre. El toro se revolvió hacia él y Cagancho dejó los trastos y corrió alocadamente hacia el burladero. Desde allí intentó acabar con el astado de varios pinchazos. Sonó el tercer aviso y el toro fue devuelto a los corrales pero Cagancho desde las tablas seguía intentando de cualquier manera acabar con el animal. Preso de un pánico indescriptible agujereó en numerosas partes al pobre burel. El toro, completamente sólo, seguía en la arena dando derrotes a diestro y siniestro. Rayito descabelló al animal y la Guardia Civil se vio desbordada ante la masa que llenó el ruedo con malas intenciones y acorraló a Cagancho. El matador quiso huir de la plaza con la espada en mano blandiéndola hacia los aficionados. Cagancho fue agredido y un destacamento de Caballería tuvo que despejar el ruedo por la fuerza. El alboroto adquirió tales proporciones que se convirtió en un gravísimo problema de orden público. Numerosos aficionados prendieron fuego a varios palcos de la plaza. Mientras Cagancho era sacado del coso en volandas por ocho Guardias civiles que le evitaron una tremenda paliza, entre una incesante lluvia de piedras, latas, botellas y todo tipo de objetos. En la calle la Caballería tuvo que cargar y emplearse a fondo para disuadir a los furiosos espectadores que querían linchar al matador. Cagancho con numerosos golpes, se refugió en el salón de sesiones del ayuntamiento de Almagro, custodiado por los efectivos de la Benemérita. Allí entre cigarrillo y cigarrillo el diestro se esforzó en resignadas lamentaciones: “Azí ez la via, se le oyó decir, yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue zé”. El Gobernador civil multó a Cagancho y a su cuadrilla con “750 pesetas por haber pinchado al toro en numerosas partes del cuerpo con estoques y puntillas que llevaban escondidas entre los capotes y con 250 a Antonio Márquez por entrar a matar sin hacer nada con la muleta”. Por gracia del Gobernador civil, Cagancho no pasó a la cárcel para no crearle un perjuicio económico a la empresa que regentaba el coso de Almería, lugar donde Cagancho actuaba al día siguiente. Fue una de las mayores broncas ocurridas en España en un espectáculo público.
Sin embargo en aquella tarde del 15 de agosto el público coruñés se iba a comportar de manera muy diferente al de Almagro. La actuación de los tres matadores fue tan lamentable que en cualquier otra plaza la reacción de respetable hubiese sido muy violenta con lanzamiento de todo tipo de objetos. Pero el público de La Coruña tomó aquel surrealista espectáculo a modo de chanza y jolgorio. Los toros de Miura, Aguillillo, Calesero, Grigorillo, Zahonero, Hurón y Torrijo, fueron, salvo el segundo y el tercero muy peligrosos, un dechado de bondad, suavidad y merecían ser toreados acorde a su bravura y nobleza. Pero Gitanillo, Cagancho y Albaicin no estaban por la labor y lo único que hicieron fue demostrar un exacerbado pánico ante el cachondeo de los tendidos. Ni una sola vez se arrimaron a los toros y desplegaron todo un vergonzoso repertorio de mantazos, sablazos, bajonazos, escapadas, carreras y saltos de cabeza al callejón. La lidia se convirtió en un calco de las actuaciones del Bombero Torero y su corte de simpáticos enanitos pero más burda. El cuarto toro estuvo más de cinco minutos sin que nadie se atreviese a darle un capotazo. En ese toro, un toro noble y suave que Cagancho brindó al público, quiso dar un estatuario pero fue tan grande el miedo que le entró al pasarle cerca el toro que tiró los trastos y huyó a la carrera. Seguidamente le arrojó la muleta a la cara y de nuevo escapó por pies. Al final despachó a sablazos al bondadoso toro ante la indignación del respetable.
Por su parte Gitanillo de Triana tampoco quiso saber nada con el arte del toreo, Se limitó a asestar numerosos bajonazos al toro ante la hilaridad de los tendidos. Un espectador jocoso gritó a voz en grito; “Pero aquí ¿Cuándo se torea?”, ante las carcajadas de los espectadores.
Albaicin dio unos mantazos sin ton ni son pero el miedo le pudo. La charlotada y el espanto llegaron a extremos insospechados.
Con los toreros y sus cuadrillas atrincherados en tablas, el pánico se apoderó de todos. De matadores, de picadores que picaron numerosas veces una vez cambiado el tercio y de subalternos que hasta tuvieron la osadía de colocar alguna banderilla desde el propio callejón con la aquiescencia de una lamentable presidencia que toleró una falta total de dirección de lidia y toda clase de desmanes y excesos de los peones que obligaron en varias ocasiones a los toros a rematar violentamente contra las tablas. Los tres espadas “del arte” vinieron a La Coruña decididos a cobrar sin hacer nada y a fe que lo consiguieron. La decepción fue mayúscula y al final el público ya cansado de tanta risa y chacota se encendió con la actuación de los tres gitanos que abandonaron la plaza escoltados por la Policía Armada ante una sonora bronca. Un auténtico timo.
Para la corrida se ofrecía un precioso capote de paseo artísticamente bordado como premio al mejor diestro, Ante tal cúmulo de despropósitos el público reaccionó de forma espontánea solicitando el capote como premio para los toros e hizo salir al mayoral de la ganadería Sevillana al centro del ruedo para premiarle con una larga ovación. La Voz de Galicia recomendó en su edición de martes 17 de agosto “encerrar a los tres matadores en el panteón del olvido y que nunca más se acercasen por La Coruña”. La Hoja del Lunes resaltaba en grandes titulares: “Diez mil coruñeses estafados por tres gitanos”. Por su parte El Ideal Gallego decía en sus páginas que “otra corrida como esta no debe repetirse, Más vale entonces dedicar la plaza de toros al cultivo de la patata”.
Calin Fernández Barallobre