Bakú (Azerbaiyán), 13 de octubre del 2019
Visitas a Yanardagh (Montaña de fuego), Fortaleza de Mardakán, y Ateshgah (Templo de la llama eterna)
Por Roberto L. Moskowich
Cuando escribo esta diaria crónica viajera todavía desconozco el resultado del partido que el Deportivo jugaba en Las Palmas, y que era el debut de Luis César como entrenador. Pero lo que tengo claro es que, haga lo que haga, nunca alcanzará ya al primer clasificado, que es el Cádiz.
Y ya que estoy con el tema futbolístico les diré que tanto el guía, Nizamí, como Héctor, compañero de viaje argentino, son forofos del Barcelona. Y con Héctor, que es hincha de Rácing de Buenos Aires, hablé de sus paisanos ex deportivistas Piris y Coco y también de Scaloni, que fue capitán blanquiazul y es el actual Seleccionador Nacional de Argentina. Por cierto, opina que Maradona es mejor que el barcelonista Messi, cosa en la que no nos pusimos de acuerdo; aunque, muy correcto, terminó diciendo que eran dos épocas futbolísticas muy diferentes.
Hoy amaneció un día excelente: 17 grados de temperatura, sin viento, y con solamente un 63 por ciento de humedad. Y como mi habitación esta orientada al Este, los primeros rayos de sol entraban hasta el fondo de la misma, alegrando mi espíritu.
Desayuné contemplando el mar de la gran Bahía de Bakú, cuya superficie parecía un gigantesco espejo, al reflejarse los rayos del sol sobre sus tranquilas aguas. Un efecto muy relajante, sobre todo para iniciar una nueva e intensa jornada viajera.
Con la puntualidad habitual, mi guía Nizamí, y el chófer Emil, me recogieron en el hotel, e inmediatamente partimos para dar comienzo al intenso e interesante programa de visitas previsto.
La primera visita programada era al famoso Callejón de los Mártires, que cuenta con una soberbias vistas de la Bahía de Bakú. Para ello salimos por la calle Nizamí, e iniciamos el ascenso a la parte alta de la ciudad, dejando a nuestra izquierda el popular Teleteatro, propiedad del gobierno y lugar donde se graban las películas y vídeos que se hacen sobre Azerbaiyán.
Pasamos al lado de las archiconocidas Torres de fuego, inauguradas en el año 2011, un trío de rascacielos de cristal y acero que semejan tres lenguas de fuego, que es el símbolo de Azerbaiyán. Uno de estos edificios está dedicado a apartamentos, el segundo alberga oficinas y el tercero lo ocupa el Hotel Fairmón, en cuyo piso 25 se aloja el mejicano Ángel Taboada y su esposa, compañeros de viaje por Georgia.
Al lado mismo está la Mezquita de los turcos, construida en el año 1918. En el extenso y cuidado parque de enfrente está la Estrella, que es un monumento al primer soldado que entró en Berlin, un azerbaiyano, que como no era ruso ni ucraniano Stalin mandó matar.
Además del funicular, también hay un monumento a los soldados turcos, y al lado se encuentra el gran edificio del Parlamento de Azerbaiyán, con una larga y baja parte central y sendas estructuras elevadas de pisos a ambos lados. Allí, se supone que trabajan 125 diputados.
Recorrí de cabo a rabo el Callejón de los Mártires, donde están enterradas las 169 personas, hombres, mujeres y niños que murieron aplastados por los tanques soviéticos, que seguían órdenes de Mijaíl Gorbachov, que por ese motivo es muy odiado por las gentes de Azerbaiyán. Además de las tumbas, hay una gran fotografía de cada persona y su nombre en la pared existente ante cada enterramiento.
También vimos allí el gran cementerio de los que murieron en la guerra contra Armenia, conflagración en la que fallecieron más de 100.000 personas. Y al final del recorrido por la avenida central del denominado Parque de la montaña, en una amplia plataforma circular, hay un elevado monumento de piedra, en cuya base central arde una llama perenne.
Desde allí se contemplan unas impresionantes vistas de la Bahía de Bakú y también de la ciudad. Cerca de la costa hay una pequeña isla en la que se ubicaba el Castillo de Sabail, que fue destruido por los terremotos. Del fondo del mar fueron extraídos unos valiosos restos pétreos, que contemplé ayer durante mi interesante visita al Palacio de los Shirvan Shas.
Al lado de la rotonda que alberga la llama perenne, en honor y recuerdo de todos los muertos, hay un espectacular restaurante de piedra y cristal que parece un auténtico palacio. Dejándolo a la izquierda, descendimos por una amplia y cómoda escalera hasta alcanzar el nivel de la calle, donde pusimos punto final a ese fantástico y formativo paseo. Allí nos esperaba Emil con el cómodo y flamante minibús «Mercedes» negro, coches que tanto abundan aquí para el traslado de los turistas.
Descendimos de la montaña y pusimos rumbo a la Península de Absherón, que se encuentra a unos 30 kilómetros de distancia, en dirección Este. La salida de la ciudad, por una calle de doble carril en cada sentido, fue muy rápida. Por cierto, la gente conduce bastante bien, respetan las normas de tráfico, y aunque hacen uso del teléfono móvil mientras conducen (¡Ay si los cogen en España…. !) no presencié ni un solo accidente de tráfico.
Y ya que hablo de coches, les diré que los taxis de Bakú son los históricos taxis londinenses, retocados y pintados de color berenjena, motivo por el cual les llaman «berenjenas». Y otro apunte: son muy baratos (debido a que el litro de gasolina solamente cuesta 30 céntimos de euro), y por una carrera normal cobran 5 manats por persona, poco más de 2 euros.
En el tiempo previsto, llegamos a Yanardagh, donde se encuentra la famosa Montaña de fuego, famosa por la salida de gas natural y que lleva ardiendo sin parar desde el Paleolítico. Son llamas naturales que superan el metro de altura. Los depósitos son tan profundos que pueden seguir ardiendo muchos años más. El lugar, muy limpio y muy cuidado, cuenta con museo, tienda de suvenires, cafetería y servicios públicos, y al lado hay una gran fábrica de cemento.
Prosiguiendo con mi programa, nos desplazamos hasta la Fortaleza y el pueblo de Mardakán, que están a unos 28 kilómetros de distancia. La Fortaleza formaba parte del sistema defensivo de la Península de Absherón en los siglos medievales.
Para llegar hasta allí, atravesamos una gran llanura, bastante habitada, pero con tráfico fluido. Nos acompañaron, como de costumbre, las conducciones de gas y hasta un gasoducto. La temperatura era muy agradable, pues rondaba los 21 grados y estaba previsto su ascenso hasta 25 como máximo. Y, además, sin viento.
Al atravesar Mastaga, dejamos a nuestra derecha el aeropuerto de Zavrot, y muy pronto llegamos a Mardakán, pueblo de 16.000 habitantes, donde está la Fortaleza, defensa que cuenta con la pequeña mezquita de piedra Tuba Sahmascidi, construida en los años 1482-1483.
La Fortaleza, del año 1187, fue construida por el hijo del Sha y es una propiedad privada de Vivadi Amrullaoglu, un hombre muy simpático y abierto con el que estuve hablando y que es ya la cuarta generación. El se encarga de abrir y cerrar el recinto, y tenerlo en orde . Aunque no percibe ninguna ayuda estatal, no cobra entrada alguna. Y al fin, según me comentó Nizamí, el gobierno va a hacerse cargo de la restauración del conjunto.
En el piso del amplio espacio existente entre las murallas defensivas y la bella y alta torre cuadrangular muy bien conservada hay una serie de agujeros donde guardaban la comida y el vino. Allí hubo enterramientos de judíos (laudas sepulcrales con la estrella de David) y soldados alemanes que fueron trasladados a trabajar a esta zona. Dentro de la torre hay un pozo que lleva a un túnel que conecta con otro castillo que está a un kilómetro de distancia.
Por medio de una estrecha escalera interior de piedra, de caracol, subí a las almenas que están muy bien conservadas y desde las que se divisan el castillo que mencioné antes, una mezquita y cerca de ella una iglesia ortodoxa.
Tras esta interesante visita, pusimos rumbo al Templo de Ateshgah, o «Templo de la llama eterna». De camino, a la derecha dejamos el aeropuerto de Bakú, que cuenta con una alta y curiosa torre de control, y el Palacio Buta, en el que se celebran las bodas de los ricachones, eventos muy relevantes y encuentros y actos de grandes empresas. A la izquierda, un gasoducto de buen tamaño y a ambos lados de la ruta muchos pequeños pozos de petróleo en plena producción.
Tras atravesar la vía del tren, entramos en el pueblo de Ateshgah y entramos en el amurallado y bien conservado recinto del «Templo de la llama eterna», que data del Siglo XVIII, y es Patrimonio de la Humanidad. Fue construido para las oraciones de los zoroastros, devotos del fuego, que viajaban con caravanas comerciales a través de Azerbaiyán.
El bello y limpio conjunto cuenta con el altar central en el que arde una gran llama permanentemente; lugar de sacrificios, del Siglo XVIII; lugar de rituales, también del Siglo XVIII; plaza de cremación; restos del edificio original; fragmentos de la conducción de gas, del Siglo XIX; almacén de alimentos, del Siglo XVIII; y depósito de agua.
Los zoroastros creían que el fuego es lo más sagrado del mundo, y como de este lugar salía fuego decidieron edificar en ese lugar un templo. De ello habla Alejandro Dumas padre en su curioso e interesante libro «Mis viajes al Cáucaso».
Desde que prohibieron la cremación de los muertos, para evitar la contaminación, los cuerpos de los difuntos eran colocados en lo alto de las murallas para que los comieran las aves.
A partir del Siglo XVII se utilizó este lugar como Caravansarai, y ahora las habitaciones que hay alrededor del gran patio que rodea el Templo, bajo las murallas, se utilizan como salas de exposiciones, tiendas, etc. Algunos de los cuartos más grandes tienen figuras de mercaderes, caballos, burros y cerámica de los Siglos IV a III antes de Cristo.
Y después de tan ilustrativo como curioso recorrido, comimos un sabroso menú típico (que no detallo para no extendeme más) en un enorme y moderno restaurante instalado en un bello y monumental edificio de piedra, acorde con el conjunto.
Terminado el estupendo almuerzo, recorrimos las numerosas y bien montadas riendas que hay en los soportales, al lado del restaurante.
Sin más demora, a media tarde iniciamos el regreso a Bakú. Y tras asearme, escribo esta nueva crónica. Espero y deseo que la encuentren atractiva e ilustrativa. Mañana, seguiremos. Mientras el cuerpo aguante. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)