Moskowich: Telavi (Georgia), 9 de octubre del 2019
Por Roberto L. Moskowich
Ayer olvidé comentarles o aclararle por qué a veces escribo una misma cosa de dos formas diferentes. Como trmvfo la suerte de que mi guía, Nino, es Licenciada en Filología Española me lo aclaró perfectamente. Por ejemplo la sílaba kh equivale a nuestra j. Por eso alguna vez escribí Mtskheta (nombre georgiano) y otras puse Mtsjeta (español) al referirme a esa ciudad-museo. En otros casos utilicé nombres completamente diferentes, como es el caso del Río Kura, que en georgiano es Mtkvari.
Ahora estoy viajando con un grupo de ocho personas estupendas, con las que casi formamos una nueva ONU. En la foto, de izquierda a derecha: Rosalinda, de Buenos Ires (Argentina); Mary Carmen y Miguel, de Murcia (España); Héctor y Lilia, de Buenos Aires (Argentina); Hilda y Ángel, de Monterrey (Méjico); Ino (Georgia); Edna, de Belo Horizonte (Brasil) y yo.
Hoy amaneció con el cielo cubierto, pero con muy buena temperatura: 17 grados, en aumento, y sin viento. El pronóstico es bueno en general. Y como les dije e anteriores viajes, mis crónicas viajeras son descriptivas, no exhaustivas, y son muchas las personas que ne dicen que al leerlas están haciendo un «viaje virtual» conmigo, cosa de la que me alegro mucho ya que esa es mi principal intención al redactarlas .
Desayuné en la terraza acristalada que está en lo alto del hotel, disfrutando de las vistas de la Fortaleza de Narikala, con el río Kura a nuestros pies, y al otro lado del cauce fluvial la Iglesia de Meteji, la estatua del rey fundador de Tiblisi y la Catedral.
Como les dije ayer, mi programa de hoy incluye un largo desplazamiento hacia el Este del país, con visitas a Bodbe, Signagui, Gavazi, Tsinandali, Vardisubani y pernoctaré en Telavi.
[20:21, 9/10/2019] Moskowich: A la hora prevista, Niña y Dato pasaron a recogerme al hotel, e iniciamos el programa establecido. Bordeamos el río Kura y atravesamos la ciudad con bastante rapidez. Cruzamos el puente, y pasamos por delante de la inacabada Ópera. Luego transitamos por un largo túnel, que discurre paralelo al río, y al salir nos topamos con un gran autocar de Albacete (España).
Transitamos por una autovía en obras, pero como había poco tráfico no influyó en nuestra marcha, mientras dejábamos a la izquierda un enorme «Carrefour» y varios centros comerciales.
Tras rebasar el aeropuerto, que estaba a nuestra derecha, entramos en una carretera de doble carril en cada sentido, y pasamos balo la electrificada línea del ferrocarril.
Muy pronto la carretera se redujo a un solo carril, casi a la vez que entrábamos en la región de Kajetia, cuna de la viticultura y el vino, siguiendo la «Ruta del vino». Es la parte más fértil y pintoresca de Georgia, y por la parte norte del Valle Alazani tiene fronteras con las grandes montañas del Cáucaso, cuyas cimas superan los 3.000 metros de altura. La rica tierra, el sol ardiente y el trabajo duro han desarrollado casi 500 tipos diferentes de vino georgiano. Podríamos decir que la historia, la cultura y la forma de vida de las gentes de Georgia están personificadas en su vino.
Antes, atravesamos grandes plantaciones de maíz, en una zona agrícola-ganadera situada sobre una extensa meseta muy habitada. En Sartichala había vacas y ovejas mezcladas, y también alguna cabra blanca.
Continuamos por una serie de suaves colinas, con contínuas subidas y bajadas y a los bordes de la carretera había muchas tiendas y puestos de venta de vinos, muy variados y de precios muy diversos.
En Ninotsminda, con tiempo muy soleado, torcimos hacia la derecha y rebasamos el seco cauce del Río Thevalkhevi. Y cuando llevábamos una hora de viaje, hicimos la primera «parada de la meada» en Sagarejo. Me llamó la atención ver un autocar de «Peillet», de Vedra (La Coruña) y otro de «Lemus», de Las Cabezas (Sevilla), ambos con matrícula de Georgia. Según me aclaro Nino, son autocares comprados de segunda mano a empresas españolas, los nuevos propietarios no se molestan en suprimirles los nombres españoles. ¡País!.
Rebasamos Thokiari, con más y más huertos y viñedos que ocupaban una extensión tan grande que casi se perdía en el horizonte. Hectáreas y hectáreas de plantaciones de vides, en un amplio valle soleado y protegido por las montañas del Cáucaso menor con muchos los ríos con los cauces secos o con muy escaso caudal.
Mientras dejábamos a la izquierda la vía del tren, nuestra marcha se vió ralentizada durante vario kilómetros, por culpa de un gran camión turco de la ciudad de Trabzon, de donde por cierto era el equipo de fútbol Trabzonsport que jugó en Europa contra el R. C. Deportivo de La Coruña y que llevó a su aeropuerto el mayor avión que operó allí hasta la fecha.
Al llegar a Bobde nos desviamos, por una carretera muy estrecha y con curvas cerradas, hacia el Convento de monjas que data del Siglo XI, en el que residen actualmente unas treinta. Alli está enterrada Santa Nino, que fue quien introdujo el cristianismo en Georgia, en el Siglo IV, y es la madrina de todos los georgianos.
En el conjunto hay dos Iglesias, un campanario independiente y la vivienda de las monjas, rodeado todo de un bonito jardín con unas soberbias vistas del Valle Alazani y de las imponentes cumbres del Gran Cáucaso.
La iglesia más importante del Convento de Monjas de Bobde dedicado a Santa Nino (Tsminda Nino, en georgiano) es la más pequeña y más antigua de las dos, en la que está enterrada la mencionada Santa. El altar está muy decorado, las paredes llenas de frescos, hay algunos iconos, un Cristo crucificado, y un cuadro de la Virgen con una rajadura en la cara hecha por un soldado ruso, por la cual, según la creencia-leyenda, manó sangre cuando fue acuchillada….
La tumba, muy visitada, ocupa un estrecho lugar al lado izquierdo del altar. Actualmente está cubierta co una gruesa losa de mármol blanco, sobre unas columnas. Para ver la tapa original, que en mi opinión es un auténtico pegote, hay que agacharse en un incómodo y estrecho pasillo.
La nueva iglesia, de piedra blanca y de otros colores en arcos y ventanas, es muy bonita. Cuenta con un bello arco exterior de entrada. El suelo es de mármol blanco, tiene unos cuantos iconos, el altar de color blanco es muy artístico, tiene sillón del Patriarca, y aunque está inacabada interiormente, desde el año pasado ya se celebran alli misas. Por cierto, no hay un sólo banco para sentarse…. y la monja-vigilante no paró de hablar por el móvil durante mi estancia en el interior.
Y de un Concento de Monjas a la «Ciudad del Amor», que es así como se conoce popularmente a la ciudad de Signagui, que en turco significa «Refugio».
Signagui tiene 2.152 habitantes y, al estilo de Las Vegas, un edificio disponible las 24 horas para casarse, y habitaciones y otros espacios para celebrarlo. ¡Oh, el amor!.
Es una hermosa ciudad del Siglo XVIII que impresiona por su antigua y asombrosa muralla y las pequeñas casas de madera, decoradas con balcones tallados y arquitectura tradicional. El paseo a pie hasta la parte alta es una delicia.
A la entrada, tras empinado descenso adoquinado, hay una serie de todo terrenos militares del ejército ruso y unos quads que alquilan para recorrer la ciudad.
Tras ver la «Casa del Amor», seguí una fuerte cuesta por la calle M. Kostava hasta llegar a la Plaza del Ayuntamiento, un edificio muy grande para semejante ciudad. Al lado está el bonito edificio del Teatro, y en el alto muro de la derecha está el Memorial de los fallecidos en la II Guerra Mundial. Esa parte de la calle está ocupada por un ordenado y limpio mercadillo e el que venden de todo un poco.
Me desplacé hasta el mirador desde el que se ve la muralla, que tiene 4 kilómetros y 28 torres, así como el precioso y extenso valle, y las imponentes montañas del Gran Cáucaso.
En el trayecto hasta Gavazi, donde paramos a comer, vi varios pueblos típicos y cómo viven sus gentes. Tras dejar atrás Kvareli y pasar sobre el casi seco Río Arazani, llegamos a Gabazi y nos desviamos por un estrecho camino hasta la casa de una familia local, en la que probamos sus deliciosos platos caseros y los vinos blancos y tintos, así como orujo y coñac, todos de su propia cosecha.
Después de una comida muy copiosa y de trasegar una buena cantidad de alcohol, retomamos el viaje y nos dirigimos a visitar el Palacio de Tsinandali, que pertenecía a los duques georgianos del Siglo XIX, que cuenta además con un bonito jardín y unos terrenos que ocupan nada menos que 12 hectáreas.
De arquitectura italiana, el bello y amplio palacio, en el que sus acaudalados propietarios daban grandes fiestas, cuenta con cosas de todo el mundo, entre las que están los preciosos y decorados radiadores dorados fabricados en España. En el amplio salón de conciertos hay un gran piano de cola «Steinway» y dos o tres, más pequeños, en otras habitaciones.
Aquí se encuentra la primera bodega, fundada por uno de los más famosos poetas y figuras públicas del Siglo XIX, Alexander Chavchavadze.
Sin solución de continuidad, seguimos camino hasta la aldea de Vardisubani, para ver y saber cómo se hacen las famosas tinajas de arcilla llamadas «Kvevri». Zaza Kbilashvdi, que es ya la cuarta generación familiar de fabricantes nos dio una estupenda explicación del proceso, que es muy laborioso y dura tres meses, tras culminar la tarea en un enorme horno de ladrillos refractarios, con una temperatura de 1.300 grados. La mayor parte de las tinajas tienen casi dos metros de altura, y pueden soportar hasta dos toneladas de vino.
Y, como remate de la visita, Zaza nos invitó a probar sus excelentes vinos «BIO», que llevaban 6 meses enterrados en una tinaja, acompañados de un exquisito queso. ¡Chapó!.
Finalizada la visita, pusimos punto final a una muy interesante e intensa jornada, y nos dirigimos a la ciudad de Telavi. Y tras asearme, escribo sin demora esta nueva crónica de viaje. Mañana, más. Buenas noches. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)