Mandalay (Birmania), 15 de noviembre del 2015
Intenso e interesante recorrido por la ciudad de Mandalay, y por los pueblos de Amarapura y Ava
Por fin esta pasada noche he podido recuperar algo del sueño atrasado de los últimos días, ya que no dejé el hotel hasta las 8 de la mañana. Por cierto que hoy es domingo, se cumplen 20 días del inicio de este apasionante viaje, a esta hora el termómetro marca ya 30 grados, y la previsión es que alcanzará los 38 grados….
Buda Muhamani
Mi primera visita fue en la propia ciudad de Mandalay, palabra que significa “El Centro”, por encontrarse en el centro del comercio de Birmania. Esta poblada urbe tomó el nombre de la Colina Mandalay, que tiene 210 metros de altura.
El primer lugar que visité fue el famoso Buda Muhamani, que es el más venerado por los birmanos. La figura está recubierta por más de una tonelada de oro, que los millones de creyentes incrementan día a día con sus ofrendas de láminas de pan de oro que le adosan continuamente. Su corona tiene todo tipo de piedras preciosas: rubíes, esmeraldas, zafiros, etc. La pequeña imagen original es de bronce, pero con el oro añadido actualmente mide más de cuatro metros de altura, y sigue creciendo….
Para llegar hasta la refulgente y dorada imagen de Buda tuve que recorrer un largo pasillo, muy limpio y ordenado, abarrotado de todo tipo de tiendas a ambos lados. El desfile de creyentes, curiosos, viajeros y turistas es impresionante e incesante. Pero antes, siguiendo la norma de obligado cumplimiento, tuve que descalzarme y sacar los calcetines a la entrada del recinto, donde un empleado se hizo cargo de los mismos.
Tras haber tocado y admirado la imponente efigie de Buda, fui a ver las estatuas “Devenat”, del Siglo XVI, procedentes de Camboya, que gozan de gran predicamento entre los fieles, ya que afirman que si te duele alguna parte del cuerpo y tocas esa misma parte en la figura te curas…
Antes de abandonar el amplio e interesante recinto sagrado, contemplé la gran campana de bronce, de 2.500 kilos de peso, y también la Torre del Tambor, que contiene un enorme artilugio con el que dan las horas.
Amarapura: Mahagandayon y U Bein
Des la ciudad de Mandalay me trasladé en coche hasta Amarapura. Pese a encontrarse solamente a 11 kilómetros de distancia, el recorrido nos llevó algo más de tres cuartos de hora, debido al estado de la carretera y, sobre todo, al intenso y bastante caótico tráfico. Amarapura fue capital de Birmania en el Siglo XIX, y guarda grandes tesoros, entre los que destacan el Monasterio de Mahagandayon y el Puente U Bein.
En el enorme y extenso complejo del Monasterio residen en la actualidad unos 1.200 monjes, contando los novicios, que estudian y trabajan en ese lugar. Tuve la suerte de que mi visita coincidiese con la hora de su comida, lo que me permitió ver y fotografiar a los monjes en una interminable doble fila, cada uno con su cuenco y cuchara en la mano, recibiendo agradecidos arroz, ofrendas y dinero de los fieles, viajeros y turistas.
Rematada la interesante y larga visita al Monasterio de Mahagandayon me desplacé en coche hasta el Puente U Bein, o Puente de Teca, que con sus 1.200 metros de largo es el más grande del mundo hecho con esa madera tan dura y resistente. Fue construido con la teca procedente del Palacio Real de Ava, que fue destruido por el monarca que trasladó la capital de Ava a Amarapura.
Y de ese puente de gigantescos pilares de teca me fui a visitar un gran taller de tejidos de seda, situado dentro del recinto de Amarapura, zona en la que hay muchas moreras que alimentan a millones de gusanos de seda. Por cierto que en esa fábrica cogí dos cactus muy raros para incrementar los que tengo en la terraza de mi casa.
Ava: de capital a pueblo
Finalizadas las visitas en Amarapura salimos rumbo a Ava, que está a una media hora. Por cierto que en Birmania hablan más de tiempo que de kilómetros, para referirse a la distancia entre dos puntos. La carretera es bastante estrecha, pero de firme aceptable y con árboles a ambos lados, cuya sombra es de agradecer.
Ava, que fue capital de Birmania y que se encuentra en una isla entre los ríos Ayeryarwady y Myitnge, hoy es un pueblo pequeño rodeado de paisajes de extraordinaria belleza. Para acceder a Ava tuvimos que atravesar el Río Pequeño en una barca toda cotrosa , de techo ondulado y oxidado y con un motor muy ruidoso y supercontaminante, del estilo de los del Lago Inle. Y teniendo como fondo el colosal puente construido por los ingleses, en unos cinco minutos llegamos al territorio de Ava, desembarcando en otro infame e incómodo “muelle”.
Desde el embarcadero hasta la zona monumental me desplacé en un pequeño carro, tirado por un caballo menudo de raza birmana. Circulamos por caminos tortuosos y senderos infames, plagados de enormes baches que convirtieron el pequeño habitáculo del carrito en una “chocolatera”. Al borde del camino, a la sombra de los árboles, había numerosas vacas, y a ambos lados platanales y plantaciones de maíz.
Cuando descendí del carricoche tenía el cuerpo materialmente molido, a causa del continuo traqueteo y de los golpes contra el respaldo del asiento y el lateral del carrito, formado por unas barras de hierro sin recubrimiento alguno….
Monasterio de Bargayar y Oak Kyaung
Mi primera visita fue al Monasterio Bargayar, del año 1814, que cuenta con 267 gruesas columnas de teca tallada, de 30 metros de altura. Este Monasterio solamente funciona como escuela, y tuve la oportunidad de sentarme en uno de los pequeños y numerados pupitres para hacerme una fotografía con los niños del pueblo que acuden allí a recibir las primeras enseñanzas.
A continuación visité el Monasterio Me Nu Oak, de cemento y ladrillo, construido en 1822 por la Reina Me Nu, protagonista de una bella historia de amor: Me Nu era una bellísima vendedora de pescado. Un día que se estaba bañando en el río puso su ropa a secar sobre la arena, y una fuerte ráfaga de viento llevó una de sus prendas hasta el cercano Palacio Real. Eso fue interpretado como una señal del destino, y los enviados del Rey no pararon hasta dar con la dueña de la prenda, y llevaron a la hermosa Me Nu ante el monarca. El Rey se prendó de ella, y la tomó como esposa. Así fue como se convirtió en Reina, título que también ostentaron su hija y su nieta.
Comida en el “Small River”
Tras finalizar el recorrido subí a la “chocolatera” del transporte equino y me desplacé hasta el restaurante “Small River”, que está muy cerca del río. Pese a comer al aire libre y a la sombra de tupidos árboles soporté un calor del demonio, incomodidad que se vio compensada con un sabroso menú birmano, a base de sopa de cangrejo, legumbres, arroz, verdura, cerdo y frutas. Y todo ello regado con una bien fría cerveza “Mandalay”, que es suave y de grato buqué.
El regreso a Mandalay sufrió un considerable retraso, ya que a la barca tuvieron que cambiarle la pieza del largo brazo elevable que soporta la pequeña hélice propulsora. Tras más de media hora de brega, sudando la gota gorda, piloto y ayudante lograron que al fin funcionase el rudimentario artilugio.
Fantástica puesta de sol
El retorno a Mandalay resultó mucho más rápido que la ida, debido a que había menos tráfico. Nos dirigimos directamente a la Colina Mandalay, con el fin de contemplar una sensacional puesta de sol. Al pie de la colina tuvimos que cambiar de vehículo, y pasar a una pequeña camioneta cubierta, de asientos metálicos, debido a la estrechez y las cerradas curvas de la empinada subida. Ya en la cima, unas largas escaleras mecánicas nos llevaron a lo alto de una enorme estructura metálica de tres pisos, en cuya amplia terraza está la Pagoda Su Tang Pyai con un gran Buda de mármol.
Apenas acodado en el borde de la barandilla comenzó una espectacular puesta de sol que inmortalizamos cientos de cámaras, y contemplamos una gran panorámica de la ciudad de Mandalay, del río, y de la extensa llanura que va desde esta colina hasta las lejanas montañas.
Pagoda Ku Tho Daw y Palacio Real
Tras el lento descenso de la Colina Mandalay, nos dirigimos a la Pagoda Ku Tho Daw. Es un sensacional conjunto monumental que contiene nada menos que 729 placas de mármol, en las que están grabadas las enseñanzas de Buda, por lo que se le conoce como “El libro más grande del mundo”, y no se equivocan lo más mínimo.
De camino al hotel contemplamos el gran recinto amurallado del Palacio Real, de 2 kilómetros de ancho por 2 de largo, rodeado por un ancho foso lleno de agua. Pero de lo que un día fue algo impresionante, las bombas japonesas apenas dejaron nada. Actualmente están construyendo otro, aunque no saben cuándo lo acabarán…
Y pese a las 11 horas de visitas llegué al hotel sin fatiga alguna. Tras cenar y poner en orden mis notas y fotografías, me acosté. Mañana me espera otra dura jornada.
¡Buenas noche, Birmania!. (Fotos: Lajos Spiegel)
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Birmania: de maravilla en maravilla.
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