Pregón taurino de la Feria María Pita 2012

Agradecimientos a EVENTAURO a Cipriano Hebrero a su distinguida esposa, a sus hijos Alberto y David y a la relaciones públicas de la empresa en La Coruña, mi buena amiga Santina Prieto, que han tenido la deferencia de invitarme a pronunciar este pregón que abre la semana taurina coruñesa de las fiestas de agosto 2012. Y por supuesto a mi querido Sporting club Casino, a su presidente, el buen amigo y mejor persona que Juan José Medín Guyatt y a los componentes de su junta directiva todos ellos también entrañables amigos.

Calin Fernández Barallobre

Agradecimientos a EVENTAURO a Cipriano Hebrero a su distinguida esposa, a sus hijos Alberto y David y a la relaciones públicas de la empresa en La Coruña, mi buena amiga Santina Prieto, que han tenido la deferencia de invitarme a pronunciar este pregón que abre la semana taurina coruñesa de las fiestas de agosto 2012. Y por supuesto a mi querido Sporting club Casino, a su presidente, el buen amigo y mejor persona que Juan José Medín Guyatt y a los componentes de su junta directiva todos ellos también entrañables amigos.

Damas y caballeros les voy a contar una historia que refleja a las claras la tradición taurina de esta ciudad mal que les pese a los enemigos seculares de esta fiesta tan española que han cantado y reflejados en sus obras grandes poetas, pintores y escultores.

Es la historia de Juanito Barro, un niño coruñés de doce años, que vivía con su madre, Generosa, cigarrera de profesión, viuda de un cabo del Cuerpo de Seguridad, en una casita de planta baja situada más allá del puente de la Gaiteira en los altos de los Castros un lugar que pertenecía al ayuntamiento de Oza. Juan  andaba por aquellos días inquieto y preocupado pues no sabía que iba a suceder en breves fechas con el ayuntamiento donde vivía, Santa María de Oza. Había  escuchado  y leído, pues era un ferviente lector de prensa a pesar de su mala formación académica, que no pudo llevar a cabo pues a la muerte de su padre se tuvo que poner con diez años a trabajar para ayudar a su madre, que los políticos de La Coruña y de Santa María de Oza discutían sobre la anexión de Oza a La Coruña que se iba a producir en próximas fechas.

La lectura de la prensa que realizaba siempre a primera hora de la mañana y a escondidas de su jefes del hotel La Perla de la  calle de San Andrés, donde prestaba sus servicios como botones, le había ayudado, de que manera, a leer sin mucha dificultad. Era un entusiasta de los toros desde que había acudido, por primera vez  acompañando a su difunto padre a ver una corrida de toros y había podido contemplar los entresijos de la plaza coruñesa y moverse a sus anchas por el patio de caballos.

Una de sus máximas ilusiones era ver torear a Manuel Mejías Rapela “Bienvenida”, pues dos años atrás  se había quedado  con las ganas de presenciar un mano a mano anunciado en el coso coruñés de la carretera de Santa Margarita para el 31 de julio de 1910 entre  el  gran Rafael Gómez “El Gallo” y Bienvenida. Pero debido a una tremenda cogida sufrida por este último, unos días antes en Madrid, hizo que el  magnifico torero extremeño, padre de los que luego formarían una extraordinaria saga de toreros, los Bienvenida, fuese sustituido por Antonio Boto “Regatín”.

Nos hallamos en el mes de agosto de 1912, aquel año bisiesto que habría de quedar marcado para siempre en el recuerdo por la llegada de Scott al polo sur; por el hundimiento del Titanic acaecido en el mes abril al igual que un extraño eclipse total de sol que tan sólo pudo contemplarse en el noroeste de nuestra España y que el fotógrafo francés afincado en La Coruña, José Sellier, captó de forma magistral con una de sus cámaras; por los juegos olímpicos de Estocolmo; por la botadura en Ferrol del acorazado España con la presencia del Rey Alfonso XIII  y sobretodo  por el terrible asesinato a manos del anarquista  Manuel Pardiñas del presidente del Gobierno, el ferrolano Don José Canalejas, cuando contemplaba tranquilamente unos libros expuestos en el escaparate de la librería San Martín de la puerta del sol de Madrid. Entre unos sucesos y otros, España era obligada firmar el tratado de Fez por el cual  recibió territorios duros, ásperos y belicosos en el norte de Marruecos. Aquella cesión de terreno forzada desembocaría al final en la sangrienta guerra del Rif  1911-1927, donde se distinguirá por su valor combativo, su patriotismo y su espíritu guerrero  una nueva unidad de infantería, la Legión española, nacida en 1920 de la inspiración de un coruñés de la calle de Santiago esquina   a Tabernas llamado José Millán Astral y Terreros.

La Coruña bullía en fiestas, unas jornadas en la que había destacado la semana de la aviación donde los arriesgados aviadores franceses  Garniert, Tixiert y Poumet, hicieron desde el campo de la Estrada diversos vuelos que dejaron atónitos a los miles de ciudadanos que acudieron a contemplar tan novedoso deporte viendo como unos aparatos tan frágiles podían elevarse casi quinientos metros. Era los albores de la aviación  y lejos estaban las maravillas de aparatos actuales. Hubo también en los salones del grupo escolar Da Guarda una magna exposición de arte; la inauguración en la rosaleda de monumento a  Linares Rivas; la batalla de flores alegórica a la edad media y que contó con la participación de innumerables vecinos ataviados con trajes, algunos vistosísimos, de heraldos, pajes, palafreneros, soldados, cuyo vestuario había sido servido por la casa Peris de Valencia y el Teatro Real de Madrid. Concurso hípico; gymkana automovilista y como no una estupenda jira a los Caneiros del río Mandeo de la noble ciudad de Betanzos.

Aquella Coruña de 1912 contaba con casi cincuenta mil personas en su censo.  Con la anexión del ayuntamiento de Oza que se dilucidaba por aquellas fechas, La Coruña iba a pasar de tener una extensión de 7,3 kilómetros a 36,84.  Sus límites llegarían hasta el puente del Pasaje, Feans, Ventorrillo y San Pedro de Visma y Labañou.  Era alcalde la ciudad Don José Folla Yordi. Capitán General, Amós Quijada y Gobernador Civil, Felipe Romero Donallo. Un gran coruñés defensor a ultranza de la anexión por parte de La Coruña de Santa María de Oza, Don Juan Fernández Latorre moría en Madrid. Su entierro, celebrado en nuestra ciudad  en un día de intensa lluvia, se convirtió en una gran expresión de pesar de toda la ciudadanía. Treinta mil coruñeses se echaron a las calles para tributar el último homenaje al insigne político.

El Real club Deportivo que ya vestía desde el año anterior la elástica a rayas azules y blancas, con la que tantos éxitos cosecharía, dejaba el nombre de Real Deportivo de la sala Calvet para adoptar el de Real club Deportivo de La Coruña con el cual ha llegado hasta nuestros días. El segundo ensanche de la ciudad era ya una realidad y se proyectaban  las que luego serían plazas de Galicia y de Vigo. El Muelle de hierro era uno de los lugares preferidos de centenares de coruñeses que realizaban por él largos paseos en las cálidas tardes de primavera y verano, viendo arribar o salir a diferentes embarcaciones y observando detenidamente el intenso trajín del puerto comercial.

Era una ciudad con un buen servicio de tranvías con tracción animal que al año siguiente sería sustituido por energía eléctrica. En ese año el modernismo triunfa esplendoroso con edificios tan notables como el kiosco Alfonso o la casa Salorio en la plaza de Pontevedra salidos de la inspiración de González del Villar y de Antonio López Hernández al igual que el número 13 de la plaza de Lugo creado por Ricardo Boán y el propio Antonio López  que está orlado por  una gran guirnalda y rematado en lo alto por una enorme cara femenina.  Aquel verano llamaron la atención, por su elegancia,  los bailes organizados en su finca de verano “El Leirón”, por el Sporting club Casino, una sociedad muy taurina como muy bien sabía Juanito el botones y que desde su fundación en 1890 había tenido una inusitada actividad creando secciones de ciclismo, esgrima, remo, regatas, y una taurina que organizó innumerables festejos, siempre asesorada por el gran saber taurómaco del socio Sebastián Palacios, quien por cierto está enterrado en el cementerio de San Amaro, en un nicho propiedad del centenario y querido Sporting club.

El pabellón Lino hacía las delicias de los coruñeses. Allí se escenificaron las grandes zarzuelas, obras del género chico, opereta, cuplé. Por él pasaron ilusionistas, trasformistas, cómicos, vedettes. Toda una serie de excelentes actuaciones combinadas con otras de menor fuste que hicieron las delicias de los coruñeses y forasteros. Allí se declamaron desde los clásicos al  atrevido cuplé de “La Pulga”

Lucía esplendoroso el mercado municipal Da Guarda de la Plaza de Lugo inaugurado dos años antes por la bonhomía de las hermanas de Eusebio da Guarda, Rosa y Luisa, que cumpliendo el testamento de su hermano, habían donado la cantidad de 200.000 pesetas.

El hotel La Perla trabajó muy bien aquel mes de agosto pues no en vano las fiestas atrajeron a muchos viajeros, el hotel colgó el cartel de completo durante muchos días y  Juanito tuvo muchas y buenas propinas. Varios toreros se alojaron en el establecimiento entre ellos el gran  Rodolfo Gaona a quien Juanito le subió a su habitación innumerables cartas y regalos de aficionados coruñeses que admiraban al gran diestro mejicano.

Incluso Juan conoció de primera mano pues se lo había comentado unos días antes un compañero que servía el restaurante del Hotel, que el novillero gallego Celita había estado comiendo en La Perla en compañía de Alejandro Pérez Lugín, el secretario de la asociación de la prensa García Fernández y Fernando Martínez Morás. Allí a mesa y mantel y después de despachar, un buen ribeiro, caldo, langosta, merluza, y filets de cochón sauce bordeleise dans champignons soterreain a la trastiverien como finamente explicó el camarero del hotel lo que hizo exclamar a Celita “Que carallo, esto eh raxo”,  a los postres, el gran escritor madrileño Pérez Lugín, autor de la novela La Casa de la Troya, Don Pío como le gustaba firmar sus artículos taurinos, convenció a Celita, del que era muy amigo, a que tomase la alternativa en nuestra ciudad en un festejo a beneficio de la asociación de la prensa puesto que el novillero gallego esta convencido de tomarla en Barcelona  “¡Qué rayo de Barcelona! ¡Carballeira, como le llamaba el escritor a Celita, tú tomas la alternativa aquí en la Coruña como está mandado. Es más vamos a fijar ya la fecha. Será el domingo día 15 de septiembre y se convertirá en la primera alternativa realizada en nuestra plaza”. “No se hable más” dijo Lugín.”Ahora vamos a ponernos a trabajar para buscar padrino y ganado” “Pepe: Dame un habano”. Celita replicó. “Me gustaría que el padrino fuese Manolo Bienvenida”

La relación de Alfonso Cela con Bienvenida, venía de dos años atrás cuando Manuel lo elige para que le acompañe como sobresaliente en una corrida con toros de la ganadería de Trespalacios. Allí en la plaza de la Fuente del Berro, el 16 de julio de 1910 el Bienvenida padre, el papa negro del toreo como le proclamó en El Liberal  el revistero Don Modesto, seudónimo bajo el que se escondía D. José de La Loma, se enfrentó con seis morlacos, actuando Celita, que todavía era novillero, como dijimos de sobresaliente.

El tercer toro de la tarde  de aquel festejo, un toro cárdeno salpicado, le inferirá a Manolo Bienvenida una terrible cogida, viéndose Alfonso obligado a sustituirlo y matar al animal. Celita tuvo esa tarde una soberbia actuación lidiando y estoqueando a cuatro toros. La afición madrileña  cayó rendida a sus pies.

A partir de esa fecha el chico gallego llamado Alfonso Cela Vieito, nacido un 11 de julio de 1886 en la parroquia de San Vicente de Carracedo en Láncara  iba a lograr en la capital de España un gran predicamento y respeto.

Alfonso pasó su infancia hasta los once años en la sierra de Láncara donde observaba las evoluciones de los caballos salvajes. En 1879 la familia se traslada a vivir a Madrid. Allí en la cuesta de la Vega y al lado  del mercado de San Miguel, en el Madrid de los Austrias, Celita jugará al toro con sus amigos y aprenderá igualmente a moverse con desparpajo en las capeas, alternándolas con su oficio de tablajero en el matadero madrileño. Su juventud coincide con  un tiempo histórico, la edad de oro del toreo, donde triunfan arrolladoramente Joselito, Juan Belmonte, Rafael Gómez “El Gallo”, Vicente Pastor, Rafael González “Machaquito”y Ricardo Torres “Bombita”.

Desde el día de la comida en La Perla, la asociación de la prensa coordinada por su vicepresidente Sr. García Fernández, trabajó de forma denodada para que el festejo fuese todo un éxito. Barajaron la posibilidad de traer alguna de las ganaderías punteras de la Nación como Saltillo, Miura, Veragua, Santa Coloma o Murube. Pero debido a lo avanzado de la temporada y la pandemia de glosopeda que sufría la cabaña nacional y que había hecho estragos en numerosas ganaderías de bravo, lo impidieron. Se decantaron al final por reses de una ganadería intermedia propiedad de los hermanos Sabino y Agustín Flores cuyos toros provenían del cruce de Ibarra y Santa Coloma y que se había distinguido por enviar fechas atrás, dos corridas de astados feos y bastos pero bravísimos a Alicante y a Alcázar de San Juan. Incluso Bienvenida anuló un compromiso para poder venir a La Coruña.

Pasaron los días y una mañana septembrina coruñesa de radiante sol con viento del nordeste, Juanito recibió una orden de sus superiores y apresuradamente salió de su puesto de trabajo dispuesto a cumplir su cometido. Al pasar  a la altura de la plaza de Pontevedra se detuvo ante un llamativo cartel de toros que pegado en una pared, anunciaba un festejo a celebrar el domingo 15 de septiembre de 1912 a beneficio de la asociación de la prensa coruñesa y que en grandes titulares destacaba la actuación de Manolo Bienvenida al que acompañaría para tomar su alternativa como matador de toros,  Alfonso Cela “Celita” como ya le había anticipado su compañero de trabajo. Tomó buena nota de los que le interesaba, los precios, (la entrada más barata, general de sol, costaba dos pesetas con cuarenta céntimos), metió las manos en los bolsillos del uniforme y continuó a buen paso hasta la calle del camino nuevo concretamente hasta la finca el Leirón propiedad del Sporting club donde debería dejar una nota. Allí recibió una suculenta propina de una peseta que unido a lo que tenía horrado le serviría  llegado el momento en que las entradas de aquel mano a mano, que había visto anunciado en los carteles se pusiesen a la venta, acercarse hasta las taquillas y hacerse con una de ellas.

Durante los días anteriores a la fecha de la corrida, en  bares, cafés, restaurantes, hoteles y sociedades no se habló de otra cosa que no fuese la corrida anunciada de Bienvenida y Celita. Como buen botones que era y  se preciaba de serlo, durante todas esas  tardes anteriores al festejo, puso a funcionar sus antenas auditivas muy cerca de las tertulias que se formaban en el hotel. Acaloradas discusiones taurinas que se completaron con las que produjo un crimen acaecido esos días en el campo de artillería donde un zapatero había asesinado a una anciana.

La Coruña vistió para la ocasión sus mejores galas. Centenares de aficionados llegados de todos los puntos de Galicia muy especialmente de Láncara, Sarria, y Lugo, llenaron calles, bares y restaurantes de un ambiente extraordinariamente festivo. Se organizaron diversos trenes especiales que llegaron atestados de gente desde diversos puntos de nuestra geografía y que sirvieron en algunos casos de alojamiento a las numerosas personas que no lo encontraron  en los hoteles, fondas, pensiones y casas particulares de la ciudad que colgaron el cartel de completos. En vehículos particulares, coches de caballos, carruajes, carros, a lomos de mulas y asnos e incluso andando, la gente taurina se fue allegando a La Coruña deseosa de ver triunfar como torero a su paisano.

Celita, y Manolo Bienvenida que habían llegado con sus cuadrillas por vía férrea quedaron alojados respectivamente en el hotel Roma de la Rúa Nueva propiedad de la familia Cortés  y en el hotel La Perla de la calle de San Andrés donde Juanito prestaba sus servicios. Venían acompañados por sus cuadrillas. La de de Celita las conformaban  los picadores Zurito Chico y Poli y los banderilleros Moyanito, Africano y Pepillo. Por parte de Bienvenida, Veneno por los del castoreño y los banderilleros Chicorrito, Mejías y Doble. Monerri el segundo picador de Bienvenida era un guasón de primera y generalmente viajaba solo. A la Coruña llegó de esa forma por vía férrea desde Salamanca, cuando sus compañeros ya estaban alojados en el hotel. Ante un viaje tan largo envió  desde Venta de Baños a su maestro este jocoso telegrama “Van tan sólo 27 horas de viaje. Llegaré desconocido. Búsquenme barbero y gran cantidad de jabón. Monerri”. Como pueden observar lo del transporte férreo a Galicia viene de lejos. Para que luego se enoje el manirroto presidente de la generalidad catalana, Arturo Más, con el próximo AVE gallego.

Los chicos de la prensa y numerosos aficionados acosaron a Bienvenida en el hall de su hotel. Manolo respondió pacientemente a las numerosas preguntas y emitió un juicio muy favorable sobre Celita: “Celita va a ser un gran matador de toros. Posee un gran estilo ejecutando la suerte suprema sin trampa ni cartón. Tiene unas maneras muy bonitas parecidas a las del Algabeño”. “Estoy  feliz de poder darle la alternativa pues ya tenía yo ganas de salir en la Coruña. Agradezco mucho a  la asociación de la prensa que se haya acordado de mí después de aquella maldita corrida de Trespalacios donde por cierto mi amigo Celita actuó de sobresaliente. Aquel Cárdeno me impidió venir a esta preciosa ciudad donde ya estaba contratado”.

Desde el propio hotel Roma salió Celita, el día de la corrida,  realizando el recorrido en un artístico carruaje que se detuvo constantemente ante las grandes muestras de cariño de los numerosos aficionados que circulaban por la calles en dirección a la plaza.  Su llegada a esta fue apoteósica. Entre grandes aplausos, las notas musicales de la charanga Os Celiñas, llegada para la ocasión desde Lugo, saludos y abrazos de amigos y aficionados que en gran número se habían congregado en las inmediaciones del coso de la calle del Médico Rodríguez, Celita entró en la plaza. Vestía para la gran ocasión un traje perla y oro, “de los de a mil pesetas” como se decía entonces para ponderar la buena factura del vestido.

Y allí, tocado con una gorrilla, muy cerca de la puerta principal del gran coso coruñés, estaba Juanito que había logrado cambiar el turno con otro de los botones de su hotel, Una vez que vio pasar a los dos matadores participantes, entre un mar de gente que en riadas acudía  a la plaza y a sus alrededores, se encaminó feliz, radiante, llevando en su mano la entrada -que alguien quiso comprarle por seis pesetas minutos antes del inicio de la corrida- para ocupar su localidad de sol. Seis pesetas era mucho dinero, la entrada de barrera para presenciar el festejo costaba en taquillas, -donde se había colgado el cartel de no hay billetes-, la cantidad de nueve pesetas, ocho las contrabarreras y cuatro pesetas los tendidos de sombra. Pero por nada del mundo Juan perdería aquella ocasión de presenciar aquel festejo que ya en lo más hondo de su corazón barruntaba como irrepetible, sabiendo por intuición  que iba a ser testigo de un acontecimiento que con el paso del tiempo sería reflejado y contado por la  historia.

El festejo, un mano a mano,  que resultó muy entretenido fue amenizado por las bandas de música del regimiento Isabel La Católica y la banda del Hospicio además de contar con la presencia de la charanga Os Celiñas. Con la plaza absolutamente llena, donde resaltaban bellísimas coruñesas, que el escritor Pérez Lugín definió como “un mujerío archisupraextrarecontradespampanante“, la corrida fue presidida por los Gobernadores Civiles de la Coruña y Lugo señores Romero Donallo y Bocherini, que estaban acompañados por los alcaldes de Lugo, Sarria, Betanzos y Ferrol, señores De la Riva, Antón, Sánchez y Fernández; el teniente de Alcalde coruñés Martín Martínez y el gran  Alejandro Pérez Lugín. Las autoridades y otros invitados, además de los cuatro directores de los periódicos locales El Eco de Galicia, Tierra Gallega, el Noroeste y La Voz de Galicia, señores Gómez, Lahorra, Rodríguez y Barreiro, habían sido obsequiados con un espléndido almuerzo organizado por la asociación de la prensa en el restaurante Ideal Room situado en el entresuelo del café Oriental y donde degustaron una magnifica paella marinera regada con vinos de Ribeiro, Rioja blanco y Champaña, aderezado con postres variados, café, copas y numerosos cigarros puros.

A  Celita le tocó en suerte un toro muy serio, desarrollado de pitones, berrendo en castaño, grande y abueyado de la ganadería de Sabino y Agustín Flores, de nombre “Mochuelo” al que los subalternos Pepillo y Moyanito le colocaron unos intrascendentes pares de banderillas.  Alfonso recibió de manos del Papa Negro, Manuel Bienvenida los trastos para realizar su primera faena como matador. “Que Dios te de  mucha suerte, le dice Manolo, y que seas un matador de toros a medida de tus deseos”. Celita se abraza a Bienvenida y se dirige al palco presidencial y  a los aficionados a los cuales brinda emocionado: “Por el público  más querido, este que me hace matador de toros. Por Sarria y por Galicia entera”. El toricantano comenzó nervioso, trasteando por bajo, pero poco a poco se fue templando para arrimarse con valentía y temeridad a la fiera. La música toca el pasodoble Celita y el joven diestro hace pasar al toro por ambos lados realizando un soberbio pase de pecho. Un soberbio espadazo hizo que Mochuelo, después de voltear dos veces al matador, encontrase la muerte al hilo de las tablas. Celita fue ovacionado con emoción por su valentía.

El cuarto del festejo, un toro faldinegro, bragado, largo, levantado de pitones y alto de agujas va a servir para que Celita inicie la senda del triunfo. Después de tomar cinco varas y dos pares de banderillas. Celita brinda la faena a los socios de su club de amigos y la realiza en las inmediaciones del tendido ocho donde ha quedado muy parado el animal. La faena es un dechado de valor y temeridad debido sobretodo a las condiciones de mansedumbre y peligro del morlaco. En el momento de perfilarse para matar, Alfonso le receta un estoconazo del que sale trompicado. El toro herido de muerte se refugia en el tendido cinco donde el cuarteto Os Celiñas está interpretando una muñeira. Allí caerá entre los sones regionales y  la alegría del respetable que llena los tendidos de pañuelos. El presidente concede una oreja. Los componentes del club Celita al devolverle la montera le regalan un alfiler de oro con las iniciales del club.

En el que cerraba plaza  otro retinto, largo, bizco del pitón derecho y muy complicado para la lidia, Celita realiza otra faena de gran audacia donde sobresaldrá otra enorme estocada por derecho que hizo que el animal rodase sin puntilla ante el clamor de los tendidos. Otra oreja y clamorosa vuelta al ruedo. Ya convertido en  torero, Celita salió a hombros por la puerta grande coruñesa después de cortar dos orejas en una corrida variada donde Bienvenida, salvo en los tercios de quites donde realizó alguno muy bueno, no estuvo a la altura de su acredita fama. El ganado en su mayoría bravo fue muy bien a los caballos. A resultas del tercio de varas murieron tres cabalgaduras. Alfonso, cobró cinco mil pesetas de las de aquella época, cediendo mil pesetas a la Asociación de la prensa. A la corrida por expreso deseo de Celita fueron invitados los niños del asilo municipal y del Hospicio. La recaudación del festejo fue a parar íntegramente a la cocina económica.

Como dato anecdótico significar que Joselito Gómez Ortega tomó la alternativa también en ese año de 1912, trece días después del doctorado coruñés de Celita. El divino José “Gallito”no logró llenar la Real Maestranza de Sevilla. En cambio Alfonso hizo reventar el coso coruñés. Un recuerdo imperecedero para el grandioso Joselito, aquel extraordinario y generoso torero por el que la Virgen de la Macarena se vistió de luto por única vez en su historia. Por su bellísimo y aniñado rostro rodaron generosas lágrimas cuando conoció que su querido Gallito, -el mismo que le había regalado las mariquillas de esmeraldas traídas de la otra orilla del mundo para realzar aun más su belleza y que luce en su pecho cada vez que llega en el calendario la madrugá y la Señora se hace pasión y excelsa belleza por las calles  de Sevilla-, que Bailador un toro pequeño y burriciego de la ganadería  de la viuda de Ortega había acabado con la vida de su querido José de una cornada en el vientre en Talavera de la Reina en 1920

 

En San Gil, la Macarena

Si que lloraba de pena

Por la muerte del chaval.

 

Talavera, Talavera

Que triste suerte

En tu plaza bullanguera

De una cornada certera

Halló Gallito la muerte.

Los colores que él lucía

Cual una hispana aureola

¡Oro y Grana!

Parecía

Que aquella tarde vestía

Con la bandera española.

 

Así le cantó a Joselito Gómez Ortega, el gran Pedro Muñoz Seca, en un documento inédito aparecido hacer escasas fechas y escrito por el genial creador de Don Mendo antes de que el  odio y el rencor nos lo arrebatasen para siempre en aquella gran fosa común de Paracuellos del Jarama donde reposan más de once mil patriotas asesinados por su Fe y por Patria en la gran contienda española de 1936-1039.

El lunes siguiente Juanito tuvo turno de mañana y como siempre leyó a escondidas la prensa que en grandes titulares cantaba la excelsitud del doctorado taurino de Celita.  El gran Pérez Lugín escribirá en La Voz de Galicia: “Celita es un gran estilista de la suerte de matar. Tenemos matador. Hoy no se ha doctorado ningún ansioso que haya de ir haciendo el ridículo por ahí adelante. Donde quiera que vaya, por España adelante, Celita arrancará aplausos por su estilo torero y su valor sereno”. “Alfonso hay que arrimarse y quedar como las propias rosas que dices tú hablando en flamenco” “Ca miña moza o lombo, espá e cirolas, no hai toureiro nin raio que a min me poida”. Ei Carballeira. Ard o eixo”

El tiempo siguió su curso, Juanito fue haciéndose hombre, De botones pasó a camarero. Pero no perdió la estela del aquel torero gallego que tanto la había gustado en su toma de alternativa. Y supo de sus éxitos como aquel cosechado en la plaza de toros de Barcelona el 12 de julio de 1914, donde Celita se  encerró con seis toros  de Pérez de la Concha, logrando un resonado triunfo. Despachó a los seis bureles de seis estocadas, cuatro de ellas  fulminantes y certeras y dos pinchazos.  A cuatro de sus toros los mató de la misma forma con estocadas al  volapié, elegantes, rectas y de una pureza exquisita. Al quinto lo atronó de un certero descabello. El público enloquecido pidió para él los máximos trofeos. La presidencia le concedió un total de seis orejas. Así terminaba una de sus crónicas el famoso crítico aragonés, D. Ventura al referirse a Celita: “Cuidado, que es un gran matador este demontre de galleguito. O aquel otro excelso triunfo de Celita en Madrid, la tarde del 19 de abril de 1915, donde logró salir a hombros después de una soberbia actuación, compartiendo terna con Rafael “El Gallo” y Vicente Pastor”.

Nuestro buen camarero tuvo conocimiento de lo que le sucedió a Celita en la Real Maestranza de Caballerías de Sevilla con ocasión de lidiar una corrida de la ganadería de Palha y que años más tarde el eximio historiador taurino e ilustre médico, Fernando Claramunt, dejaría escrito en su magnífica Historia Ilustrada de la Tauromaquia,

Aquel día el público sevillano, desde el primer momento, no tomó en serio al torero gallego. Desde el tendido fue objeto de chanzas de toda condición, incluso le entonaban “muñeiras” y le  llamaban “gallegaso”. Vázquez II y Mogino, sus compañeros de cartel, no daban crédito a lo que estaban presenciado. Celita, herido en su amor propio a la hora de matar se perfiló recto como una vela, se encunó en los pitones de la fiera, gritó “viva mi tierra” y le colocó un espadazo que hizo que el animal rodase con estrépito por el albero sevillano. El silencio en la Maestranza fue sepulcral. De repente todo el público como un resorte se puso en pie y aclamó con entusiasmo a Celita. Entre vivas a Galicia, el torero fue llevado a hombros hasta la puerta de su hotel sevillano. Juanito desde su Coruña natal recibió aquello de forma alborozada soltó un taco acordándose de la madre de alguno y entre dientes musitó: “Ei Carballeira. Viva Galicia”.

Como todo buen torero que se precie, Celita también cruzó el charco para torear en Méjico. Debutó en la plaza «El Toreo», el 24 de octubre de 1920, en un festejo junto a  Juan Silveti, con toros de la ganadería de San Diego de los Padres. A Celita le tocó en suerte un impresionante toro de nombre Zorrito provisto de un par de pitones como cuchillos que cortaban el aliento. Le realizó una valientísima faena y cortó una oreja. Ocho días  después vuelve a anunciarse en «El Toreo», junto al Jibarito Ernesto Pastor. La tarde fue muy deslucida con unos toros de Piedras Negras, sosos y  muy parados que en poco ayudaron al lucimiento de los dos toreros. La  última corrida de Celita en Méjico tuvo lugar, el 9 de enero de 1921, con un cartel de tronío: Celita, Rodolfo Gaona e Ignacio Sánchez Mejías, con ganado de Zotoluca. Esa tarde el gran triunfador fue Rodolfo Gaona, que según la prensa mejicana, estuvo inmenso.

El 25 de junio de 1922 Alfonso Cela “Celita” se despidió para siempre del público en una tarde brillante celebrada en Madrid, donde lució toreando a catalán del hierro de  Antonio Pérez de San Fernando. Sus compañeros de cartel que en esa ocasión fueron Nacional y  Roger “Valencia II” ayudaron a cortar la coleta del honesto torero.

En 1923 Juanito, nuestro botones de los Castros, que contaba 23 años, se alistó voluntario a la Legión española y combatió contra las kábilas de Abd el Krim en la guerra de Marruecos participando en el desembarco de Alhucemas en la columna que mandaba el teniente coronel Francisco Franco. Una vez finalizado su compromiso con el Ejercito regresó a su querida ciudad de La Coruña, entró a trabajar como recepcionista en el hotel Palas y conoció a una preciosa modistilla, Mercedes, casándose  con ella en 1929. Quiso ir de viaje de luna de miel a Barcelona que lucía radiante con la exposición internacional que habían inaugurado los reyes Alfonso y Victoria Eugenia acompañados por el presidente del Gobierno Don Miguel Primo de Rivera pero se tuvo que contentar con una ruta por Galicia que terminó en la monumental catedral de Compostela postrándose ante el amigo del Señor el Santo patrón Santiago.

Desde su puesto de recepción del Hotel Palas, sus ojos será testigos de cómo se derrumbará la secular monarquía sin que un piquete de alabarderos la defendiese, Y llegará la República como caída del cielo, traída por un grupo de audaces que se habían encontrado el poder tirado en medio de la calle. Nadie sabía como había sucedido, pues una vez conocidos los resultados las candidaturas monárquicas ganaron por amplio margen a las republicanas en aquellas elecciones municipales. España comenzaba por espacio de cinco años su aventura republicana. Mientras el Rey Alfonso XIII se despedía de los oficiales del Crucero Príncipe Alfonso que le había trasladado hasta Marsella y a quienes solicitó la enseña Nacional del navío. El Rey, ya en tierra, se volvió para mirar por última vez su nombre colocado sobre un barco de la armada española. No se contuvo y rompió a llorar. Se iniciaba para él un largo destierro del que ya jamás volvería.

Juan como miles de compatriotas recibió esperanzando el advenimiento de la II República que pronto se tornó en amargura al comprobar que con el cambio del color de la bandera y la quema de iglesias y conventos los gobernantes republicanos con una total incapacidad defraudadora tomaban un camino muy peligroso de división entre los españoles.

En 1932 Juan dejó el barrio de los Castros y se fue a vivir a un segundo piso de la calle de Rubine en abril de 1932, dos meses después de que su torero Celita hubiese entregado su alma a Dios, muriendo en Madrid como sólo saben morir los buenos toreros, o de una cornada  o como en este caso de un ataque al corazón.

El 10 de agosto de ese año nació el primer hijo de  Juan Barro, José Antonio, justo cuando en Sevilla el general Sanjurjo protagonizaba la penúltima cuartelada decimonónica de la historia de España al sublevarse contra la II república.

Juan, día tras día, siguió fomentado su devoción taurina. Una tarde de agosto de 1934, un cliente del hotel, invitó a nuestro protagonista a presenciar en la plaza coruñesa una corrida que se  antojaba histórica, Alternaban  Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y Domingo Ortega. Juan acompañó alborozado al cliente, un madrileño que tenía negocios en Cuba y que invitó al  buen camarero a una presenciar el festejo desde una magnífica localidad de tendido. Allí estremecido comprobó como un joven de Portosín moría víctima de un lamentable accidente que se produjo a resultas de un estoque que manejaba Juan Belmonte con intención de descabellar al primer toro del festejo. La fiera le lanzó un seco derrote a la muñeca derecha de Juan Belmonte con la que sostenía el estoque y este salió proyectado como una catapulta hacia las gradas del tendido número 1 y fue a clavarse en el pecho de un joven espectador, sentado en el asiento 34 de la sexta fila de tendido bajo que morirá unos minutos después en la enfermería de la plaza. Y como no, ese mismo año, Juan será  espectador principal de la traición separatista de Barcelona y de la revolución marxista de Asturias un autentico golpe de estado contra el gobierno radical republicano del presidente Alejandro Lerroux.

Y verá horrorizado cómo durante tres largos años los campos de España van a ser mudos testigos de una lucha a muerte sin cuartel entre dos enemigos irreconciliables.

Juan por su edad no acudiría a los campos de batalla, Seguiría prestando sus servicios en el hotel Palas  compaginado  su labor con la ayuda a las jóvenes muchachas del auxilio social, aquella organización humanitaria que tanto trabajó por los más desfavorecidos en aquel triste periodo de guerra. Sin embargo nuestro buen amigo siempre que tuvo ocasión siguió cultivando su gran afición y no hubo festejo que se diese en la plaza coruñesa al que no acudiese como por ejemplo aquella corrida que recaudó fondos para la construcción de un nuevo acorazado España que se había hundido frente a las costas de Santander y que lidiaron Manolo Bienvenida, Domingo Ortega y Pascual Márquez

El primero de abril de 1939 un lacónico parte de guerra ponía fin a la misma y España comenzaba a caminar al paso alegre de la paz

En agosto de 1944, como regalo de cumpleaños anticipado para su hijo José Antonio, este acudiría a la plaza coruñesa, acompañando a papa Juanito a presenciar la toma de alternativa del un fenómeno de los ruedos Luis Miguel Dominguín. Y tampoco se perderían,  un año más tarde  en 1945, los días 3,4 y 5 de mayo, con motivo de las fiestas extraordinarias de la inauguración del estadio Municipal de Riazor, donde en encuentro internacional amistoso de fútbol, compitieron las selecciones de España y Portugal, las tres corridas donde actuaba el más grande: Manuel Rodríguez Manolete ¡que torero! que compartió cartel junto a Carlos Arruza, Pepe Luis Vázquez, Curro Caro, Gitanillo de Triana, que sustituía al Estudiante, Fermín Rivera y los rejoneadores Álvaro Domecq y Simao da Veiga.

En las tres corridas Manolete cortó un total de  cuatro orejas y un rabo. Por su parte el Mejicano, Carlos Arruza, se llevó tres y un rabo.

Curiosamente destacaba la prensa, la labor de la reventa.  Los tendidos de sol, que  se vendían en taquilla a treinta y cinco pesetas, llegaron a pagarse a cien. Sin embargo y debido a la gran labor de la policía, los revendedores fracasaron en el negocio y a última hora, vendieron barreras, que costaban en taquilla, doscientas pesetas,  al irrisorio precio de dos duros. ¡Diez pesetas por ver a Manolete y a Arruza! ¡Menuda ganga!

Padre e hijo de nuestra familia protagonista continuaron acudiendo con asiduidad  a la gran plaza de la calle del médico Rodríguez y vieron con estupor como Rafael Vega de los Reyes”Gitanillo de Triana”, Rafael Albaicín y Joaquín Rodríguez “Cagancho”, los tres gitanos les timaban junto a otros diez mil coruñeses, organizando un escándalo sonado, el día 6 de agosto de 1948 al dar la espantada ante seis complicados Miuras. El público entre indignado y jocoso presenció uno de los espectáculos más lamentables y surrealistas que pudo darse en un ruedo español en todo el siglo XX.

La Coruña crecía a un ritmo frenético. Juan, a quien se lo rifaban los hoteles, entró a formar parte de la plantilla del nuevo Hotel Embajador. Allí atendió solícito al Rey Abdullah de Jordania y al presidente Tubmad de Liberia, ilustres visitantes de nuestra ciudad. Y vio como el alcalde Alfonso Molina, quien por cierto dispensaba a Juanito un  trato muy afable, embellecía nuestra ciudad con innumerables obras y jardines. Que bien te trovó aquella voz inolvidable de Jorge Sepúlveda: “Coruña al verte te adoré, Coruña llorando marcharé, Coruña quisiera poder ser como el mar que siempre besa tu tierra “

En esos años cincuenta Juan y su hijo José Antonio que se licenciará como perito industrial y entrará a trabajar en un banco coruñés, tendrán oportunidad de ver actuar a  toreros de la categoría de Manolo González, Pepín Martín Vázquez, Jumillano, Pedrés, los Bienvenida, Antonio Ordóñez -el gran maestro de Ronda-; Manolo Vázquez, Aparicio, Litri, Diego Puerta, Paco Camino, Antoñete, Jaime Ostos, Iban desapareciendo las cartillas de racionamiento y el hambre. España caminaba con ilusión, con fe, con denodada lucha, solidaridad y trabajo hacia su desarrollo, Y llegó el amigo americano y Juan comprobó como el coso taurino coruñés era adornado con dos grandes banderas de las barras y las estrellas con ocasión una novillada que lidiaron Calerito, Litri y Antonio Ordóñez. en honor a las dotaciones de unos navíos de la armada yanki que habían arribado a nuestro puerto por primera vez en la historia.

Y llegaron los años sesenta con sus modas, sus músicas, sus bailes y su revolución y la ciudad en la que nadie es forastero como la había definido el alcalde Peñamaría dio un vuelco de consideración y un crecimiento espectacular. La España del seiscientos, del pluriempleo y de la televisión. Así nacieron el polígono industrial de la Grela, la refinería, el aeropuerto de Alvedro, el dique de abrigo, el barrio de las Flores. Una Coruña amable, alegre, festiva que no dormía de noche. Con sus calles llenas de un frenético ir y venir de gentes, Noches interminables en las calles de la Estrella y Olmos que luego se remataban  en las luminosas cafeterías de la Avenida de la Marina, en el Dorna club, en la Parrilla del Hotel Embajador, en el inolvidable Whisky club o para ambientes más excitantes en el cabaret Marux. Aquellos veranos inolvidables  con La Coruña convertida de hecho y derecho en la capital fáctica de la Nación por la presencia del Jefe del Estado en las incomparables torres de Meirás. Y fútbol, regatas, fuegos artificiales, bailes inolvidables en el Leirón del Sporting, en la Hípica, en el Náutico y por supuesto toros con aquel fenómeno mediático que se llamó Manuel Benítez “El Cordobés”

 

Chorei e eu non sabería

E San Pedro non me escoite

De escoller que escollería

Si entra na Cruña de noite

Ou entrar no ceo de día

 

Nuestro protagonista se jubiló en 1965 como jefe de personal del Hotel Embajador y su hijo José Antonio se casó en ese mismo año, naciendo, un año más tarde, en el mes de agosto de 1966, Santiago y Teresa, hermanos gemelos y primeros nietos de Juan. El nuevo abuelo lo celebró por todo lo alto y se fue a los toros y contempló de primera mano como Palomo Linares cortaba cuatro orejas y un rabo en una tarde clamorosa del diestro de Linares que hizo vibrar de emoción los tendidos del ruedo coruñés.

Y derramó sentidas lágrimas cuando el siete de octubre de 1967, Joaquín Bernadó, Juan García Mondeño y Andrés Vázquez pusieron broche oro a ochenta y dos años de historia de la tercera plaza de toros de la Coruña, el coso de la avenida de Finisterre al que tanto amó  Juanito Barro y en el que tan buenos momentos disfrutó,

La vida siguió su curso. La Coruña se quedó sin plaza de toros y los nietos de Juan, Teresa y Santiago no pudieron acompañar nunca a su abuelo a una corrida ya que Juan Barro fallecería en una mañana gris de un frío mes de noviembre de 1975 dos días antes de que falleciese en una cama de la seguridad social del hospital madrileño de La Paz, Francisco Franco Bahamonde Jefe del Estado Español, aquel español irrepetible que en su último testamento animaba a los españoles a “rodear al futuro rey de España Don Juan Carlos de Borbón del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido”.

En la España de nuestro Rey, la España democrática, la España olímpica de Barcelona, una España moderna, Santiago nieto de Juan, nuestro protagonista, estudió medicina en la universidad de Salamanca donde se aficionaría como su padre y su abuelo a amar a esa maravillosa fiesta española que son los toros

La Coruña de hoy sigue siendo una urbe con carácter aventurero que se refleja en nuestro puerto,  bauprés de la nave española que abrió nuevos itinerarios en los rumbos que señalaban  las indias occidentales y que encontró en los mares la ruta para su progreso y que vio partir a hombres y mujeres ilusionados a “hacer las Américas” dejando atrás la tierra de sus antepasados. Sigue deslumbrando a propios y extraños con la luminosidad de sus típicas galerías acristaladas en verde, azul u otros tonos, siempre sobre blancos marcos, orientadas Cara al sol y que constituyen un elemento de la arquitectura urbana sin precedentes  en  ninguna otra ciudad. Las playas de Riazor y Orzán, siguen siendo uno de los arcos en que descansa la hospitalidad herculina. En la placidez de sus finas arenas, una abigarrada multitud, se broncea y relaja jugando en las azules aguas de un océano atlántico que tanto sabe de noches tragedia. En su vieja ciudad noble, militar, religiosa, administrativa, popular, se sigue manteniendo un recoleto y dulce silencio. Sus estrechas y tortuosas calles, sus históricas puertas de mar, sus conventos e iglesias, o los ecos de la presencia real en alguna de sus casas y mansiones, guardan el alma de esta Coruña que conoció amaneceres de invasiones y luchas, donde se jugó a una sola carta la propia vida, saliendo siempre vencedora, gracias a la protección y la dulce mirada de la Virgen del Rosario, nuestra patrona, guardiana permanente de La Coruña y sus gentes. Es la ciudad de cristal, la de la eterna alegría y la luz permanente que refleja durante el día los rayos del sol y da paso, como una nocturna constelación de estrellas a las luces que parecen bailar al encenderse y apagarse en los hogares asomados a la bahía siempre vigilados por ese coloso pétreo que es nuestra torre de Hércules patrimonio de la Humanidad.

 

La Coruña ciudad mía,

Luna de plata en tu cielo

Sol de oro en tus galerías

Te vista la fantasía de la noche de San Juan

Lo canta tu pregonero

Donde nadie es forastero

Noble ciudad de cristal, como te cantó ese coruñés de excepción que es Pirulo Iglesias en su habanera.

Innumerables museos, nuevos barrios, nuevas plazas, nuevas obras como el gran paseo marítimo han cambiado de forma determinante la fisonomía de una ciudad por la que siguen paseándose por sus calles, cada día, bellísimas mujeres de largos tacones y faldas muy cortas, archisupraextrarecontradespampanantes que diría el gran Pérez Lugín si estuviese con nosotros en la actualidad.

Y la ciudad ha vuelto a tener feria taurina gracias a la decida voluntad de un recordado alcalde, Francisco Vázquez, y a su concejal de fiestas Carlos González Garcés. un aficionado comprometido con la fiesta de los toros. En agosto de 1991 el alcalde Vázquez inauguró el coliseo de Alfonso Molina, un edificio multiusos cubierto que desde esa fecha en la que Luis Francisco Esplá, Morenito de Maracay y Víctor Méndes hicieron el primer paseíllo se ha convertido en la cuarta plaza de toros de la historia taurina de La Coruña. Y por supuesto la familia Barro, José Antonio se jubiló del banco anticipadamente en 1990 y su hijo Santiago que logró una plaza de médico en un hospital  de La Coruña, acudieron con la peña fundada por Víctor Sánchez y dedicada al torero colombiano, César Rincón, de la que son miembros  a muchos de los festejos programados sobretodo para ver en acción a Enrique Ponce, Emilio Muñoz. El Juli o el gran José Tomás.

Hace dos años que Celia bisnieta de Juanito, nuestro protagonista, conoció la fiesta nacional cuando acudió como meiga de las fiestas de las hogueras de San Juan, -esa obra ejemplar de otro coruñés inigualable, Eugenio Fernández “Cheche” y aquellos niños de la calle de Fernando Macias-, a las corridas de la feria taurina de María Pita. Allí Celia pudo ver como Luis Bolívar, torero colombiano, indultaba al toro Tontillo de la ganadería de César Rincón, todo un hito para la nueva plaza coruñesa. Desde esa fecha  se ha convertido en una incondicional de la fiesta. El año pasado enloqueció con el Fandi en banderillas. Ahora después de finalizar un curso escolar  con magníficas notas, está contando los días para acudir al coliseo de la gran avenida de Alfonso Molina. Sabe porqué lo ha escuchado en casa que ya no están los empresarios Álvarez y Manzano, que ella conoció en su condición de meiga y de los que tantas atenciones recibió, pero confía en que el sello de elegancia y buen hacer dejado por ellos sea recogido ahora por los nuevos empresarios la familia Hebrero, que vienen, tras éxitos en otras ciudades donde organizan corridas de toros, con mucha ilusión puesta en esta aventura coruñesa.

Ha visto los carteles por las calles que anuncian para los 3.4 y 5 de agosto a los toreros Juan José Padilla, Daniel Luque, Esau Fernández, Manuel Díaz “el Cordobés”, Francisco Rivera Ordoñez “Paquirri”, David Fandila “El Fandi y los rejoneadores Pablo Hermoso, Roberto Armendáriz y Noelia Mota. Se le antoja como una buena feria. Ella de todos modos lo va a pasar bien. Sin embargo no entiende muy bien como la corporación municipal a la que le consta que sus padres han votado, no se implica más en defensa de una fiesta que atrae desde hace más de veinte años a miles de convecinos y foráneos. Tampoco entiende, ella, que es un modelo de educación y siente respeto por todo el mundo, como un grupo de intransigentes la pueden motejar como asesina y otras lindezas por el hecho de gustarle una fiesta que el único delito que ha cometido es salir de la entrañas del pueblo y enraizarse en la auténtica tradición española.

A los toros irá con su abuelo José Antonio que le ha contado que en este año se cumple el centenario de la toma de alternativa de aquel honrado torero Alfonso Cela Vieito, que como buen profesional que fue, se ganó el respeto de todos los públicos, en una época de grandísimos matadores, por su valor, gallardía, su forma de estoquear y personalidad y sobre todo por ser oriundo de una tierra yerma de matadores de toros. “Ocupó su sitio en el toreo”, cómo apunta Antonio Díaz Cañabate, “pero si muy alejado del montón de la vulgaridad. Fue además un hombre modesto, generoso, cariñoso y amigo de sus amigos.

Como buena ínter nauta que es Celia ha navegado por Internet para recabar información sobre lo que le ha contado su abuelo y ha visto en el blog “recortes y galleos” del eximio médico y cronista taurino, Rafael Cabrera, promesa de que en septiembre el buen critico taurino de la COPE recordará por todo lo alto la alternativa de Celita.  Celia tiene doce años los mismos que tenía su bisabuelo Juanito, cuando aquella tarde del septiembre coruñés de hace un siglo, despreció la importante cantidad de seis pesetas y se negó a vender su entrada sabiendo que asistía a algo irrepetible, la toma de alternativa  de aquel galleguito nacido en Láncara, Alfonso Cela “Celita” y que pasó a formar parte de la legendaria historia  de la fiesta nacional al ser el primer gallego que se convirtió en matador de toros. Y hasta hoy el único. El tiempo le ha dado la razón.

 

 

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