Guayaquil (Ecuador), 12 de noviembre del 2018

Pese a ser domingo, con el fin de visitar los famosos Manglares de Churute y una Finca cacaotera, me levanté a las 6 de la mañana. Antes, a las 4.30 (las 10.30 en España), había enviado mi diaria crónica viajera.

Antes de salir para los Manglares, al igual que ayer, me embadurné todo el cuerpo el brebaje anti mosquitos, y a las 8 en punto inicié la ruta con Abdo Mosquera, mi guía.

Según los expertos en la materia, los Manglares de Churute es una visita de obligado cumplimiento. Se encuentran en la carretera que va de Guayaquil a Machala, que discurre por unos lugares de singular belleza. La Reserva Ecológica de los Manglares de Churute protege no sólo los Manglares sino también los bosques tropicales (aunque yo diría más bien bosques ecuatorianos, dada su ubicación) y el conjunto de un hábitat frecuentado por los delfines y las ballenas jorobadas cuando vienen a reproducirse.

A través de un paseo en lancha, de unos 45 minutos de duración, visité los manglares que nacen al estero de los ríos, donde crecen una serie de arbustos y árboles que se han adaptado al agua salada.

Se trata de una superficie de 35.040 hectáreas, y en la Reserva hay una laguna cubierta por una rica vegetación acuática y de pantanos. Es uno de los sitios más importantes de la Reserva, debido a la cantidad de aves de agua dulce que habitan en ese lugar. Allí he visto la mayor zona de manglares del Pacífico, del estuario de América del Sur.

La caminata por el sendero de los Howlers, de casi kilómetro y medio, a través del bosque seco tropical, permite ver monos y aves que son nativos de la zona. Los manglares se consideran un importante sitio Ramsar, ubicado en el Cantón Naranjal provincia de Guayas, y están a unos 45 kilómetros de Guayaquil.

Tras pasar por Samborandán (no San Borondón como publiqué ayer. ¡Ay los correctores automáticos y los predictores!….) atravesamos el Puente Unidad Nacional y dejamos a la derecha la estación del tren que va a Cuenca.

Entramos en el Cantón Durán por una autopista de 5 carriles en cada sentido, contemplando a la derecha un cementerio muy llamativo que asciende por una empinada colina. A ambos lados de la carretera, numerosos puestos de venta de cangrejos, que traen de los Manglares del Naranjal.

 

A la entrada de Durán, este cartel: «Agua las 24 horas del día, los 365 días del año», resaltando un logro de la alcaldesa. Y al lado, puestos de venta de mangos «bolsa de chivo» que son los más sabrosos de la región. En los árboles, garzas y elanios caracoleros, llamados así porque solamente comen caracoles.

Al pasar el peaje Boliche nos cruzamos con camiones cisterna de «Reparto de agua», que la llevan a los lugares más apartados en los que no existe agua potable canalizada. A ambos lados, grandes plantaciones de teka, un árbol que es maderable a los 20 años y cuya preciada madera se exporta el 70 por ciento a la India. También exportan grandes cantidades de atún: el año pasado 1,5 billones de dólares.

Atravesamos el Estero Majahuevo, llamado así porque el agua llega hasta…. eso que se imaginan, y contemplamos grandes plantaciones de cacao, plátanos, mangos y caña de azúcar, con un grupo de buitres al acecho, antes de pasar el Río Baypass 3 y llegar a las altas montañas andinas.

En el Río Churute doblamos a la derecha, y entramos en la Reserva Natural La Flora. Dejamos atrás una piladora, que es donde sacan la cáscara al arroz, que venden aparte. En las selváticas montañas de atrás hay venados de cola blanca, grandes termiteros, jaguares, osos hormigueros y diversos mamíferos.

Por cierto, hay gran cantidad de motos de cilindrada media, que aquí llaman «yeguas de acero » porque han sustituido a los caballos como medio de transporte.

Dejamos la carretera y nos metimos por un camino de tierra que deja mucho que desear, e hicieron su aparición los siempre molestos mosquitos pese a que son más bien pequeños.
Los cánticos de la misa dominical de una pequeña iglesia evangélica nos acompañaron hasta cerca de una Escuela Católica, muy modesta por cierto. En esta zona las casas están sobre palafitos, como la de la fotografía que publiqué ayer con motivo de mi visita al Parque Histórico de Guayaquil, y que tanto le gustó a Lolecha Fernández España. De allí parte el sendero de los monos aulladores (howlers), recorrido que ya les conté anteriormente.

En ese punto, nos cruzamos con el único coche con el que coincidimos desde que entramos en la carretera de tierra, y después de hora y media (una buena parte como si estuviera en una chocolatera) al fin llegamos a la entrada de los Manglares de Churute.

Una vez aparcado el coche, caminamos por el sendero La Flora unos 300 metros hasta el embarcadero, mientras arreciaba el ataque de los mosquitos. Delante de mí caminaba el guía, que tenía la espalda de su camiseta totalmente cubierta. Por suerte, mi repelente funcionó muy bien, u no tuve ni una sola picadura.

En nuestro camino, que incluía un puente de madera nuevo vimos gran cantidad de agujeros de cangrejos y algunos cerca de la boca, siendo de resaltar que las hembras tienen muy limpia su entrada, al contrario de los machos. Había, también, varias paraguas y embarcaciones de las que usan los cangrejeros.

Llegamos al pequeño muelle de cemento, sobre el estero o brazo de mar que penetra en la selva, en el que abundan las corvinas, los róbalos y el pez gato (de largos bigotes). La marea estaba alta, y subimos a la «Niña Johana» una estrecha y larga barca de madera, patroneada por Eduardo Moreira, con antepasados gallegos. Con capacidad para 16 pasajeros, solamente íbamos mi guía y yo.
El recorrido es realmente hermoso y relajante. … a pesar de los mosquitos. Él estero por el que navegamos tiene zonas de más de trescientos metros de ancho, y a la derecha hay unas crandes piscinas para la cría de camarones.

La lluvia fina nos acompañó un buen rato, y una ligera brisa hizo más confortable la suave navegación a motor. En todo el largo recorrido solamente nos cruzamos con una lancha con tres pasajeros. Tuve oportunidad de ver águilas pescadoras, monos aulladores y micos (de cabeza blanca), garzas rosadas, ibis (como en Nueva Zelanda!, garzas azules, martin pescador y garzas azules. También había caimanes y cocodrilos, en una zona más al interior en la que no entramos por razones de seguridad.

Del estero por el que navegamos parten numerosos brazos y ramales que se pierden entre manglares y selva donde los cangrejeros ejercen su dura pero lucrativa actividad. Según me comentó Eduardo Moreira, que también es cangrejero, son un total de 1.400 cangrejeros, el tope diario permitido es de 96 cangrejos, y los domingos está prohibida su captura.

Fue un paseo precioso, gozando de un aire puro desintoxicador y muy confortable, ya que la lancha se deslizó en todo momento lenta y majestuosamente.

Después del interesantísimo recorrido por los Manglares, nos dirigimos a una Finca cacaotera, donde almorzamos.

 

Se trata de la finca «Cacao y Mango», que se encuentra cerca del pueblo Tres Cerritos. Está regida por los hermanos Lara, que son sus jovenes y diligentes propietarios. Además de cacao, tienen arroz, mangos, maracuyás, y están introduciendo la producción de camarones en los arrozales.

Stalin Lara me acompañó en el recorrido por los campos de la finca, y me explicó todos los procesos que siguen con los productos que allí cultivan. Me dijo que el cacao da frutos continuamente, que el fruto nace en los troncos, desde el mismo suelo, no en las ramas. Según maduran unos ya están saliendo flores al lado. Recolectan cada 15 días. Las pepitas del cacao están dentro de unos grandes frutos en forma de piña y están recubiertos de una gelatina blanca (mucílago), que encontré muy sabrosa y que se puede tomar con ron.

La variedad original es verde, que se vuelve amarilla al madurar. Las tratadas, son piñas achocolatadas que se convierten en rojas cuando maduran. Cogí un par de buenos ejemplares para mí casa.
Según me comentó Stalin, son 150.000 productores de cacao, y el pasado año exportaron 350.000 toneladas.

Lo mejor, es que me fabriqué mi propio chocolate, con el asesoramiento de Jamil y la colaboración de la noven y bella guia guayaqileña Allyson:

Cogí las semillas de cacao, y las tosté. Luego, las pelé. A continuación, las molí para hacer la pasta de chocolate. Y por último, le añadí panela (caña de azúcar) para endulzarlo. Ese chocolate puso broche de oro a la comida.

 

Almorcé en la propia finca, a la sombra de los mangos y al lado mismo de la plantación de cacao. Este fue el menú: tortillas de yuca, con salsa de cebolla; chancho con aguacate y arroz amarillo con achote; y de postre, mouse de maracuyá, banana y manzana, con fondo de chocolate. Para beber, un magnífico zumo natural de naranja frío. Y, para rematar, una taza del chocolate que yo mismo fabriqué. Estaba bastante bueno, pero sin llegar al nivel del que me daba mi madre o al que tomo en «El Timón» o en «Bonilla a la Vista», en La Coruña.

A media tarde, regresamos a Guayaquil por la misma ruta de la ida, poniendo fin a una estupenda jornada en contacto directo con la Naturaleza más auténtica, disfrutando de un tiempo excelente, cubierto pero con resol y buena temperatura.

Al ser domingo, la entrada en Guayaquil fue muy rápida Debido al poco tráfico, rebasamos pronto Samborondón, el Puente Unidad Nacional y el Aeropuerto Internacional, que ha quedado prácticamente dentro de la ciudad de Guayaquil.

Y para estirar un poco las piernas, di un paseo por las cercanías del Hotel. Vi el bonito edificio del periódico «El Universo «, la Plaza e Iglesia de San Francisco, la Iglesia de La Merced, las esculturas de homenaje al Vendedor de galletas y al Vendedor de Lotería, etc.

Y más que satisfecho, retorné al estupendo Hotel Palace para cenar y escribir esta crónica. Una vez más, espero y deseo que sea de su agrado.

¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)

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