Hoy se completaron 21 días desde que inicié este maravilloso e inolvidable viaje por Asia Central. Aunque es domingo y aquí es un día más de la semana, me levanté a una hora mucho «más cristiana»: a las 7 de la mañana. Lucía el sol a tope, prácticamente sin viento, y con la temperatura en ascenso. Estamos que 1.576 metros de altura, en Isfahán, una ciudad que es un auténtico túnel del tiempo y que posee el encanto de una urbe oriental extraída de las leyendas de «Las mil y una noches», libro que leí de niño y que desató en mi el irrefrenable deseo de hacer lo que desde los 17 años hago: viajar. La superficie de esta fabulosa ciudad, que tiene 10 puentes sobre el Río Zayandeh, que atraviesa la urbe, es de 103.000 metros cuadrados.
Cuando bajé a desayunar, me llamó la atención ver que muchas de las extranjeras que estaban en el comedor tenían la cabeza descubierta. Una señal evidente de que las cosas se van distendiendo algo. ¡A ver si es cierto!.
Y tras desayunar, salimos para realizar las visitas previstas. Isfahán «la ciudad en la que se puede descansar eternamente» es una ciudad creada por los aqueménidas para acoger a los judíos, que con el tiempo se convirtieron en los amos de la economía mundial.
Nuestra primera visita fue al famoso y monumental Puente Khaju, uno de los más bellos del mundo, que es una auténtica obra maestra del Siglo XVII. Lo mandó construir el Rey Abbas I, para mejorar la seguridad de sus súbditos y evitar los accidentes mortales que se producían cuando atravesaban el ancho río, que ahora lleva muy poca agua y deja al descubierto una amplia zona de limo verde.
Tan monumental obra fue construida por el georgiano Alá Verdiján, un ex prisionero de guerra, a quien liberó el Rey al conocer, a través de un guardián de la cárcel, su inteligencia, sus conocimientos y sus habilidades.
En la parte superior central del puente hay una sala que utilizaban el Rey y su familia. También se reunían allí los embajadores, y fue Figueroa, el embajador español, quien propuso repetir ese encuentro anualmente, y fue así como se convirtió ese día en la «Fiesta del agua», evento de gran arraigo popular que se añadió al calendario de fiestas oficiales.
El puente está hecho de piedra y ladrillo, y en muchas piedras se pueden ver unas marcas o pequeños dibujos que le servían de justificante al cantero para poder cobrar su salario.
Pasé de un lado a otro de este gran puente peatonal, admirando su belleza, tanto por la parte superior como por la parte inferior.
Tras dar una pequeña caminata por los bien cuidados jardines que hay a ambos lados del puente, vi el sistema que utilizaban para la canalización del agua para la ciudad y para los jardines reales.

Y del sensacional puente me trasladé a otro lugar todavía más fabuloso: la Plaza de Naghsh-i Jahan, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1979x en torno a la cual se despliega una majestuosa colección de edificios islámicos, de porcelana turquesa, que parecen sacados de una fábula. Se trata de la mayor concentración de edificios islámicos de Irán. Es la segunda plaza más grande del mundo, y está festoneada de edificaciones de la época sefavida: Mezquita Sha, en el lado Sur de la plaza; Palacio Alí Qpu, en el Oeste; la Mezquita Sheik Loft Allah, en el Este; y en el Norte se abre la Puerta Keisaria, hacia el Gran Bazar.
En el lado Oeste se levanta el Palacio Alí Qapú, que mandó construir el Rey Abbas I para recibir allí a las personalidades y embajadores llegados del extranjero. Tiene seis pisos, y 48 metros de altura.
La plaza tiene 510 metros de largo y 125 de ancho, ocupando la superficie de tres campos de fútbol. Allí, los militares practicaban para mostrar su poder al pueblo y a las demás naciones, se reunían los políticos y se jugaba al «chougán», que copiaron los ingleses y crearon el polo como invento propio. Dos columnas de piedra recuerdan la portería, y el propio Rey participaba a veces en el juego o lo seguía desde la amplia terraza de su Palacio. Este juego popular, que aún se practica, tiene la friolera de 2.500 años de antigüedad.
La amplia explanada, que era de arena, era utilizada por las caravanas para exponer, de una manera ya establecida, sus mercancías: animales, cerámica, telas, verduras, etc., y el Rey controlaba todo desde su privilegiada atalaya, ordenando a los soldados intervenir si veía algo raro.
La Mezquita Sheik Lotfollah, llamada así en honor del suegro del Rey, que era un hombre sabio al que respetaba mucho el soberano, era privada y tenía un pasillo subterráneo que la comunicaba directamente con el Palacio, por el que transitaba el Rey con su familia. Esta verdadera obra maestra, que tiene azulejos de siete colores y como dije es Patrimonio de la Humanidad, tardó 17 años en ser construida, se terminó en el año 1602, y el diseñador dejó numerosas y evidentes muestras de su genialidad.
La Mezquita, que en la parte superior de la entrada, que gira 45 grados a la izquierda, tiene los nombres de Sheik y del constructor, ocupa nada menos que 23.000 metros cuadrados. Es de mármol, y las artísticas celosías son de roca natural.
La cúpula tiene 33 metros de altura en el interior, y 35 metros por su parte exterior. Es una obra tan maravillosa que los expertos dicen que fue hecha por inspiración divina. Al ser de carácter privado, no tiene minaretes, ni patio, ni baños.

Caminando un corto trecho fuimos a visitar la Mezquita Jameh Abassi, de carácter público, que mandó construir A bas I, y que ahora está en restauración.
Es otra genial obra de arte del SigloXVII, Patrimonio de la Humanidad , que tardó 25 años en ser construida. Tiene 18 millones de ladrillos, 475.000 azulejos de 7 colores diferentes y 23.000 metros cuadrados de superficie. El inmenso patio ocupa 5.000 metros cuadrados, con un «ivan» o pórtico en cada lado. Tiene 4 minaretes de 54 metros de altura: 2 en la parte Suroeste y 2 en la parte Sur, mirando a La Meca. El púlpito es de mármol verde y pese a su longitud y peso, es de una sola pieza, y el primer piso está dedicado a escuelas. Muy completa, si señor.
A renglón seguido nos desplazamos por el Gran Bazar, realizando una interesante visita a «Safferón», que es una fábrica-tienda de azafrán, de diversas variedades, que está en los grandes soportales de la plaza. Y también visitamos «Espadana», una fábrica (Gallery Nikkhad Antique) de muy bellas telas tradicionales pintadas a mano, técnica que se llama «Ghalam Kari». Allí vi como hacían auténticas obras de arte, con diseños muy artísticos.
Y como estaba cerca de las tiendas de suvenires, al fin pude comprar un escudo de Irán para uno de mis gorros viajeros, y también una camiseta con el nombre de Irán.
El Gran Bazar Ghey Sarieh ocupa los soportales de la plaza, y todo el espacio está lleno de tiendas de lo más variopinto. Estos espacios fueron regalados por el Rey a los artesanos, con el objetivo de crear el mejor Gran Bazar del mundo.
Con el fin de ganar tiempo, comimos en el «Traditional Restaurant History», acogedor y sencillo espacio hostelero que está muy cerca del Palacio Alí Qpu, un menú típico, abundante y muy sabroso regado con …. agua.
Al terminar de comer, nos dirigimos al citado Palacio, para recorrerlo detenidamente. Para acceder a la parte alta del edificio, de 6 plantas y 52 habitaciones, tuvimos que subir 99 escaleras de altos peldaños, circunstancia que hace desistir a un buen número de personas. El último tramo es el nas complicado, porque se sube por medio de una escalera de caracol.
El Palacio, que era de planta baja y contaba con un gran jardín en el SigloXVI (1577), era propiedad particular, hasta que pasó a manos del Shah Abbas I, que lo reconstruyó y amplió. Tiene 48 metros de altura, y 480 metros cuadrados de superficie.

Al entrar, dejamos a los lados los puestos de guardia y el lugar en el que el Rey subía o bajaba de su caballo. Al fondo estaban las caballerizas. En 1617 le aumentaron los pisos, y se remató en 1644.
En la primera y segunda planta hay unas chimeneas de calefacción de estilo mongol. Luego llegamos a la gran terraza, desde la que el soberano controlaba toda la Plaza. Tiene 32 metros de largo, 15 metros de ancho y 10 metros de alto, los techos son de madera y los soportan unas altas columnas octogonales, cada una hecha de un ciprés.
En el medio de la terraza hay un estanque que tenía surtidores. A los visitantes les parecía cosa de brujas ver los surtidores funcionando de esa manera, ya que la terraza está a 28 metros de altura. El truco estaba en que en lo alto había unos depósitos de agua que bajaba a toda presión hasta el estanque, que está forrado con gruesas láminas de cobre.
Por cierto, cuando estábamos en la terraza nos sorprendió una tormenta de arena que cubrió la ciudad como si fuese niebla. Cómo eran acostumbrados, los nativos no le dieron mayor importancia al hecho, que se produce porque Isfahán está totalmente rodeada por el desierto. ¡Toma ya!.

Al lado de la gran terraza está el Salón de Audiencias, y subiendo una estrecha escalera de caracol de altos escalones llegamos al Pabellón de Música, cruciforme y con la decoración de yeso, para transmitir mejor el sonido. Por su excepcional a ustica también se le cobra como «Salón de espionaje» porque lo que se hablaba en una de las cuatro habitaciones se oía perfectamente en la otra esquina. El Sha dejaba en esa habitación a sus invitados o visitantes y se iba a la de la otra esquina, con un intérprete si era necesario, y se enteraba de lo que hablaban, antes de recibirles en audiencia.
Al salir del Palacio atravesé el jardín posterior, que está lleno de bustos de personalidades famosas de muy diversos campos: filósofos, médicos, consejeros, artistas, deportistss, arquitectos, etc. Y también vi varios cuervos de dos colores, que como comenté en otra crónica anterior son exclusivos de Persia.
Y en la Plaza del Imán Jomeini subí al coche que me trajo al «Hotel Khajoo», que por cierto está muy bien y desde donde les ofrezco esta nueva crónica viajera. Mañana seguiremos. Mientras el cuerpo aguante…. (Fotos: Lajos Spiegel)

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