Hasta hace poco tiempo el fútbol era cosa de once contra once, un deporte de equipo en el que las individualidades estaban al servicio del conjunto. En donde el trabajo de cada una de las líneas daba sentido a las demás y las derrotas no eran culpa del portero ni los triunfos del delantero sino que todos eran partícipes en lo bueno y lo malo.

Y digo hasta hace poco porque uno empieza a estar cansado del vedetismo en el que han entrado algunos grandes clubes que muestran cada vez más una acusada deriva a la entronización del talento individual sobre el grupo.

El caso más extremo es el de Cristiano Ronaldo, un goleador tan excelso y ambicioso como egoísta en el juego (no hay penalti ni golpe franco que ceda a sus compañeros). La figura del portugués se ha convertido en un icono mundial que sobrepasa lo meramente futbolístico. Es difícil separar la dimensión deportiva de la publicitaria; lo mismo un día está metiendo goles que aparece en una valla vendiendo calzoncillos. Alguien podrá pensar, y con razón, que en torno a su figura se ha construido una marca personal de éxito y ha sabido rodearse de personas que la hacen muy rentable. Hasta ahí no hay problemas.

Más difícil de comprender es la afición casi obsesiva del presidente del Real Madrid por amplificar los éxitos individuales de este jugador aunque sea a costa de empequeñecer los méritos de otros integrantes de la plantilla. No hay más que ver como jalea los triunfos individuales del delantero a la mínima ocasión que exista. Un día celebrando su nominación a Balón de Oro, otro su Bota de Oro, el récord de goles con el Madrid, y otros títulos individuales de menor calado, precisamente en un año donde el Real Madrid no ha sido capaz de ganar ni un solo trofeo.

Hay dos cosas que me llaman la atención de este hecho y que no me parecen modélicas. Primera. Desde hace años CR7 no suele mostrar mucha alegría cuando es otro jugador de su equipo quien marca los goles aunque parece exigir palmadas y felicitaciones de sus compañeros cuando los consigue él. Una actitud egoísta que, sintiéndolo mucho, salta a la vista. Quien quiera una muestra que repase los vídeos y si le queda tiempo que vuelva a ver su desmesurada celebración de un gol superfluo –un penalti que significaba el 4 a 1- en la final de Lisboa frente al Atlético.

Segunda. No dejan de sorprender las atenciones del presidente Florentino hacia su estrella – no olvidemos que se fichó bajo su mandato- en detrimento de otros futbolistas que han marcado época en el equipo blanco. Jugadores que se han tenido que marchar por la puerta de atrás del Bernabéu y, lo que es peor, sobre quienes ha extendido sospechas de peseteros y desleales. Se me vienen a la cabeza los casos de Raúl, Casillas, Hierro o el desprecio absoluto que tuvo con Del Bosque. Personajes todos ellos con ADN madridista, leyendas vivas de Chamartín que fueron despachados con escaso reconocimiento frente a las fiestas que le organiza, día sí y día también, a CR7 para mayor y única gloria del delantero portugués.

Florentino y Cristiano empiezan a ser un tándem que ya aburre y cuya engañosa hoja de servicios parece enmascarar la flojísima temporada que firmó el Madrid en la pasada campaña.

@pgarcia_ramos

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