Poco que decir del partido contra el Barça el miércoles en Riazor que no se haya escrito y a pesar del buen resultado conseguido ante el Éibar, nos queda la sensación de que el deportivismo  está mustió. No se explica cómo un equipo puede pasar del calor al frío en cuestión de semanas. No hay que poner paños calientes. Si primera vuelta la hemos clasificado de fantástica, la segunda está resultando larga y frustrante. Larga porque la salvación se lleva acariciando desde diciembre pero todavía no salen los números. Frustrante porque habíamos creído que el plantel técnico y la plantilla habían iniciado una época prometedora que nos hacía soñar con mayores retos para las temporadas venideras.

Los números lo dicen todo. El rendimiento del Depor en la última parte del campeonato lo abocarían al descenso directo. El equipo no ha mostrado esa cara competitiva como cuando salía a disputar todos los partidos con indiferencia de la categoría del rival. Algo ha cambiado.

Decía el fundador de los jesuitas que en tiempos de tribulaciones no es conveniente hacer mudanzas. Nunca más cierto. La llegada de Víctor a La Coruña consiguió dos cosas muy importantes que no debemos olvidar: evitar milagrosamente el descenso a segunda el año pasado y articular un equipo con los mimbres que tenía para convertirse en una de las revelaciones del inicio del campeonato. El madrileño devolvió la alegría a la afición y la hizo soñar con nuevos retos.

Al margen de los problemas propios de este último tramo de Liga (cansancio, lesiones, relajación, dispersión etc.) me pregunto si antes teníamos un gran equipo y el entrenador sólo ordenaba el talento o si, por el contrario, era el técnico el responsable de diseñar la estrategia y de imprimir carácter a sus jugadores.

Sinceramente creo que la respuesta hay que buscarle en el punto medio: la plantilla no era tan buena como creíamos -aunque si equilibrada-, y posiblemente al técnico se le haya notado su bisoñez en la categoría.

Queda poco para alcanzar el objetivo fijado al principio de Liga que, no olvidemos, es la permanencia en primera. Es una cuestión de tiempo bien sea por el acierto del Depor este domingo o el desacierto de los equipos que merodean el descenso.

Pero lo cierto es que queda muy poco tiempo para devolverle a la afición el optimismo y la esperanza necesaria que sean capaces de ilusionar al deportivismo para la siguiente campaña. La primera oportunidad para hacerlo es este domingo contra el Getafe. Ganando se certifica la salvación, perdiendo se la da alas a los de abajo para que aprieten en las dos jornadas finales que los coruñeses deberían dilucidar frente al Villarreal fuera y contra el Real Madrid en casa. Crucemos los dedos porque los de Juan Eduardo Esnaider vienen a jugarse la vida en Riazor.

@pgarcia_ramos

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