Quito (Ecuador), 4 de noviembre del 2018

Ayer finalicé mi crónica diaria diciéndoles que me iba de juerga en uno de esos llamativos y pintarrajeados autobuses, conocidos como «Chivas». Mi «Chiva» que lucía el curioso nombre de «La Consentida», se presentó a las puertas de mi hotel con suma puntualidad. Me recogió un guía animador llamado Wilfon Escorpio, un tipo un tanto estrafalario al que me costaba bastante trabajo entender.
Mientras me esperaban, los clientes del Atlantic Hotel y los del Casino y negocios cercanos tuvieron que soportar la estridente música del autobús-chiva.
Seguimos la ruta por varios hoteles, recogiendo más nazarenos, y a medida que avanzábamos subía el nivel de la juerga y también la desinhibición del personal iba en aumento…. Al principio, y pese a los esfuerzos de los músicos por caldear el ambiente, la cosa estaba algo fría. Como la mayoría no nos conocíamos, la parranda estaba a tono con el hielo de las bebidas. Pero a medida que avanzó la noche y el recorrido por la ciudad, el ron libre y gratuito terminó causando estragos entre las tropas….

 

En nuestra ruta bullanguera y festiva nos encontramos con otras chivas, más de las habituales porque era viernes, y formamos un rebaño de cabras. Algunas eran de tamaño gigante, como si hubiesen montado la colorida y llamativa estructura sobre la base de un tráiler o de un camión de varios ejes.
Cada vez que nos cruzábamos o nos juntábamos con otras cabras locas (chivas) el ruido era ensordecedor, ya que competían en decibelios y en música de «chunda, chunda», lo que me recordó a los vecinos del primero de mi casa en la coruñesa Playa de Santa Cristina….
Como no todo iba a ser beber, también tomamos unos deliciosos fritos cartageneros, que hicieron más llevadero el trasiego de alcohol y refrescos.
Y para rematar la jaranera noche,también hubo bailongo a ras de tierra, con sabrosura a tope, en la discoteca «Lebrón «, momento que aproveché para salir un rato a la calle para ventilarme. En ese momento la desinhibición era total….

 

Al regreso, a más de uno y de una los tuvieron que meter en andas en sus hoteles. El ron y otras bebidas alcohólicas de la discoteca, el tremendo calor, y la excitación del baile contínuo y continuado, terminó quebrando la resistencia de más de uno. Yo, como tenía que levantarme a las 6 de la mañana para viajar a Ecuador, logré mantenerme perfectamente bajo control.
¡Una experiencia más, y muy diferente, en mi larga vida de Viajero sin Fronteras!.
A las 6 en punto de la mañana ya estaba nuevamente en pie. Tras asearme y acondicionar el equipaje, bajé a desayunar junto a la piscina. Luego liquidé mi cuenta, y cerré la habitación.
Con puntualidad elogiable, a las 7.30 pasó a recogerme al hotel Laura Grau, de Gema Tours, para llevarme al Aeropuerto Internacional Rafael Núñez (así se llamaba un colega mío director del BBVA), que está muy cerca de la ciudad de Cartagena de Indias. En ese momento, La Boquilla nos informaba que la temperatura era de 28 grados, con una sensación térmica de 34, humedad del 83 por ciento y anuncio de tormenta eléctrica.
En una de las máquinas saqué las tarjetas de embarque Cartagena-Bogotá y Bogotá-Quito, con dos estupendos asientos que me había gestionado en La Coruña Agustín Vázquez, de Viajes RAI.
Laura hizo uso de sus amistades aeroportuarias, y eludimos la larga cola que había para facturar, dirigiéndonos a un mostrador de «Servicios Especiales. Colaboradores y pases» donde el trámite para embarcar fue sumamente rápido.

 

A las 9.25 embarqué en el vuelo 9541 de Avianca, con destino a Bogotá. Accedimos al avión a pie, siguiendo un pasillo solamente cubierto por la parte superior, ya que el avión estaba estacionado muy cerca de la terminal.
Volamos en un Airbus A321, con sus 194 plazas cubiertas. Por cierto, no debía ser cristiano, pues carecía de nombre…. La distancia entre Cartagena y Bogotá es de 653 km, y el vuelo duró una hora h 10 minutos, y a medio camino nos sirvieron una bebida no alcohólica.
Salimos directamente al mar, ya que la pista finaliza casi junto al mismo, y sobrevolamos unas tierras llanas y muy fértiles, algún lago y varios ríos. Muy parecido a la llegada a Bogotá, con el aditamento de numerosos y grandes invernaderos en los que cultivan flores.
Tras un excelente vuelo, a las 11.10 aterrizamos sin novedad en Bogotá. Y como el vuelo para Quito no salía hasta dentro de un par de horas, aproveché para hacer turismo aeroportuario en El Dorado, ordenar mis cosas, comer un bocata de jamón y queso, con un refresco, cambiar en dólares los pesos colombianos sobrantes, salvo algún billete para mí colección y recuerdo.
Con puntualidad, embarqué en el vuelo AV 8373 de Avianca Ecuador. Volamos en un Airbus A320-100/200 con capacidad para 150 pasajeros y apenas media docena de asientos vacíos. La distancia entre Bogotá y Quito es de 710 km en vuelo directo, y la duración del viaje fue medía hora más de lo previsto.
Ya eb cabecera de pista, el comandante nos informó que debido a la congestión de tráfico demorábamos 20 minutos la salida. Y mientras esperábamos, una pequeña anécdota: ya agoté dos de los bolígrafos nuevos con los que salí de La Coruña.
Al salir, pusimos rumbo Sur y pasamos sobre una gran llanura llena de cultivos en minifundio. El viento soplaba de proa, aunque no muy fuerte. La altitud máxima alcanzada fue de 11.292 metros y la velocidad punta rebasó los 900 km por hora. A la media hora de vuelo nos sirvieron una sabrosa tortita de maiz con carne, que tomé con un vaso de aceptable vino ecuatoriano.
Por cierto, en la parte posterior de los asientos colocaron una pequeña placa de aluminio, y en letras negras se lee lo siguiente: «Homenaje a Luisa Muñoz, tripulante de cabina nacional «.

Cerca del aeropuerto de Quito sobrepasamos un terreno agreste de estas montañas, cubiertas de nubes y niebla, en un momento en que llovía bastante. El cielo estaba totalmente cubierto y oscuro.
Ya e cabeza de pista, el comandante decidió meter motores a tope y el avión se elevó de nuevo, frustrando el aterrizaje. Al cabo de unos minutos, el comandante nos informó que iban a sobrevolar la parte Norte de la ciudad a la espera de que mejorasen las condiciones meteorológicas…. ¡No vean la cara de preocupación y miedo de algunos viajeros!.
Nos desplazamos 30 km del aeropuerto y subimos a 5.692 metros de altura, trazando grandes círculos a una velocidad de 552 km por hora.
Al cabo de 15 minutos de dar vueltas, volvió a hablarnos el comandante, y nos informó que ya había recibido autorización para aproximarse e intentar de nuevo el aterrizaje, porque el tiempo había mejorado….
Tras superar unas pequeñas turbulencias, una buena señal: a los 3.173 metros de altura sacó de nuevo el tren de aterrizaje. La visibilidad había mejorado notablemente.
El aterrizaje fue un poco brusco, pero lo más importante es que al fin estábamos en tierra sanos y salvos.

Lloviendo llegamos al Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre de Quito, que cuenta con una pista muy larga y amplias calles de rodadura y estacionamiento de aviones.
Llegué a la terminal con una hora de retraso sobre el horario previsto, y allí estaba Patricio Guerrero para trasladarme al Hotel Embassy, en el centro de Quito, ciudad que está a 2.800 m de altura y a 25 kilómetros del aeropuerto. Grandes anuncios de «Movistar» me dieron la bienvenida, mientras llovía sin parar y la temperatura era de unos 11 grados. ¡Menudo descenso respecto a Colombia!.
Durante el viaje, Toribio se reveló como un gran futbolero. Al decirle que era de La Coruña, me habló del Deportivo y recordó a Bebeto, Mauro Silva, Djukic, Donato, Claudio, etc. Se confesó del Barsa, y recordaba los títulos que ganó el Dépor y dijo que había celebrado con varios colegas el Centenariazo de los coruñeses al Madrid….
Cruzamos el Río Chiché (pedazo de carne, en quéchua) circulando por una autopista gratuita que llaman la «Ruta viva». Al igual que el aeropuerto, fue construida durante el mandato del presidente Rafael Correa. Desde la Avda. Simón Bolívar hay una vista impresionante de Quito, que parece colgada de la montaña. Pasado el puente sobre el rio San Pedro, entramos en el túnel de Guayasamin, de 2 km de largo y que lleva el hombre de ese gran artista. Y tras varias curvas muy pronunciadas entramos en Quito.
Pasamos el Parque Argentina y la Avenida Diego de Almagro, zona por la que hay muchos venezolanos pidiendo con unos grandes carteles. Gente joven incluso.
Dejamos atrás Francisco Orellana, Reina Victoria, Cristóbal Colón, y las tres carabelas: Santa María, La Niña y La Pinta. Y atravesando la Plaza Foch (Zona Rosa), que es la zona de la movida, llegamos al Hotel Embassy desde donde envío este reportaje viajero.
Mañana es otro día. ¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)

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