Antes de redactar la información diaria de mi viaje, tengo que hacer una pequeña corrección a mi crónica de ayer. Debido a la prisa con que tengo que escribir, para enviar el artículo, ayer les dije que el «patacón » era el arroz a la cubana, cuando lo que realmente quería decirles es que el patacón es el plátano verde frito, como el que se usa para el arroz a la cubana. Que me disculpen todos mis buenos amigos colombianos. Dicho queda, y paso a la crónica diaria:

Hoy he disfrutado de un día realmente diferente a los diez anteriores. Bueno, la verdad sea dicha, ninguno de los vividos anteriormente en este sensacional viaje ha sido igual o parecido a otro.
Pero es que hoy, además de hacer turismo de naturaleza de primera calidad, lo hice recorriendo una pequeña parte del inmenso Parque Nacional Tayrona, que es un auténtico Santuario de la Naturaleza, y uno de los lugares más bellos de Colombia, con aves, ardillas, monos…. y las Playas de Arrecifes, de extraordinaria belleza natural, en las que disfruté de un almuerzo típico (en el no faltó el patacón) y un reparador baño en la Playa, que me vino de perlas tras diez días de contínuo y agotador ajetreo.

Con el fin de desplazarme hasta el Parque Nacional Tayrona, me levanté a las 6 de la mañna, y tras asearme y un buen desayuno, a las 7 en punto me recogió mi guía en el hotel Best Western Plus.
Tras girar por la Carrera 3, y luego por la 4, tomamos la Calle 29 y salimos a una larga, ancha y recta Avenida. Cerca está el Centro Comercial Las Palmas, un cajero de BBVA, y también Compra Venta Las Palmas.

En la autopista hacia Riohacha, muchos vendedores de frutas y bebidas diversas, dejando a nuestra derecha una cadena de grandes montañas . El sol lucia a tope, y el calor iba en aumento a medida que avanzaba el día.  Por cierto, antes de iniciar el recorrido, la guía, Lilibeth Rodríguez rezó un Padre Nuestro, advirtiendo previamente que sentía un profundo respeto por todas las religiones.


Me sorprendió que para entrar al Parque Nacional Tayrona tuve que pagar 2.500 pesos, para un seguro especial del mencionado Parque, colocándome en la muñeca una pulsera identificativa de papel. Tras dejar la carretera principal, nos metimos por otra de tierra, completamente plagada de baches que nos llevó a la entrada del Parque Nacional Tayrona, donde un guia del lugar nos dio una explicación muy buena sobre el recorrido que íbamos a efectuar.  Según nos comentó Lilibeth, la arena de la playa es bastante agresiva, ya que es coralina, por lo que nos recomendó utilizar unos zapatos especiales que venden a 18.000 pesos en los chiringuitos de llegada, ya que en las playas cuestan unos 40.000 pesos.

Donde está el «Desayunadero Donde Lucky», un inspector comprobó muestra procedencia, enterandome así de que yo era el único extranjero entre los 20 viajeros. Luego subió un policía, para ver si todos llevábamos las dos pulseras identificativas: la citada ya del seguro, y la de la entrada al Parque Nacional.  Tras pasar un pequeño puente sobre un riachuelo, penetramos en el Parque propiamente dicho, circulando por una carretera infame, otrora de asfalto pero destrozada en su mayor parte, con muchas bajadas y subidas, curvas por un tubo, rodeada de un espeso bosque selvático.  Mazado como un pulpo de la piedra, llegamos al Mirador Fotográfico 7 Olas, desde el cual disfrutamos de unas sensacionales vistas de la majestuosa pero inhóspita Playa Brava, y también de su sensacional entorno.


Un grupo de más de medio centenar de obreros, utilizando únicamente sus manos, palas y machetes, trataban de subsanar los últimos derrumbes de la carretera, ya que según la guía estuvo lloviendo muy fuerte en la zona del Parque hasta ayer. No cabe duda que estoy teniendo mucha suerte con el tiempo…. ¡Que siga!.

Al finalizar la última bajada, atravesamos una zona pantanosa, y después arribamos a la Playa de Neguanje, lugar en el que subimos a la lancha «Cholo «, con pinta de viejo lobo de mar, para realizar una pequeña travesía por la bellísima Bahía e ir a la famosa Playa Cristal. El acceso a bordo lo hicimos a la antigua usanza: metiéndonos en el agua del mar hasta la rodilla, ya que en ninguna de las dos playas hay un simple embarcadero. El uso de chalecos salvavidas es obligatorio, y todas las lanchas, salvo la que yo utilicé, tienen nombre femenino:María Fernanda, La niña Edelis, Viviana Alejandra, Carmen Beatriz, Clarimar, Susana, La Calor , etc. Y el » Cholo, el único gallo entre tantas gallinas.


Playa Cristal es conocida también como «La playa del muerto», debido a que en el cerro que bordea el arenal era donde los indios Tayrona enterraban a sus muertos, celebrando en la playa una serie de ceremoniales.No es una playa muy grande, pero si muy acogedora, resguardada en uno de los laterales de la hermosa bahia. Su arena es blanca, muy fina y limpia, y sus aguas son transparentes y cálidas. La playa cuenta con una especie de jaimas unidas, de alquiler, abiertas por el frente que da a la playa y también por detrás. Un gran espacio arenoso y con árboles, lleno de mesas y sillas y anexo a la playa, es como la terraza del restaurante. Y allí están la frutería «La Caponera» y el restaurante «Estadero Rufinar», que fue donde comí.

En la playa no faltan los típicos vendedores ambulantes de refrescos, frutas, café, artesanías, tortas, etc. Pero no molestan lo mas mínimo. Uno de ellos, que ofertaba camarones, llevaba la mercancía en un pequeño barco de madera, pintado de blanco y azul en honor a la Virgen, con este letrero: «Cevichería El viejo Guille».

A medía mañana, y por menos de un euro comí un aguacate muy grande, que el negrazo que me lo vendió «adobó» con lima y sal. Por cierto, los vendedores llevan un identificativo con su foto, autorizándoles oficialmente a ejercer ese trabajo.


Después de una breve sesión de sol, varios paseos y unos baños estupendos, comí en la parte cubierta del restaurante, que está abierta por los lados. Comí carne de res a la plancha, con ensalada, arroz moreno, patatas fritas con Ketchup, y patacón. Como uno de los dos filetes estaba estaba duro, lo troceé e hice tres amigos: tres perros de diferente tamaño que me lamieron las piernas en señal de gratitud. A media tarde iniciamos el regreso a Santa Marta. Antes de subir al autobús, me sometí gustosamente a un lavatorio de pies y de calzado, mediante una gran tina de agua y una botella de plástico cortada por la mitad.

A la salida del Parque, subieron a nuestro mini bus varias personas que habían tenido un percance con el suyo.De camino, cerca del Río Manzanares, me llamó la atención el nombre de un hotel, claramente indicativo de la actividad que se desarrolla en el mismo: «Amor en Acción».

Y sin más incidencias, llegué al Hotel Best Western Plus, desde el que les remito está nueva crónica con el deseo y la esperanza de que les guste.
¡Saludos y salud!. (Fotos: Lajos Spiegel)

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